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Hugo Di Guglielmo, el hombre detrás de grandes éxitos de una época dorada de la televisión argentina

En 2002, poco después de dejar la gerencia de programación de Canal 13, Hugo Di Guglielmo escribió Vivir del aire, el único libro sobre televisión editado en la Argentina que incluye una rigur...

En 2002, poco después de dejar la gerencia de programación de Canal 13, Hugo Di Guglielmo escribió Vivir del aire, el único libro sobre televisión editado en la Argentina que incluye una rigurosa guía teórico-práctica sobre cómo programar un canal, junto a los recuerdos personales y a un rico anecdotario de aquella gestión.

Casi 25 años después la gran mayoría de las premisas, definiciones, pensamientos, sugerencias y preguntas expuestas allí por el responsable de una de las más exitosas experiencias artísticas de las últimas décadas en un canal abierto de la Argentina siguen vigentes, aunque hayan cambiado por completo casi todas las condiciones culturales, tecnológicas y conceptuales del escenario mediático.

“Cada vez estoy más convencido de que en los 90 se vivió la última etapa dorada de la televisión argentina”, afirma Di Guglielmo durante la extensa conversación que comparte con LA NACIÓN en su departamento, que cuenta con una vista privilegiada del edificio de la Biblioteca Nacional. Ya virtualmente retirado después de una última y fértil etapa como consultor internacional de medios que siguió a su alejamiento del 13, mantiene el bajo perfil, la cordialidad en el trato, las buenas maneras y la discreción que siempre lo caracterizaron en su extensa trayectoria como hombre de los medios.

Pasaron 35 años desde el momento en que Di Guglielmo se hizo cargo de la conducción artística del 13 de la mano de Artear, sociedad perteneciente al Grupo Clarín que ganó la licitación impulsada por el gobierno de Carlos Menem para manejar los canales de TV hasta allí en manos estatales. Según propia confesión, tenía poca experiencia televisiva al asumir, pero contaba con el apoyo clave de Jorge Ignacio Vaillant, uno de los “cubanos” de la gestión de Goar Mestre en el 13, y el aval de su éxito previo al frente de la programación de Radio Mitre, medio al que llegó después de una destacada carrera inicial en el mundo de la publicidad.

“Los de Mitre fueron años maravillosos de aprendizaje extraordinario. Logré que terminaran primeras las dos radios, porque en ese momento había nacido La 100. Me armé unas vacaciones con la satisfacción del trabajo hecho y justo en ese momento el grupo que manejaba Mitre ganó la licitación de Canal 13. Y ahí me llamaron, porque me querían llevar a la tele”.

-¿Y qué dijiste?

-Me animé. Sobre todo porque a mi lado estaba Vaillant, un gran programador del 13 que fue mi mentor durante los primeros meses hasta que falleció por una enfermedad inesperada. Y quedé. Me tiraron a la pileta y salí nadando.

-Pasaron 35 años de aquel momento. ¿Qué es hoy la televisión para vos?

-La sigo viendo, pero no es la tele que viví y que conocí. Es mucho más que aquello. Hoy la televisión está en todos lados. El diccionario de la Real Academia Española dice algo muy cortito sobre la televisión. “Visión a distancia”, esa es la definición. Antes se reducía a los canales de aire. Ahora tenés televisión en la mano a través del teléfono o te llega de infinitas maneras. Si querés, hasta podés producirla en tu casa.

-”La televisión está en todos lados”. Es una definición difícil de superar.

-Está en todos lados y llega por todos lados. Otra de sus transformaciones nos dice que el público puede empezar a emitir sus programas. Es algo apasionante, lindo, interesante, pero por otro lado hay un abismo profesional entre la TV bien producida y lo que puede hacer un influencer. Puede ser divertido, pero no es lo mismo el trabajo que se pone para un informativo o un magazine bien armado, ni hablar de una ficción, y lo que se puede hacer en espacios reducidos. Pero la tele no deja nunca de ser un semillero. Los que puedan enriquecer el medio son los que van a quedar.

-Si la televisión está en todos lados, también podríamos decir que no está en ninguno.

