Demi Moore, camino al Oscar en su versión más audaz: “Nadie me ha hecho algo peor que lo que yo me hice a mí misma”
Demi Moore protagoniza una de las películas más audaces y gore que hayan sido nominadas al Oscar: la sátira feminista de horror-corporal La sustancia. A los 62 años, en la pantalla Moore se dis...
Demi Moore protagoniza una de las películas más audaces y gore que hayan sido nominadas al Oscar: la sátira feminista de horror-corporal La sustancia. A los 62 años, en la pantalla Moore se disuelve y muta de manera macabra, con desnudos y primerísimos planos. Y no podría estar más actualizada en el tema. El papel la obligó a enfrentarse “con flashes de inseguridades propias y mi propio ego”, explica Moore. “Me pedían que compartiera cosas que no necesariamente quiero que la gente vea”.
Vestida informalmente de negro y con grandes anteojos, cruzando o replegando las piernas en el sofá de su oficina, Moore dice que rodar la película con esa sensación de incomodidad “fue un regalo, el costado bueno, una bendición o como se lo quiera llamar, y cuando sacás todo eso afuera, ¿qué te queda? Ya no hay donde esconderse. Así que dejarme llevar fue otra capa de liberación para mí”. Por esa actuación, acaba de ganar el premio Critics Choice a la mejor actriz.
Para su amigo y director creativo Ryan Murphy, que fue quien el año pasado la convenció de trabajar con él en Feud: Capote vs. The Swans, ya era hora de un resurgimiento de Moore como referente profesional y cultural. Murphy dice que Moore tiene la belleza y el aura de una estrella de cine de la vieja escuela, con la disciplina profesional acorde, pero con la flexibilidad de una buscadora: “Ella se anima a cualquier cosa”, remarca. “Es una pionera. Todo el mundo sabe lo que ha hecho por nuestra industria y por las mujeres en general. Es una de las personas emocionalmente más inteligentes que uno pueda conocer. Siempre que tengo un dilema emocional o necesito un consejo, no voy a mi psiquiatra, recurro a ella”.
Moore también es la favorita al Oscar a la mejor actriz por su papel en La sustancia, donde interpreta a Elisabeth Sparkle, una exestrella de cine que se convierte en instructora de fitness de televisión y que es echada sin miramientos por el pecado que Hollywood no perdona: tener más de 50 años.
La desesperada solución del personaje es inyectarse la misteriosa “sustancia” a la que hace referencia el título de la película y dar a luz, a través de una herida abierta en su columna vertebral, a una versión más joven de ella misma, llamada Sue (Margaret Qualley). Se supone que una y otra deben intercambiarse cada semana: mientras una está en estado vegetativo, la otra sale a la vida. Pero en esa batalla por lograr una carne núbil —y por lo tanto la popularidad—, Elisabeth cae derrotada, y de manera grotesca.
La sustancia rompe un poco con el género: Moore ha descrito el proyecto como una mezcla entre El retrato de Dorian Gray, el clásico de Oscar Wilde, la película La muerte le sienta bien, aclamada comedia negra de 1992, y los videos de ejercicios de Jane Fonda. La sustancia también compite por el premio a la mejor película, y la cineasta francesa Coralie Fargeat fue nominada a mejor dirección y mejor guion.
Más que una metáforaEl film ha generado debate principalmente por su mensaje nada sutil, pero la singular elección de Moore, que también basó su interpretación en su pasado real como símbolo sexual venerado y vapuleado a la vez, no es tan solo una metáfora. Su actuación es fascinantemente física, una hazaña de alcance emocional casi sin palabras: tiene pocas líneas de diálogo, aparece muy poco en pantalla junto a un coprotagonista y se comunica principalmente a través de planos muy cerrados, que suelen ser cuando se mira en el espejo, “que no es realmente el lugar más agradable para estar”, dice Moore, “porque en el reflejo siempre estamos buscando algo que no nos guste”.
Hasta su estreno en el Festival de Cine de Cannes, en mayo pasado, Moore ni siquiera estaba segura de que la película fuese a funcionar y terminó ganando la Palma al mejor guion. Y su actuación quedó inmediatamente marcada de manera indeleble e inesperada: la voz ronca de la actriz es una de sus marcas registradas, pero a Murphy lo sorprendió “lo poderosos que eran también sus silencios”.
Margareth Qualley, “la otra Moore” de la película, habla efusivamente acerca de su coprotagonista. “Demi es la mágica mezcla de profunda consideración con el otro y de capacidad de vivir con valentía en el presente”, dice, y agrega que durante el rodaje aprendió algo todos los días y que su colaboración con Moore fue “uno de los grandes regalos” que le dio la vida.
La producción se extendió por cinco meses y medio en Francia y también fue una de las más extenuantes de los 40 años de carrera de Moore. G.I. Jane, el drama de acción de 1997 dirigido por Ridley Scott, donde tuvo que ponerse en forma para interpretar a una recluta estilo SEAL de la Marina, “fue físicamente muy desafiante”, cuenta Moore, “pero era un personaje muy sencillo, y éste fue física y emocionalmente agotador día tras día, todos los días. Hasta las escenas más simples”.
Sin embargo, era el salto que buscaba después de estar alejada intermitentemente de la actuación desde hace años: primero, poco después de su apogeo en los 90, para criar a las tres hijas que comparte con Bruce Willis, su exmarido, y luego para hacer un balance de su propia vida. Uno de los frutos de ese período fue su descarnada y exitosa autobiografía de 2019, Inside Out, un libro donde detalla, entre muchos otros traumas, los trastornos alimentarios y el exceso de entrenamiento físico al que se sometió durante años —llegó a ponerle un candado a la heladera— y cómo emergió de esa experiencia con una imagen mucho menos fragmentada de sí misma.
El rol protagónico en La sustancia no le llegó de regalo: Fargeat evaluó a otras actrices, y ella y Moore mantuvieron media docena de reuniones hasta finalizar el casting. En uno de esos encuentros, Moore le regaló un ejemplar de su autobiografía, un vehículo claro y directo, cuenta la actriz, de mostrarle a la directora hasta qué punto se identificaba con la historia de la película, “pero no desde el lugar de la herida, sino desde el lugar de una verdadera sanación”.
A Moore no le interesaba repartir culpas. “Miren, la marginación de las mujeres a partir de cierta edad, particularmente en la industria del entretenimiento, es el dato menos novedoso de toda la película”, apunta. Tampoco se limitó a destacar lo que llama “ese estado doloroso que creo que todos hemos experimentado, porque somos humanos, que es la de compararnos y caer en desesperación”. Lo que la atrajo del guion fue la forma en que esos impulsos se volcaban violentamente hacia adentro. “Porque puedo decir con honestidad que nadie me ha hecho algo peor que lo que yo me he hecho a mí misma”.
Moore agrega que existe un abismo entre ella y el solitario personaje de Elisabeth, obsesionada con su carrera, pero agrega: “Emocionalmente, no tuve que esforzarme tanto: era una experiencia que tenía muy a mano, que entendía íntimamente”. Las imperfecciones, aprendió, es bueno que se noten. “No es que me guste tener cicatrices y ser vulnerable, pero es un lugar muy rico para explorar. Además, mi otro costado siempre es mejor”.
Traducción de Jaime Arrambide