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¿Y el apellido?

Somos muchos los Silvio Rodríguez, con la única diferencia de que, mientras a él se le perdió un unicornio azul, nosotros perdimos el apellido, al menos uno de esos que suenan como tal. En su l...

Somos muchos los Silvio Rodríguez, con la única diferencia de que, mientras a él se le perdió un unicornio azul, nosotros perdimos el apellido, al menos uno de esos que suenan como tal. En su lugar, vamos por la vida con varios nombres. Una orfandad que nos obliga a explicar todo el tiempo cómo tienen que inscribirnos, sea donde fuere.

“¿Apellido?”, pregunta la ejecutiva de cuentas. “Guadalupe”. “¿Y el apellido?”, insiste... Se le reitera la respuesta. La mujer se ríe y pide disculpas. En realidad, no tiene por qué pedirlas, pero se le agradece el gesto, hasta que empieza a justificarse diciendo que solo conocía Guadalupe como nombre, que tiene una sobrina que se llama Guadalupe y que qué raro, y que no le había pasado eso antes… Nada que no escuchemos los desapellidados cada vez que hacemos un trámite. Confiada en haber aclarado el asunto con la señora del banco, esperé en casa que me llegara la tarjeta de crédito. Caos. El segundo nombre terminó siendo apellido; el apellido, el primer nombre y el primero desapareció del plástico… De vuelta al banco.

¿Por qué traer a cuento este tema tan personal? Porque en menos de una semana, me encontré con otros dos “huérfanos”, cuyas anécdotas me hicieron sentir menos sola. Yo misma casi caigo en el bruto pecado del ninguneo. Estaba editando una nota y protesté cuando vi que el autor se había olvidado de consignar el apellido de una senadora. Escribió Andrea Cristina. ¿Y el apellido?, me pregunté faltándonos el respeto a ambas. No contenta con confirmar que realmente se llama Cristina de apellido -me imaginé los chistes que le harían, siendo que la Cristina previa que dominaba el Senado era Kirchner y esta senadora es de Juntos por el Cambio-, me comuniqué con ella. “Tener un apellido que es un nombre es tener tres nombres y tres apellidos. Cuando no estoy en una lista, me busco en la C, en la A y después en la M (por Marcela, su segundo nombre). Tanto me dicen Cris, que lo adopté como nombre”, comenta la senadora. Lo más simpático del despacho de esta legisladora nacional por Chubut es que uno de sus colaboradores se llama Martín César. Sí, querido lector, César de apellido. El desapellidado muchacho también me contó sus padeceres, como cuando una profesora lo amonestó porque, al requerirle el apellido y decirle “César”, pensó que se le estaba retobando.

Lo mismo le pasó al conserje del hotel de Córdoba que hace muchos años me dio ingreso junto con el director y el fotógrafo de la revista en la que trabajaba. ¿Nombres completos?, nos preguntó. Tras escuchar el mío, se identificaron mis compañeros: Roberto Antonio y Jorge Rosa. “¿Me están cargando?”, nos ladró.

Ya sé que con todos los problemas que tenemos, este puede parecer insignificante. Sin embargo, no lo es. Mire lo que le pasó a un reconocido médico de zona sur. Cuando su padre fue a anotarlo en el registro civil, le dijo al empleado que el bebé se llamaba Esteban. “¿Y el apellido?”, le preguntó el burócrata insensible sin prestar demasiada atención. Esteban, le reiteró el padre de la criatura. ¿Cómo quedó inscripto el chico? Esteban Esteban. No hay derecho.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/y-el-apellido-nid02032025/

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