Archiduque de Austria: las secuelas de un choque en moto, los nuevos desafíos y una vida lejos la nobleza
PUNTA DEL ESTE.- La vida de Su Alteza Imperial & Real Archiduque de Austria, Guntram Rodrigo von Habsburg-Lothringer cambió rotundamente una mañana de febrero de 2008 cuando, a la altura del Baln...
PUNTA DEL ESTE.- La vida de Su Alteza Imperial & Real Archiduque de Austria, Guntram Rodrigo von Habsburg-Lothringer cambió rotundamente una mañana de febrero de 2008 cuando, a la altura del Balneario Buenos Aires, camino a José Ignacio, la moto que conducía se incrustó en un auto y él salió volando por arriba hasta quedar gravemente herido en la banquina.
Así lo contó su madre, la princesa Laetitia d’Arenberg, al autor de esta entrevista, el verano pasado en este mismo suplemento: “Estaba más muerto que vivo. Era tal el tamaño que tenía cuando llegó al hospital que lo pusieron en dos camillas. Caía la sangre por todos lados. Era una foca podrida. Pero nunca pensé que se iba a morir”.
Amante del vértigo y de los deportes extremos, Guntram asegura que ese nefasto día no iba a más de 110 kilómetros por hora, pero quedó en situación desesperante, al borde de la muerte, durante varios días.
Han pasado 17 años desde entonces, pero las secuelas siguen. “Tengo una lesión medular –describe–, me amputaron la pierna derecha bajo la rodilla por fractura expuesta que cortó los vasos sanguíneos y me dejó sin buena irrigación. Cuando llegué al Fleni ya tenía zonas con gangrena. Me tuvieron que operar y sacarme la pierna, una decisión bastante rápida que tomé con el traumatólogo. Le dije que en vez de una pierna que no me iba a servir para nada, prefería una prótesis buena y ahí se tomó la decisión de amputar”.
Desde entonces, Guntram maneja con sus propias manos una silla de ruedas muy liviana, pero clásica, sin comandos ni motor. “Siempre fui un tipo muy pragmático y de tomar las decisiones rápido”, se ufana en su chacra frente a una vista espectacular de la laguna José Ignacio, en plena ampliación de su casa, en la búsqueda de nuevos ambientes sin desniveles, que no le compliquen el andar.
En sus manos recae la conducción local del Grupo d’Arenberg y en charla con Conversaciones de Domingo se refiere a la marcha de los negocios del holding y al antes y al después del accidente que cambió su vida.
–Te definís como republicano, pero corre por tus venas sangre de la nobleza. ¿Cómo congeniar esas dos partes tan contradictorias?
–Estoy bastante alejado de todas las ocupaciones que tienen que ver con la nobleza. Mi hermano Sigmund es el jefe de familias, el Gran Duque de Toscana, quien se ocupa de todo ese lado de la familia. Yo nací y me crié en Uruguay, viví nueve años en la Argentina y me fui a trabajar a Europa y a los Estados Unidos, pero llevo más de veinte años viviendo en Uruguay. El título de archiduque exige una educación y un respeto hacia lo que es la historia. Pero viví toda mi vida como empresario y padre de familia.
–¿Tuviste una educación tan severa o menos severa que la que, por lo menos cuenta tu madre que le dieron a ella?
–Yo diría más exigente que severa. Hay cuestiones en que las que mi madre ha sido intransigente, como el comportamiento en sociedad y la etiqueta. Ahí no da el brazo a torcer, pero después, en la parte de educación, nos dejó hacer lo que queríamos. Desde muy chicos ella siempre nos dijo: “no quiero ser madre gallina; ustedes vuelen solos y hagan sus cosas”.
–Cierto prejuicio social suele repetir que quienes son parte de la nobleza no hacen nada y solo se dedican al dolce far niente...
–No es mi lema y tampoco soy así. Tener un título de nobleza no quiere decir que te resuelva la vida. No tenemos un ingreso por ser archiduque ni nos dan ningún privilegio fiscal. Tampoco somos parte de una monarquía activa, como la corona británica o la española.
–¿A qué casa real pertenecían ustedes?
–Al Imperio Austrohúngaro, o sea, que está en los libros de historia ya que se terminó con la Primera Guerra Mundial.
–¿Cómo estás actualmente desde el punto de vista personal?
