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Ernest Hemingway y su paso por la invernal Gstaad

GSTAAD.–Después de unas horas, el efecto de esta glamurosa estación invernal sobre la psique del visitante es inmediato. Hay relativamente poco esquí posible en las pistas que dan al pueblo ...

GSTAAD.–Después de unas horas, el efecto de esta glamurosa estación invernal sobre la psique del visitante es inmediato. Hay relativamente poco esquí posible en las pistas que dan al pueblo –con el mismo pase se puede tomar el tren e ir a varias más, pero algo alejadas– así que toda la vida es social.

El buzo con el logo de los New York Islanders, y los jeans que entran cómodos con calzoncillos largos térmicos debajo pueden ser un éxito en los centros de esquí de Nueva Jersey a los que se llega una extensión del boleto de transporte público de Manhattan. Sin embargo, enseguida queda claro que aquí no conforman a la indumentaria idónea.

Por suerte, aunque todos los chalets adorables esconden boutiques de marcas inaccesibles, esta intrépida cronista encontró una tienda de souvenirs.

Aparentemente, el mantra del tipo de turismo que recibe Gstaad es “antes muerto que visto en una tienda de souvenirs”, porque el negocio está fuera de la “promenade” principal y siempre vacío.

Pero allí se consiguió un sombrero de fieltro con plumas, un cinturón con vaquitas de metal, la chaqueta corta de loden y cuello curiosamente similar al mao.

Tracht, como llaman al conjunto, completo. Parece que, en una mujer, el look de los granjeros de la zona –que todavía son parte de una industria quesera poderosa, y no parte de una reliquia apenas pintoresca– queda cool.

El tema es que nadie parecería salvarse de esta conversión, ni siquiera los más grandes cerebros literarios socialmente comprometidos. Como Ernest Hemingway, que cambió de vida al llegar aquí. Aunque esa llegada no fue sin tropiezos, ya que su primer contacto con la zona está ligado a uno de los peores reveses de su carrera.

En 1922, el escritor le pidió a su primera mujer, Hadley Richardson, que se encontrara con él en Lausanne, ciudad de donde aún hoy parte el tren decorado estilo Belle Époque a Gstaad. Ella había empaquetado todos sus escritos recientes para que él se los mostrase a Lincoln Steffens, un admirado periodista a quien Hemingway había conocido recientemente.

Richardson subió a un tren en la estación de Lyon, pero dejó su equipaje (incluido el pequeño bolso de mano que contenía los papeles de su marido) sin supervisión mientras regresaba rápidamente al andén a comprar una botella de agua. A su regreso la maleta había desaparecido.

En esa época los escritores solo contaban con el original y la copia hecha con papel carbónico. Hadley, para la sorpresa mortal de su marido, había colocado ambas versiones dentro del bolso.

Se dice que este incidente influyó en el estilo sobrio de Hemingway, ya que se vio obligado a reescribir todo. Pero, aunque pasaron un par de lindos meses en la montaña, el matrimonio no sobrevivió, y la próxima visita de Hemingway a Suiza fue en 1927, en pleno divorcio y con quien devendría su siguiente esposa, Pauline Pfeiffer.

Pfeiffer era una rica heredera norteamericana, corresponsal de Vogue que se codeaba con Chanel y Lanvin. Por supuesto que se instalaron directamente en Gstaad.

“Atrás quedaron la barba desprolija y el estilo de vestir grunge de Hemingway, y ya no le convencía la simplicidad del Hotel Taube”, dice Mike Reynolds, el gran biógrafo de Hemingway, respecto al alojamiento en el mucho más austero pueblo austríaco de Schurns, donde “Papa” iba a esquiar hasta entonces.

“Ahora prefería lo que entonces se consideraba la opulencia del Hotel Rössli en Gstaad”, sostiene en su clásico Hemingway: the Homecoming.

Dos ironías del destino. Hemingway se habrá vuelto en apariencia más superficial en Gstaad, pero lo que hizo allí fue escribir buena parte de Adiós a las armas (1929), obra maestra sobre la guerra y el sufrimiento.

Y Gstaad luego se convirtió en un centro tanto más fastuoso que el Hotel Rösli que, hoy es apenas considerado un establecimiento modesto, sobre todo comparado con el Hotel Palace, donde en esa época ya se instalaba el novelista F. Scott Fitzgerald y que hoy es el lugar donde ver y ser visto. Aunque el Rösli siga en la “promenade” principal, donde no hay ninguna tienda de souvenirs.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/ernest-hemingway-y-su-paso-por-la-invernal-gstaad-nid23022025/

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