-Es impresionante el cambio de todo tipo que experimentan los medios. Pero hay una sola frase que nunca va a perder vigencia: el rey es el contenido. Siempre va a ser así. Y el contenido de mayor calidad siempre va a encontrar su cauce para salir y expandirse.

-Antes, a ese contenido reinante inevitablemente lo encontrabas en la televisión de aire. No había otras opciones. ¿Dónde aparece ahora?

-En todos lados. Hay contenidos para distintos públicos. A mi nieta de 18 años, que en este momento vive con nosotros, la vi el otro día comentando cosas de Gran hermano. Acá en casa no lo vemos y ella tampoco. No tiene televisor en su cuarto. “Me meto en YouTube y me entero”, fue su respuesta.

-No tiene televisor, pero un montón de pantallas disponibles.

-Y no conoce lo que es la TV de aire. De chiquita veía cable.

-¿Estás viendo TV de aire en este momento?

-Muy poco.

-Y cuando ves lo que ves, ¿qué te pasa? ¿Te agarrás la cabeza o pedís que te hagan un lugar para tratar de arreglar lo que se pueda?

-Eso ya no . Todo cambió, hay que asumirlo. Hay cosas en las que bajó mucho el nivel y otras que no. Todos nos quejamos porque no hay ficción argentina en la televisión de aire, pero al mismo tiempo se está haciendo muy buena ficción para el streaming, cosas de muy buena calidad como todo lo que hacen Cohn y Duprat: El encargado, Nada. Y hay más: Iosi, la miniserie sobre Fito Páez, la de Sandro. No podemos decir que no se hace nada. Lo que falta es la cantidad de ficción que teníamos en otro tiempo. Ahí perdimos el tren. Hubo un problema tremendo en lo económico. Nadie produce gratis.

-Te tocó conducir la programación de Canal 13 en el último período más o menos prolongado de estabilidad económica que vivió la Argentina.

-Cada vez estoy más convencido de que los 90 fueron la última etapa dorada de la televisión argentina. Primero, porque el talento estaba. Lo sigue estando porque nunca muere y hoy anda por otro lado. Y segundo, porque había plata y existía la vocación de invertirla, crecer y cambiar. Veníamos de la época estatal, que tecnológicamente había caído a niveles de catástrofe. Todo eso cambió y los 90 produjeron una televisión poderosísima que duró un poco más en la década siguiente. Hoy no hay inversiones, algo que otros países mantuvieron sobre todo produciendo para el mundo.

-En tu libro hablás de la exportación de formatos televisivos como un trabajo pendiente para la Argentina. Lo escribiste en 2002. ¿Perdimos ese tren para siempre?

-Lo perdimos en ese momento. Ahora estamos en una transformación. Hay gente que consigue financiamiento de España, Chile u otros países y de allí sale la producción más interesante que se hace acá. No es que no se haga nada. Hay menos, pero nunca hubo millones de éxitos. Los éxitos en la tele nunca son muchos. Cambió la manera de producir, pero el rey sigue siendo el contenido aunque veas una serie de corrido o con un episodio por semana.

-En tus 11 años de gestión al frente de la programación de uno de los dos canales líderes de la Argentina, ¿cuál fue el éxito del que más orgulloso te sentiste?

-Peor es nada fue clave, porque nació muy mal. Ahí Vaillant me dio una lección. Al principio no entendía lo que pasaba porque me reunía con Jorge Guinzburg, me contaba lo que iba a hacer, me gustaba, nos reíamos todos y cuando salía al aire no funcionaba nada. Vaillant me dio una gran lección, sobre todo porque yo estaba empezando a programar. Si creés en algo, me dijo, te tenés que jugar por eso. La fórmula perfecta no existe, pero tenés que ver cómo mejorarlo. Nos jugamos, levantamos por un tiempo el programa, lo reformulamos, lo reestrenamos y fue un éxito.

-¿Hubo más?

