Un recuerdo entre los pupitres y lo que tienen en común Pinky, Zunino, Gasalla y De Pablo
El próximo martes la Escuela Juan Bautista de la Salle, popularmente conocida como Escuela Nacional de Comercio de Ramos Mejía, cumplirá sus primeros 100 años de vida. Lo que tengo en común co...
El próximo martes la Escuela Juan Bautista de la Salle, popularmente conocida como Escuela Nacional de Comercio de Ramos Mejía, cumplirá sus primeros 100 años de vida. Lo que tengo en común con Pinky, Gasalla, Zunino e Ignacio González García, síndico de LA NACION, es que estudiamos allí. La ocasión merita para entrevistar a mi profesor de economía política, quien me enseñó algo más importante que los beneficios y los riesgos de la división del trabajo, o el concepto de costo de oportunidad.
Me refiero al argentino Pastor Sastre, nacido en Córdoba en 1914 y doctor en Derecho por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Fue secretario de Gobierno y Hacienda y de Obras Públicas e Higiene en la Municipalidad de Córdoba. También fue fiscal de Estado y Tierras Públicas en la provincia de Córdoba, abogado del Banco Hipotecario Nacional, y subasesor legal y subgerente del Banco Central. Dictó varias materias en el Comercial de Ramos y también fue profesor de Raúl Ernesto Cuello en el Colegio de Comercio Joaquín V. González, turno noche.
–Además de dictar clases, también escribió varios libros de texto, que publicó durante la década de 1950.
–Así es. Legislación fiscal y derecho administrativo, Derecho administrativo, Derecho comercial, Economía política, Manual de la Constitución, Instrucción cívica y Derecho usual y práctica forense.
–Fui alumno suyo en 1959 y, por razones obvias, me quiero concentrar en el libro de texto que utilizó en su curso de economía política.
–Adelante.
–Jefe, con el mayor de mis respetos, en su libro no hay ningún gráfico, ni siquiera el de oferta y demanda; no existe una sola serie estadística y solo hay una fórmula: la de los índices de precios.
–De Pablo, estamos de festejos por el centenario del Comercial de Ramos y usted me entrevista para humillarme.
–De ninguna manera profesor, porque lo que quiero destacar es que, como suele ocurrir, el libro tiene un texto y un prólogo, y me gustaría que usted glosara este último.
–Con gusto. Dije entonces: “La esencia pedagógica consiste en evitar sufrimientos a la juventud que acude a las aulas para aprender. Bondad en el profesor, suprema comprensión, ver lo profundamente humano de cada joven, auscultar sus problemas e inquietudes, guiarlos con mano firme, maestra, convincente y persuasiva, despertarlo a la vida, estimularlo, dirigirlo, enderezarlo, proceder sin renunciamientos, con franqueza y sin reacciones mezquinas, sembrando y actuando en forma ejemplar y generosa, allí donde el espíritu ignaro reacciona con encono. El clamor es aprender sin sufrir, sin tortura, y de allí la responsabilidad del profesor que hace agradable la enseñanza, atrayente y seductora, conduciendo y contribuyendo a formar espíritus firmes, leales a sanos principios, en un ambiente feliz al cual nadie acude con temor. Por eso, en los dinteles de las aulas debería existir esta inscripción: aquí se aprende a vivir”.
–Una maravilla. Usted se preguntará por qué su curso me resulta inolvidable.
–Estoy ansioso por saberlo.
–Se lo digo de frente: porque, más allá de lo que usted anotaba en el libro de temas a desarrollar en cada clase, no basó el curso en el texto del libro, sino en el prólogo.
–Lo recuerdo bien. Recorría el paso del medio del aula y me quedaba parado al fondo, obligando a todos ustedes a darse vuelta para seguir la clase. Que era un diálogo, a partir de la realidad. La cual, como de costumbre, era muy intensa. En Cuba, Fidel Castro se había hecho cargo del gobierno, luego de la revolución que echó a Fulgencio Bautista, y en la Argentina gobernaba Arturo Frondizi, enfrentado a los militares y luchando contra la crisis económica generada por el plan de estabilización lanzado a fines de 1958.
–Recuerdo, además, que uno de los alumnos era de apellido Castro y, encima, decía que era comunista. Ideal para pulsear.
–Pero al servicio de la pedagogía, nunca de hacer sentir mal al alumno, quien obviamente está en situación de desventaja. Por eso, leí con beneplácito el homenaje que el comunista Paul Marlor Sweezy le hizo al conservador Joseph Alois Schumpeter, quien había sido su alumno y ayudante de investigación, cuando dijo: “A Schumpeter no le importaba lo que pensábamos, mientras pensáramos”. ¿Fui yo el único profesor del Comercial de Ramos que recuerda con respeto y cariño?
–No. Llegué a Harvard con el inglés oral que aprendí en la escuela secundaria. Trabajando en el Instituto Torcuato Di Tella me familiaricé con la terminología técnica, leyendo las revistas especializadas. Mi cariño por las matemáticas se debe a los buenos profesores que tuve, porque un buen profesor le hace amar su materia a sus alumnos.
–Por lo que leí en sus memorias, publicadas a mediados de la década de 1990, no tuve ninguna injerencia en el hecho de que usted estudiara economía. Por empezar, porque su familia no esperaba que usted cursara una carrera universitaria.
–Así es. Por eso soy perito mercantil y no bachiller. Pero, cuando en 1959 terminé la escuela secundaria, ya trabajaba y le dije a mi papá que estudiaría en la Universidad Católica Argentina (UCA) y que, naturalmente, me la iba a pagar yo.
–Estoy sorprendido, ¿usted trabajaba de cadete y ayudante de contador, en el estudio que tenía Guillermo Lladó, y con lo que ganaba se podía pagar una universidad privada?
–Le doy los números: en 1960 yo ganaba 12 dólares mensuales y la UCA costaba 1 dólar por mes.
–¿No habrá un error tipográfico? ¿Un dólar por mes?
–Efectivamente. Y como las clases eran vespertinas, podía trabajar. Siga leyendo mis memorias, para saber cómo llego a estudiar economía.
–En aquel momento en la UCA había dos carreras: licenciado en Administración de Empresas y en Economía. Los dos primeros años tenían las mismas materias, de manera que había que optar al comienzo del tercer año. Lo que sigue ilustra la relevancia de la película Match point de Woody Allen. Usted menciona un diálogo que tuvo con Lladó, quien, luego de mirar la lista de materias, le aconsejó que optara por economía, “porque tiene más polenta”. Entonces, usted hizo una pregunta obvia: ¿de qué voy a trabajar cuando me reciba? A lo cual Lladó respondió que el trabajo lo da la capacidad, no la profesión. Y entonces fue a la UCA se anotó en economía y desarrolló una notable carrera.
–Refiero esta anécdota a mis alumnos por si, cuando están eligiendo qué estudiar, no sienten el “fuego sagrado” que, supongo, perciben los sacerdotes y los rabinos.
–Buen punto. En todas las profesiones, no solo en economía, existen muchísimos casos de personas que eligieron qué estudiar por accidente o para cerca de algún ser querido. La crisis de la década de 1930 volcó a muchos seres humanos a estudiar economía, porque querían saber qué ocurría y qué se podría hacer al respecto.
–Recordadísimo profesor Sastre, muchas gracias.