Victoria Ocampo, figura irrepetible con un legado sin fin
No parece razonable que el recuerdo de Victoria Ocampo solo aflore cada 27 de enero, cuando se conmemora un nuevo aniversario de su fallecimiento. La suya fue una figura irrepetible de la cultura a...
No parece razonable que el recuerdo de Victoria Ocampo solo aflore cada 27 de enero, cuando se conmemora un nuevo aniversario de su fallecimiento. La suya fue una figura irrepetible de la cultura argentina y mundial que merece ser evocada todos los días. Como escritora, editora, traductora y mecenas, Victoria dedicó su vida a abrir horizontes literarios y culturales desde su Argentina natal hacia el mundo. Nació un 7 de abril de 1890 como Ramona Victoria Epifania Rufina Ocampo, y falleció el 27 de enero de 1979.
Fue la mayor de cinco hermanas, y sus estudios, como correspondía a las familias patricias y adineradas de la época, fue con institutrices, que le dieron el francés como lengua materna, incorporando el inglés y el castellano posteriormente. Victoria Ocampo es, sin lugar a dudas, sinónimo de la revista Sur, la principal publicación literaria hispanoamericana del siglo XX. Fundada en 1931, no solo fue un espacio de difusión de autores ya consagrados, sino la plataforma de despegue para otros, que, como Borges, publicaron allí muchas de las obras que luego les darían trascendencia. Tanto la revista Sur como, a partir de 1933, la editorial homónima fueron también vehículos eficaces para el descubrimiento de nuevos talentos. Bajo la inspiración de Victoria se publicaron por primera vez en castellano obras de Virginia Woolf, Albert Camus, William Faulkner, Giuseppe Ungaretti, Thomas Merton y Carl Jung, entre muchos otros. El instinto de Victoria para reconocer el genio antes de su consagración global fue excepcional.
A pesar de su conexión con las vanguardias europeas, Victoria nunca perdió de vista su amor por la Argentina. Si Sur fue un espacio para reflexionar sobre la identidad nacional, el papel de la mujer y los dilemas de su tiempo, Victoria fue una protagonista activa de los debates que esas cuestiones generaron. Su compromiso cívico la llevó a enfrentar dictaduras aquí y en el extranjero y defender la libertad de expresión en momentos en que hacerlo era peligroso. Su espíritu liberal y su valentía la hicieron una figura polémica pero respetada incluso por sus detractores.
Con obras como La laguna de los nenúfares, su Autobiografía y los Testimonios, y con el empuje dado por su intensa relación con Virginia Woolf, Victoria rompió con los clisés de su época, explorando desde la escritura su propia subjetividad y cuestionando los roles impuestos a las mujeres. Su honestidad y profundidad inspiraron a generaciones posteriores de escritoras. Cultivó la amistad de Gabriela Mistral y Rabindranath Tagore.
Para la época, Victoria no tenía marco existencial… fumaba en público, manejaba un auto, se bañaba en el mar, amaba andar a caballo, se enamoró de sus anteojos de marfil blanco con cristales verdes y los incorporó a su imagen. También usaba habitualmente violetas en las solapas de sus vestidos. Sus diferentes casas fueron escenario de tertulias de intelectuales donde la política y las libertades encendían polémicas y no faltaba el humor, se sucedían las reflexiones y se tejían historias.
En 1936 funda la Unión Argentina de Mujeres, una organización orientada a manifestarse públicamente contra la marginación de las mujeres. Fue una fuerte semilla sobre el rol de la mujer en un universo machista. Sin decirlo se autoproclama ferviente feminista.
La vida del épico Lawrence de Arabia la deslumbró, pero su trágico fallecimiento la lleva a mantener largos encuentros con sus familiares, de donde toma abundante información que le permitió luego dejar por escrito sus ricas impresiones sobre este personaje.
Durante el juicio de Núremberg, en un reconocimiento extraordinario, fue invitada a una sesión de aquel tribunal, donde se juzgaron los crímenes de la Segunda Guerra Mundial.
Su militancia antiperonista la llevó en 1953 a la cárcel del Buen Pastor, reservada para mujeres, donde permaneció 26 días en celdas comunes, en condiciones indignas y humillantes, con otras detenidas, una prisión sin causa ni jueces.
Frente a estas conductas ruidosas, muy silenciosamente se hizo cargo oportunamente de donar tres toneladas de alimentos sobre el final de la Segunda Guerra Mundial para ayudar a los países europeos que padecían hambrunas… conducta solidaria como pocas y por demás atípica para una intelectual.
En 1962, conoce Londres, a Los Beatles y se entrega apasionadamente, como una juvenil “fan”, a su adoración, tanto que la lleva a comprar y usar con cierto desenfado una peluca que imitaba el corte de pelo de los músicos de Liverpool.
Había conocido la arquitectura, acompañando ciertos arreglos en un gran galpón en Mar del Plata, que le sirvieron de inspiración para su icónica casa de Rufino de Elizalde, hoy sede del Fondo Nacional de las Artes. La casa fue puesta por Ocampo en manos del arquitecto Alejandro Bustillo, en la década de los años 1920, después de enviarle a Le Corbusier algunos bocetos que nunca despertaron grandes ánimos. Es justo decir que cuando conoció la casa, en 1929, Le Corbusier la bendijo y aplaudió a su propietaria, por su audacia y genio.
Cabe recordar que la casa pasó por distintos dueños hasta que Claudia Sánchez, ese entrañable personaje de Buenos Aires, la descubre y, después de mucho andar, consigue comprarla. Por seis meses se encargó de quitarle a aquella casa absolutamente racionalista molduras, colores, paneles de madera y distintos detalles que la habían deformado. La despojó de todo, un solo cuadro la adornaba y todas las fundas de los sillones y las cortinas pasaron a ser de color blanco. Austeridad, sobriedad y ningún rastro de opulencia. Solo reinaba, en el gran salón, un inmenso piano negro.
Todo esto sin olvidar la casa de Mar del Plata, que fue traída desde Inglaterra en 1912 por su abuela, una prefabricada totalmente de madera, lugar icónico de reunión de artistas y personajes de la cultura cerca del mar y a la que Victoria hizo lucir por décadas.
Párrafo aparte merece la casa donde vive y fallece en Beccar, provincia de Buenos Aires, su último y gran museo, donado a la Unesco oportunamente. Esas paredes son testimonio de su cáncer de laringe, contra el cual luchó por años.
Aportó su genio y su generosidad presidiendo el Fondo Nacional de la Artes, desde 1958 hasta 1973. Fue galardonada con premios internacionales en reiteradas ocasiones.
Victoria Ocampo no solo impregnó todo el siglo pasado con su estilo y su pluma, nos dejó un legado que perdura y sigue inspirando.
Sostuvo que la cultura puede cambiar al mundo, y es por eso que su legado no tiene fin.
Honrémoslo siempre, y en todo momento.ß
Negri es presidente de la Fundación Sur