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Reformar sí, pero con un diálogo constructivo y sin revanchismos

En la serie Chernobyl hay una escena en la que soldados soviéticos comparten un almuerzo. La elocuencia de la destrucción convive con un cartel que presagia un futuro de socialismo y fraternidad ...

En la serie Chernobyl hay una escena en la que soldados soviéticos comparten un almuerzo. La elocuencia de la destrucción convive con un cartel que presagia un futuro de socialismo y fraternidad para todos los pueblos. Como es evidente, la propaganda (aun la monopólica) encuentra restricciones frente a los hechos.

En una sociedad democrática, donde la diversidad de mensajes debe enriquecer la conversación pública, la propaganda no oprime del mismo modo, pero entorpece la creatividad y dilata las correcciones oportunas.

Muchas veces no nos damos cuenta de lo que verdaderamente sucede porque el clima de época naturaliza las circunstancias. Una vez pasado el tiempo, el cambio de perspectiva pone en evidencia los aspectos soslayados o los filtros que nos impedían un juicio menos influido por el ruido del momento.

El mundo occidental –no solo la Argentina– está viviendo un tiempo marcado por la irascibilidad. La popularidad que han adquirido los líderes que desprecian las formas merece un análisis detenido. Aunque no comparto en absoluto el estilo agresivo de exponer y debatir, creo que esa estética ha podido emerger, entre otras cosas, porque las sociedades consideran que tales modos no son el prolegómeno de una violencia mayor. La atmósfera que rodea estas expresiones es una mezcla de reacción frente a la cultura woke y la ruptura de los corsets comunicacionales de la prensa tradicional, que actuaban como filtro de la conversación pública.

Sin embargo, no es necesario fantasear con una espiral de agresividad para poner en cuestión lo que está sucediendo. En la Argentina, en nombre de la libertad (debe haber pocas palabras con evocaciones más positivas), se ha desatado una amplia movilización revanchista, cuya orientación en absoluto está dirigida a ampliar y mejorar los términos del debate público e incrementar las opciones en esa arena, sino que más bien sus fines parecen ser otros totalmente diferentes: condicionar la disidencia y construir una épica presente en base a una nueva relectura de la historia. Un nuevo revisionismo romántico y mutilador. Me recuerda a una época vivida no hace muchos años.

Los apoyos de dicha operación son sencillos y consistentes: el fracaso económico kirchnerista y la recuperación de una vocación de orden en el espacio público, frente al gobierno anterior, que pretendía ser garantista cuando en realidad abandonaba a la sociedad.

Soy de los que creen que la necesidad de reformas no justifica –ni ahora ni antes– la cancelación o el desprecio por la opinión ajena. Es paradojal que quienes definen al liberalismo como el respeto irrestricto a la vida “del otro” pretendan sistemáticamente descalificar las opiniones “del otro”. En especial, cuando ese ejercicio se transforma en una práctica de rutina y no en un exabrupto ocasional.

La idea de una verdad absoluta y superadora sobrevuela el discurso oficial, sin matices. Sin embargo, el revanchismo muestra su cara menos sensible, no estrictamente en el debate político, sino en el plano discursivo-cultural. Generalmente se apela a modos de comunicación descentralizados, pero perfectamente coordinados, desde una perspectiva paraestatal. Es pertinaz el ataque a colectivos específicos. Se señala con el dedo a grupos particulares, ignorando (o resultándoles indiferentes) las reacciones que se están incubando, en vista de cómo se podrían ver afectadas estas generaciones y las venideras.

La narrativa oficialista, rústica y al mismo tiempo eficaz, conjuga una amalgama de razonamientos, verdades a medias, mentiras abiertas, prejuicios y simplificaciones, que pueden resultar insoportables.

No llegamos hasta acá casualmente, hay responsabilidad indudable e ineludible de las fuerzas políticas que abusaron (abusamos) de la procrastinación, la pereza intelectual y el uso irresponsable de los recursos públicos y del aparato estatal. También se abusó de una retórica consensualista vacía. La pérdida de calidad democrática argentina no la construyó Milei en 2024, sino que es el resultado de una cultura política que incluye a Milei y su narrativa antiinstitucional, pero lo excede por mucho.

Mientras los que rodean al Presidente creen que sin un triunfo excluyente de sus ideas refundacionales las reformas económicas son frágiles, una visión alternativa sostiene que sin un consenso pragmático en torno a la administración de los recursos, la esencialidad de ciertos bienes públicos, el modo de distribuir el esfuerzo social, la reconfiguración territorial del país, la sostenibilidad de las actividades económicas y un modelo de convivencia menos agresivo, puede que vivamos una época tan prometedora como efímera. Sobre todo si los resultados materiales no responden a las expectativas (que hoy son bajas, pero que no serán eternamente bajas).

Transformar la estructura económica argentina generará ganadores y perdedores. Es deber esencial de la política no soslayar este aspecto e introducir marcos que rompan los esquemas de “suma cero”. Las transformaciones requieren visión y decisión, tanto como un indispensable respaldo no circunstancial.

Hasta ahora la carga ha sido muy despareja, y para adelante la tentación de los recursos no renovables, según cómo se gestione, puede llevarnos o no al desarrollo.

Así como el consenso vacuo erosiona a la política, el desprecio por la negociación y los acuerdos transparentes de largo plazo también impide la capacidad de transformación .

El Presidente tiene crédito en materia de inflación y negarlo sería absurdo. El mérito lo comparte con la parte de la sociedad argentina que soportó el ajuste en la convicción de que se trata de un esfuerzo imprescindible. Ese éxito y, sobre todo, el miedo a volver a un populismo agotado generan estas semanas de esplendor oficialista. La historia está llena de estos episodios.

La Argentina no necesita de los insultos, no necesita la repetición de lugares comunes tan usuales en la política, no necesita reeditar tensiones y tampoco necesita una defraudación más.

Frente al revanchismo, el país requiere una alternativa política. No se trata de invocar la idea de “centro” como salvaguarda frente al kirchnerismo y La Libertad Avanza. La Argentina requiere la construcción de un reformismo con sentido contemporáneo, que dé cuenta de los desafíos del mundo de hoy, y no de una agenda caduca. Que acepte la necesidad de una reforma profunda del sector público, que no haga del diálogo una distracción sino una construcción, que verdaderamente sea anticorporativo (en un país amañado por intereses sectoriales), que no renuncie al debate ético sobre la administración y que conjugue la necesidad de responsabilidad pública con eficiencia económica y sensibilidad social.

Un verdadero desafío no es mejorar el modo de hacer propaganda, sino el modo de resolver los problemas. El clima de época es revanchista, pero el futuro no es la proyección de ese presente: es lo que nuestra vocación, creatividad y capacidad de trabajo colectivo lleguen a permitir. ß

Diputado nacional (UCR - Provincia de Buenos Aires)

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/reformar-si-pero-con-un-dialogo-constructivo-y-sin-revanchismos-nid21012025/

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