–Muy bien gracias a que tengo una mujer espectacular desde hace muchísimos años. Se llama Débora de Sola, es salvadoreña y nos encontramos hace cuarenta años en Montevideo. Ella tenía 16 años y yo, 19. La familia se había mudado para acá porque cuando empezó la guerrilla en El Salvador, al abuelo de Debi lo secuestraron y lo mataron. Entonces la madre decidió irse primero a Miami, después a Nueva York, a Buenos Aires y finalmente a Uruguay. Nosotros tuvimos dos hijos que son Tiziano, de 20 años, que estudia biología molecular en San Diego, California, y Anna-Faustina, de 23, que estudia agricultura sustentable, también en California. Para Debi no es nada fácil seguir al lado de una persona con el problema como el que tuve yo. Al principio pasás por una suerte de luto. Yo era muy deportista. Me encantan los deportes extremos y practiqué muchos de ellos. Pero tuve que hacer un cambio de vida y también por respeto a mi familia hay ciertas cosas que ya no van. Por ejemplo, me encantaría seguir andando en moto, cosa que podría, pero es algo que no va por respeto a mi mujer y mis hijos.
–Para alguien con espíritu tan deportivo e inquieto, no poder caminar debe ser duro.
–Muchos me dicen algún día vas a volver a caminar. Es lo último que necesito. Hay muchos otros temas de salud que hay que eliminar o que me gustaría que fueran distintos.
–¿Qué hacen Débora y vos?
–Cada uno de nosotros sigue con sus pasiones y ocupaciones profesionales. Debi es actriz y cuando llega la pandemia se transforma en productora; también escribe y tiene varios cortos. En cuanto a mí, nos quedamos acá en Uruguay porque mi madre ya tiene cierta edad, se merece descanso y despreocuparse de lo que pasa en las empresas. Yo levanté ese desafío de manejarle el campo, Lapataia y otros temitas personales.
–¿Qué abarca el Grupo d’Arenberg?
–Tenemos un campo de 5000 hectáreas dividido en dos estancias en Florida, a 150 kilómetros de Montevideo. Uno está arrendado y el otro lo manejamos nosotros. Mi madre tenía caballos árabes, criollos, de todo; también vacunos y ovejas. Ahora nos estamos concentrando en caballos árabes, angus y ovejas. Internacionalmente tenemos empresas mayormente inmobiliarias fuera del país, en Alemania y en Canadá, de las que se ocupa mi hermano.
–¿Cómo se presenta actualmente el clima de negocios en Uruguay?
–Acá en Uruguay teníamos una operación muy grande de lechería que tuvimos que cerrar porque hubo cambios importantes que le sumaron muchísimos costos, que la transformaron en algo no sostenible. Se decidió cerrar el tambo porque se tornó inviable el negocio. El problema del tambo es que funciona los 365 días del año. A la vaca la tenés que ordeñar, llueve o truene, dos veces por día.
–¿Cómo se ve desde tu holding el regreso a la Casa Blanca del presidente Donald Trump?
–Políticamente nos afecta poco. Si los intereses en los bancos suben eso sí afecta porque tenés cierto apalancamiento en las inversiones y si hay que renovar esas deudas no es lo mismo con niveles más bajos o más altos. Si cambian a más altos se complica. Soy empresario a partir de 2001. Antes fui empleado en distintas empresas multinacionales.
–¿Se complejizó mucho ser empresario en estos años?
–Diría que hay mucha más violencia en los cambios; ahora son más abruptos. Hay cosas que son clarísimas: en los gobiernos de los Kirchner, la Argentina ha sido un desastre y ahora ha llegado una persona a la que todo el mundo le tiene miedo, que es Javier Milei, que está haciendo cambios que son necesarios. Pero todavía hay gente que dice que por culpa de él hay más pobres. La pobreza no la creó su política. Esto viene desde hace muchos años y Milei heredó una torta complicada. Lo votó el pueblo y ahora hay que atenerse a las consecuencias. Con Trump es igual. El pueblo norteamericano se decidió por ese personaje y ahora hay que jugar con sus reglas. El empresario debe tener suficiente movimiento de cadera como para absorber eso o tratar de que no le pegue tan duro un cambio radical.
–¿Y qué implica a nivel local el cambio de gobierno que en unos días habrá también en Uruguay?