-Sí, claro. Muchas de las cosas que hicimos con Jorge Maestro y Sergio Vainman. Tomamos riesgos en conjunto haciendo Zona de riesgo o La banda del Golden Rocket. También todo lo que hicimos con Promofilm como Sorpresa y media. Ni hablar de Polka y Adrián Suar con Poliladron, que empezó hace 30 años, en 1995. Todas experiencias están unidas por una instancia que me hizo ruido y me llevó a pensar: es por acá. Gente que se muere por hacer un programa y que va a poner todo. Eso es muy importante para un director de programación. Te puedo hablar también de una ocurrencia que tuvo Gustavo Bermúdez.

-¿Cuál?

-Gustavo siempre tuvo buenas ideas de producción. Y además es un gran tipo. Un día me propuso que hiciéramos Nano con él saltando arriba de una orca en Mundo marino. Primero pensé que estaba loco, pero después me convencí de que iba a hacerlo. El otro hito fundamental de mi gestión fue el Día del Milenio, el programa especial que hicimos para recibir el 2000. Una experiencia alucinante y única en la vida.

-Todo esto me lleva a otra frase de tu libro: “Lo primero que debe tener definido un canal es un estilo”. ¿Podrías definir el estilo que tuvo Canal 13 durante tu gestión?

-Lo primero es definir a quién va a dirigido mi mensaje. Yo quería recuperar el espíritu de Goar Mestre y del primer Canal 13: un público de buen nivel adquisitivo que interese a los anunciantes y atento a los productos de calidad. Eso lo pude ir construyendo con la ayuda de mi experiencia previa en la publicidad y en la radio. Lo demás lo aprendí sobre la marcha junto a la propia gente de la tele. No solo el público, sino también los artistas y los productores que sabían que había cosas que no iban a tener lugar en el canal.

-¿Quiere decir que también pudiste construir un estilo mirándote en el espejo de tus competidores? Telefe y Canal 9 tenían definidos sus respectivos estilos, distintos al tuyo.

-No fue tanto mirar a los demás, sino pensar en mi propio criterio. En la televisión de aire se filtra en todas las decisiones una característica personal de quien hace la programación. Mientras estuvo en Canal 9 se notaba que la personalidad de Alejandro Romay estaba pesando en lo que veías. Lo mismo pasó en Telefe con Gustavo Yankelevich y en el 13 conmigo. Si en mi lugar hubiese estado otra persona a lo mejor con los mismos objetivos el resultado era otro.

-El televidente de los 90 los reconocía de inmediato a ustedes como artífices de la programación. Hoy, si exceptuamos a Adrián Suar y Pablo Codevilla en el 13, me animaría a decir que el público no sabría identificar a los responsables artísticos de los canales de aire. ¿Será que hoy no aparece el estilo del que hablás en el libro?

-Debo decir, nobleza obliga, que Telefe fue el canal que más y mejor mantuvo la coherencia y también el estilo. Pero también es cierto que a partir del cambio tecnológico la gente ya no elige como antes a los canales abiertos. El menú es mucho más grande y las nuevas generaciones apuntan de entrada a otra cosa.

-Se achican los márgenes.

-A la televisión abierta le queda un camino angosto. No creo que desaparezca, pero en la Argentina está llegando al límite de lo que puede llevar dentro de su cauce, cada vez más estrecho. El encendido bajó en todo el mundo, pero en la Argentina de una manera más fuerte. ¿Qué le queda a los canales de aire? El vivo y lo local. La televisión abierta no viaja. Quedan la noticia, el magazine de actualidad, los programas de entretenimientos y el chisme.

-¿Por qué?

-Porque es lo local. Son programas que necesitan ser vistos por todos. Nunca se va a exportar por ese motivo. Desde el punto de vista de la industria televisiva, eso es poco. No tiene un gran ingreso y por eso el anunciante se divide porque tiene varias opciones a la vista. Le pone algo a la TV abierta, algo a las redes, algo al cable, algo a YouTube o algún influencer. La producción es menor y la creación también. Ahí sí la Argentina se quedó atrás del mundo. Ojalá todo cambie y se genere una corriente mayor, pero sin un capital importante es imposible que haya una producción importante.