–Por supuesto tenemos preocupaciones. Siempre me definí republicano, pero no soy de un partido. No me gusta la política, pero estimo que hay cosas buenas en todas las agrupaciones. Acá tenemos la suerte de tener un Estado estable con gobiernos que cambian. Aunque la política también es bastante estable, no importa quien esté de turno.
–¿Le preocupa el cambio de un gobierno, como el de Luis Lacalle Pou, más de centroderecha, a uno de signo contrario, como el del triunfante Frente Amplio?
–Lo veo complejo. Yamandú Orsi es alguien que no me preocupa en absoluto. Por supuesto que es muy distinto ser intendente en Canelones que presidente. Me preocupa un poco más la vicepresidenta , que no ha hecho cosas muy buenas como intendenta de Montevideo, solo espejitos de colores, conciertos y eventos. Pero la realidad es que Montevideo es un desastre. Hace más de treinta años está en manos del Frente Amplio. Es momento de tener un cambio. La comunicación del FA es muy buena. Han logrado llegarles muy bien a la gente que tiene menos recursos, que es la mayoría, y a los jóvenes, con una maquinaria de adoctrinamiento que es excelente. A nosotros nos falta eso. Es una lástima. El Frente Amplio repite que este gobierno no ha hecho nada, algo que no es así. Es increíble cómo han cambiado las rutas. Hoy te comprás un autito y podés trabajar a distancia, algo que antes era imposible por rutas destrozadas en las que te podías matar en cualquier momento. Se hizo el Hospital del Cerro y miles de cosas así.
–¿Es Uruguay atractivo para invertir?
–En este momento no sé; es la gran incógnita. Al Frente Amplio hay que reconocerle que fue brillante al brindarle una computadora a cada niño. Chicos que hoy tienen más de veinte años y que nacieron con una computadora entre las manos, eso es invalorable hoy. Uruguay, desde esos años, empezó a generar una fama internacional que cuando las empresas buscaban personal especializado en Internet y en el campo virtual, lo hacían acá y hay muchas inversiones interesantes que se han hecho en Uruguay con gran repercusión. Lo fundamental para un país es la estabilidad del sistema legal, que aquí funciona muy bien. Pero el Frente Amplio tiene que hacer su mea culpa en materia de seguridad y educación. Asusta seguir en ese camino del discurso setentista de la lucha de clases y que el sector sindical sea tan protagónico en el gobierno que viene.
–¿Qué cambió en Lapataia, una de las grandes marcas uruguayas y emblema del turismo veraniego, desde que pasó a ser controlado por el Grupo d’Arenberg?
–Volvimos a abrir la fábrica y estamos haciendo dulce de leche de nuevo con la fórmula original. Yo lo que quería era controlar mi producción. El producto que estaban poniendo en los francos no era esa receta. Tuvimos que hacer cambios en el gerenciamiento. Lapataia fue una creación del argentino Francisco Yobino, que además organizaba un festival de jazz. Me imagino que su idea era financiar el festival con el dulce de leche y la parte comercial de Lapataia. En 2007, cuando lo compramos, quedamos que él se iba a ocupar del festival, que no era mi fuerte ni me quería ocupar de eso, y al final hubo un desentendimiento y Francisco se quedó con la mitad del campo, donde sigue haciendo su festival de jazz, y nosotros nos dedicamos a la producción.
–¿Te quedó algún recuerdo previo o posterior del grave accidente que sufriste a comienzos de 2008?
–Lo que es increíble es que cuando una persona pasa por una situación de trauma, el cerebro te borra absolutamente todo lo que pasó ese día. Busqué tratar de acordarme lo que pasó y nada. Me acosté un día y cuando me desperté, un tubo me salía de la boca. Me tuvieron en coma inducido durante cinco días.
–Jorge Lanata decía respecto de algunas de las tantas internaciones que tuvo que no se acordaba de nada, pero que sus sueños eran muy vividos. ¿A vos te pasó algo parecido?
–No, nada. Jorge era un amigo; nos llevábamos muy bien. Pasé por muchas operaciones y en ningún momento tuve ese tipo de sueños. Sí me tuvieron bastante tiempo con morfina, que te deja en un estado maravilloso. Mirás el techo y está todo bien. Muy raro, muy loco. Pasé ocho meses hospitalizado.
–¿Cuánto duró el período crítico?