-Eso ocurre mientras en la Argentina tenemos disponible un enorme capital humano, artístico y de producción.

-Ni Campanella ni Cohn y Duprat nacieron de un repollo. Ortega y Suar hicieron también grandes cosas en su momento. A la televisión le pasó lo mismo que al país en las últimas décadas: no tuvimos continuidad en las reglas y en las formas, sobre todo económicas. En los 90 y parte de la década siguiente el progreso televisivo argentino fue tan impresionante que veníamos creciendo al mismo nivel que el resto del mundo. De repente nos desenganchamos por completo, como había pasado en los 70 con la estatización de los canales o en tiempos de la dictadura. El mundo y las comunicaciones siguieron funcionando a altísima velocidad. No pudimos seguirlos y quedamos afuera.

-Fuiste muy crítico en su momento sobre el estado en el que recibiste el canal después de haber sido manejado por el Estado. En el libro hablás directamente de “tierra arrasada”. ¿Qué lugar ocupa para vos en este momento de la Argentina un canal público?

-Es una pregunta para la que no tengo respuesta.

-El presidente Milei, durante su campaña, prometió cerrarlo.

-Milei dijo algunas cosas que todo el mundo en esta industria piensa sin hacerlo público porque resulta políticamente incorrecto. Cuando vemos Televisión Española, la TV1 francesa o la BBC todo tiene un sentido. Se genera allí una industria masiva de calidad y esos medios se ocupan de difundir ciertas cosas que hacen al país y a su cultura. Desgraciadamente, un Canal 7 o como se llame aquí no están en condiciones de hacerlo. Si se pone a competir al mismo nivel de los otros no puede porque faltan inversión, figuras y capacidad. Además, el gran porcentaje del presupuesto se usa para pagar sueldos. ¿Con qué produzco, entonces? La alternativa es difundir ciertas cosas que no son rentables, y está bueno que así sea, pero para eso veo más útil una fórmula como el canal Encuentro.

-En su momento, con Carlos Montero al frente de la gerencia artística, tuvo una época muy buena.

-Había logrado una fórmula de producción que era popular. Ahora, también en ese momento exitoso, ¿era necesario un canal público bancado por dinero público para conseguir el mismo objetivo que te daban los otros canales? De nuevo, no tengo respuesta.

-Tomo otra frase destacada de tu libro: “El público no se equivoca nunca”.

-No se equivoca porque siempre ve lo que hay y elige a partir de eso lo que quiere, sin salir de esas opciones. Todas las encuestas nos decían que la gente ve televisión por dos razones: busca información y busca entretenimiento. Punto. Y a partir de ese criterio elige lo que más le interesa de todo lo que tiene a disposición. Hoy las cosas cambiaron.

-¿En qué sentido?

-En la Argentina bajó sin dudas el nivel cultural, educativo e intelectual, y eso deriva en un problema con la televisión de hoy. Hace 30 o 40 años el problema de cualquier televidente inquieto pasaba por cómo acceder a la información, al entretenimiento, a la investigación. Hoy pasa todo lo contrario. La información y el entretenimiento directamente nos avasallan. ¿Cómo decodifico todo eso? ¿Cómo elijo y juzgo qué me sirve y qué no, quién me está usando y quién no? Ahí entramos en un tema peligrosísimo porque aparecen los algoritmos y la inteligencia artifical. Tendremos que acercarnos a los medios de una manera más prevenida, más analítica. Hoy cualquier loco sale a hablar de cualquier tema en cualquier lado y mucha gente lo mira porque lo vio en televisión.

-No hay dudas de que la solución de fondo pasa por la educación. Mientras eso no se resuelva siempre está latente el riesgo de que cualquier gobierno, invocando la necesidad de proteger al público de algunos excesos de los medios, decida aprovechar la situación en beneficio propio aplicando controles y tutelas que pueden llegar a la censura o a restringir la libertad de expresión.

-¿El que gobierna está al tanto del valor de los medios y de lo que puede llegar a pasar en esta realidad? Mi temor es que unos cuantos sí estén al tanto y usen las redes no para el bien sino para manipular los mensajes al servicio de una corriente, de un partido, de una idea. Eso es muy peligroso.