–Quince días muy complicados. Después me pudieron transferir de Punta del Este al Fleni, de Buenos Aires, y ahí ya empezó otra fase: la de empezar a eliminar problemas. Tuve una ruptura de aorta, me colocaron una endoprótesis, que empezó a tener sus problemitas, y me pusieron un stent para estabilizar la endoprótesis.
–Y, mientras tanto, ¿por qué estados de ánimo atravesabas?
–Mi consigna era “Arreglame que quiero salir de acá”. Lo peor que pasé en el hospital era a la mañana cuando me venían a hacer radiografías de la espalda y de mis vértebras quebradas. Era superdoloroso, una cosa insoportable.
–¿Es posible acostumbrarse al dolor?
–Hoy vivo con dolores neuropáticos. De la cadera para abajo no siento nada, pero tengo zonas donde vos me tocás y es como si se me prendiera fuego, como si me estuvieran quemando. Tomo medicina para que eso baje un poco.
–¿La ropa te molesta?
–Me embroma mucho. El rozamiento es terrible.
–¿Y los zapatos, las medias?
–No, ahí ya no siento nada. Me podés clavar un cuchillo en la pierna y no siento nada. El dolor no es localizado, es un dolor fantasma.
–Algo así como al manco que le duele el brazo que no tiene...
–Totalmente.
–Y a vos, ¿qué zona te duele?
–A mí me dan calambres en las piernas. Los nervios dicen que hay un calambre y el cerebro se lo cree, aunque esos dolores no existan porque no hay nada que me esté punzando. Son fases; a veces me despierto a la noche y no puedo dormir. Yo odio los medicamentos. A mí me das una pildorita y te voy a cuestionar cien veces por qué me la das. En Fleni de Escobar debía tomar 18/20 píldoras por día. Me reuní con el médico y fuimos descartando y eliminando, me quedé solo con dos. Ahora tomo una sola para contrarrestar esos dolores.
–¿Qué lograste reconstruir del día de tu accidente?
–Tuve la suerte de reunirme con un equipo de la policía caminera. Con ellos empezamos a hablar sobre cómo era posible que yo le pegara a un auto de la forma en que sucedió. Los ángulos no dan. Le pego atrás de la rueda trasera a un auto en diagonal. Para pegarle a un auto en ese ángulo con una moto, es imposible que estuviese derechito. Por alguna razón estaba atravesado. El señor que lo manejaba dice que iba tranquilo a 50 kilómetros por hora y que, de repente, alguien le pegó de atrás. No fue así. Creo que él debe haber parado en la playa, entró en la ruta y, la típica de acá, miró una vez y se metió. Vos tenés que mirar, por lo menos, dos veces. Si vos le pegás de atrás con una moto, el auto no se mueve y queda una “V”, con la moto incrustada. Yo vuelo y caigo en la ruta, al costado, en la banquina. Tenía un casco que me compré en Francia, en viaje con mi madre, que me salvó la vida. La policía técnica de Maldonado dictaminó que el cuentakilómetros quedó clavado en 220 y tomaron lo que dijo el tipo, que venía recto a 50 por la ruta 10. Capaz que se abrió para doblar. Eran las 9 de la mañana del 8 de febrero, yo tenía el sol por detrás, con luz y visibilidad perfectas. Después empezaron a decir cualquier cosa, que venía drogado de una fiesta. La verdad es que no iría a más de 110 kilómetros por hora y estoy seguro de que lo que intenté hacer es abrirme para tratar de evitarlo.
–¿Te dio algo el accidente que tanto te quitó?
–Me dio darme cuenta de lo que tengo a mi lado, que es mi familia, un círculo muy restringido en el que solo están mi mujer y mis hijos. Después hay un círculo más grande, con mi madre y otra gente. Pero ese círculo íntimo es algo increíble que tengo y que valoro mucho.
–¿Te cambió la personalidad?
–No me ha cambiado en absoluto la personalidad. He tomado conciencia de ciertos riesgos. Yo era adicto a la adrenalina y hoy tengo que buscar otras pasiones, por ejemplo, lecturas, estar con amigos. Sigo manejando autos deportivos, me divierto con ellos.
–¿Cuándo apareció en vos la pasión por la velocidad?