-Tenemos en la Argentina un presidente que se hizo conocido masivamente por primera vez como panelista de televisión. Y de nuevo en la Casa Blanca a un magnate que construyó buena parte de la popularidad que lo ayudó a entrar en la política como anfitrión de un reality show.

-Es un peligro que va más allá de las personas. ¿Cómo puedo analizar y decidir lo que me sirve o lo que no me sirve en este contexto? Las cosas cambiaron muchísimo. En otro tiempo, la televisión tenía una regla no escrita según la cual ningún periodista debía hablar en cámara sobre juegos de azar o hacer menciones comerciales. No es su función.

-Dijiste en su momento que Poliladron estaba destinado a cambiar todo un modelo de hacer ficción en la Argentina. ¿Qué significó ese programa dentro de tu gestión?

-Poliladron abrió una puerta. Proponía una estética y una manera de contar historias distinta a la que conocíamos. Empezaban a aprovecharse mucho más las tomas en exteriores gracias a las nuevas cámaras y a las innovaciones de sonido. Y también se lanzó a contar un relato de acción. Adrián se jugó con la idea. Produjo una ruptura, que se extiende a todo el fenómeno Polka. También por el lado de los personajes.

-¿De qué manera?

-Hubo algo muy lindo de tipo costumbrista que apareció en Poliladron, el personaje del Tarta que hacía Diego Peretti. A lo mejor no era necesario en un relato de acción, pero te llevaba de nuevo al barrio. Una idea atractiva, empática. Y cuando Poliladron se convirtió en éxito llegó Verdad Consecuencia, una idea más jugada en clave de drama y comedia con temas complicados para la época en la tele: relaciones humanas, homosexualidad, problemas de pareja, separaciones. Para que aparezca algo nuevo siempre tiene que haber un equilibrio entre forma y fondo. Polka lo logró con un tratamiento distinto de temas que hasta ese momento no se tocaban y una forma mucho más moderna de actuación y puesta en escena.

-¿Seguís pensando, como asegurás en el libro, que el programador siempre se queda solo cuando hay que tomar las grandes decisiones?

-Así debe ser, por más que este sea un trabajo muy opinable. A mí siempre me gustó armar equipos de gente que se animara a cuestionar. Y yo siempre los alentaba a eso: digan lo que piensen, no se guarden nada. Cuando surgía alguna diferencia artística con alguien de plena confianza yo siempre le daba la derecha a él. Para eso lo había elegido. Ahora bien, después de escuchar a todos la última decisión siempre fue mía, y me hacía cargo de sus consecuencias. Las personas más inteligentes con las que tuve contacto en el canal fueron las que sabían escuchar: Jorge Guinzburg, Adrián Suar, Gustavo Bermúdez, Maestro y Vainmann.

-¿Seguís teniendo contacto con el mundo de la televisión?

-No tuve tantos amigos allí porque siempre fui de perfil bajo. Te puedo repetir algunos nombres. Con Maestro y Vainman seguimos teniendo contacto permanente. Hablo mucho con Gustavo Bermúdez y con Horacio Levin. El Tano Rodolfo Ranni es un gran amigo mío. Y eso que con algunos de ellos me tocó en su momento pelear contratos con mucho dinero de por medio.

-¿Qué recordás de la competencia con Gustavo Yankelevich de esos años?

-Me hizo muy bien. Los dos terminamos nuestras respectivas gestiones con una diferencia de un año y medio y en ambos casos compartimos charlas muy buenas. No digo que somos amigos, pero tenemos hasta hoy una óptima relación y el recuerdo de haber sido buenos adversarios. Sin conocernos, nos manejamos siempre con códigos. Yo aprendí mucho de él y también de la competencia con Romay. Jugar con un rival top no es lo mismo que ganarle a un amigo en un partido de barrio. Uno tiene la medida de sus adversarios.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/television/hugo-di-guglielmo-el-hombre-detras-de-grandes-exitos-de-una-epoca-dorada-de-la-television-argentina-nid23022025/

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