–Mi madre tenía un muy buen amigo, el “Tano” Pugliese, que hacía surf, y que le pidió a mi madre, cuando volvía de un viaje, que le comprara una tabla de surf. Pero ella compró dos, porque entonces empezaban las tablas con dos quillas y se trae una, de una quilla y otra, de dos. El Tano le dice que solo quería una y que me regalara a mí la otra. Yo tenía siete años. En esa época íbamos mucho a La Pedrera y con el Tano me tiraba al agua. También tuve un tío, que era muy loco , con el que andaba rápido en autos deportivos y motos. Y ya más grande, salíamos los dos juntos en moto y andábamos muy fuerte. Cuando me fui a estudiar a Inglaterra, ni bien podía, me iba con unos amigos a un circuito y hacíamos locuras por todos lados. Lo que no hice fue tirarme de un avión, paracaidismo, caída libre.
–¿Lo harías ahora?
–Ya está. No más sobresaltos.
–Hablame de esa adrenalina que sentías haciendo deportes extremos.
–Es una inyección de energía. La diversión la encontraba en experiencias muy excitantes. Soy, o era, ese tipo de personas que con olas muy grandes por ahí me pegaba terrible palo y decía: “¡Qué bueno que estuvo!; vamos de nuevo”. Jugué también mucho al tenis y al rugby. Ya a los 19 años estaba bastante roto. A los 20 tenía mis achaques. Poco antes del accidente me operé de la espalda porque ya no aguantaba más el dolor, tenía tres discos herniados. Me instrumentaron la espalda con una operación muy novedosa: te ponen una placa en el frente de la espalda que te hace de separación de las vértebras y te da flexibilidad. Eso me cambió radicalmente, me operé en Alemania, en noviembre de 2007. Un mes tuve que pasar tranquilo, a mediados de diciembre me empecé a subir a mi moto y a hacer surf de vuelta, sin dolor en la espalda. No lo podía creer.
–Pero te duró poco: algunas semanas más tarde tuviste el accidente. Estabas en la cima del mundo y te bajaron de un hondazo...
–Pasás por un momento de luto y te das cuenta que no vas a caminar más, pero mi cabeza está cien por ciento funcional. No tengo ningún tipo de problema neurológico ni cognitivo. Tengo dominio de mis brazos y manos y la fuerza del torso, con un equilibrio bastante bueno. Yo soy independiente. Me subo y me bajo de mi auto solo. Pongo la silla dentro del auto y me voy a pasear solo. Los cuadripléjicos no tienen esa suerte.
–¿O sea que te lamentaste poco por lo que te pasó?
–No soy de lamentarme para nada. En toda mi vida asumo mis acciones muy bien.
–Carlitos Páez dice que tuvo dos cordilleras, la del avión y su adicción a la droga, pero casi las convirtió en el trabajo de su vida, al dar constantes conferencias sobre esos temas. ¿Cómo reaccionás cuando la gente recurrentemente te saca el tema?
–Si me quieren sacar el tema, no tengo ningún problema, que lo hagan. Un día entro solo en mi silla al shopping de Punta del Este y voy rápido. De repente, una nenita se me queda mirando y me pregunta por qué estoy en una silla de ruedas. Le explico que tuve un accidente, que no puedo caminar y que uso la silla de ruedas para moverme. La madre llega corriendo y le dice: “Dejalo tranquilo; no lo molestes”. Es al revés: dejala que me pregunte y que vea que soy una persona normal, como cualquier otra, y que la única diferencia es que necesito una silla para moverme.
–¿Cómo encontrás las ciudades? ¿Son accesibles?
–Está mejor, pero falta muchísimo. Acá se hizo un esfuerzo, pero estamos en un país que no tiene los fondos para adaptar las ciudades, pero tendrían que fiscalizar más las leyes que ya existen. Si vas a abrir un hotel nuevo, asegurar que sea cien por ciento accesible. Me ha pasado llegar a un hotel que te dicen que el cuarto está adaptado y cuando vas al baño tiene un escalón. No es solo por quienes tengan problemas como yo. Vamos hacia una población de viejos. En Uruguay usuarios de sillas de ruedas hay muchísimos, pero se quedan en su casa porque las veredas están destrozadas.
–¿Qué proyectás o vivís el día a día?
–Proyectos tengo mil. Me fascinan los autos, me encantaría hacer algo con autos clásicos, armarlos, tipo terapia, como hobbie.