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Los años 70. Un debate necesario para salir de la grieta

¡Bienvenidos los debates democráticos! Son la esencia misma de la democracia liberal y republicana establecida en nuestra Constitución, tan devaluada hoy y tan necesaria. Es el único sistema po...

¡Bienvenidos los debates democráticos! Son la esencia misma de la democracia liberal y republicana establecida en nuestra Constitución, tan devaluada hoy y tan necesaria. Es el único sistema político basado en la posibilidad de disentir y criticar libremente las opiniones y actitudes de nuestros conciudadanos, políticos y hasta del mismísimo presidente de la Nación, sin ser penalizados por disidentes, destituyentes, traidores a la patria, golpistas o subversivos, como ocurre en las dictaduras o en regímenes autoritarios. El límite son la Constitución y las leyes que garantizan la libertad de expresión y los derechos humanos. Agregaría, “y los buenos modales”, sin ellos la convivencia cívica puede desembocar en odio, violencia y barbarie. Una situación a la que nunca más deberíamos volver.

Me enorgullece que dos pesos pesados del pensamiento y la academia como Alejandro Katz y Hugo Vezzetti hayan unido fuerzas para refutar el contenido de mi artículo, “El Pacto Democrático de 1983, amenazado”, publicado aquí en el suplemento Ideas. Lamento, eso sí, que para criticar mis reflexiones acerca del legado de Alfonsín en materia de derechos humanos y las políticas a mi juicio equivocadas del peronismo en este tema, hayan recurrido no solo a la crítica de ideas, que es legítima, sino a las descalificaciones personales, atribuyéndome intenciones ulteriores que no tengo ni se desprenden de mi texto. Pero vamos al quid de la cuestión.

Al leer la dura respuesta que Katz y Vezzetti, “Pasado y presente de la amenaza al ethos democrático”, tuve el impulso de buscar en mi biblioteca un ensayo conmovedor que me marcó profundamente. Me refiero al libro de Héctor Leis Un testamento de los años 70, publicado en 2013, poco antes de morir. Leis cuenta que de joven fue comunista, peronista y combatiente montonero. Estuvo un año y medio preso, fue amnistiado por Cámpora y continuó la lucha armada contra los gobiernos democráticamente elegidos de Domingo e Isabel Perón. Después del golpe militar pidió asilo político en Brasil, donde vivió hasta su muerte. Con su experiencia de profesor en ciencias políticas y doctor en filosofía, además de guerrillero, hizo una durísima crítica al terrorismo revolucionario y, muy especialmente, a Montoneros y las políticas de memoria y justicia del peronismo durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Un testimonio impacta por su honestidad política y hondura existencial. Desde que lo leí, hace más de una década, quedó resonando en mí una inusual advertencia que hace en la página 85. Quise refrescarla para incluirla en la respuesta a mis polemistas. Dice así: “Para algunos politólogos, la democracia argentina continúa en su proceso de consolidación. Estoy en desacuerdo… me permito aventurar que al final de la era Kirchner el país podría asistir a un nuevo ciclo de violencia entre argentinos. La guerra civil argentina todavía no terminó y en los últimos años no se ha avanzado en la dirección de la pacificación sino en la del retorno al pasado. Es importante entender la sobredeterminación del presente por el pasado en la Argentina; eso ocurrió en los 70 y continuará ocurriendo en el futuro, por lo menos hasta que los argentinos se sientan parte otra vez de una historia común”.

Leis hace una pregunta que creo fundamental: ‘¿Fueron los 70 una anomalía o fueron parte de una serie mayor de acontecimientos?’

Hoy no estamos “en un nuevo ciclo de violencia entre argentinos”, pero el odio discursivo basado en la lógica amigo-enemigo y la grieta que se promovió desde el gobierno kirchnerista-peronista a partir de 2003, se agravó con la llegada de Javier Milei a la presidencia. Leis dice que vivimos en “un estado de guerra latente”. Su hipótesis es que desde su nacimiento en el siglo XIX, la Argentina “fue acunada en una guerra civil que se internalizó en el inconsciente colectivo, que los argentinos se acostumbraron a vivir en estado de guerra permanente, manifiesto o latente, que la paz los aburre”.

Hace una pregunta que creo fundamental: “¿Fueron los 70 una anomalía o fueron parte de una serie mayor de acontecimientos?”. Leis señala que “se corre el riesgo de interpretar los hechos de la década del 70 como singulares, como algo que ‘nunca más’ se repetiría. Pero la historia argentina está repleta de ‘nunca más’ no atendidos”.

Atender esos “nunca más” mal resueltos es el único objetivo de mi artículo, así como del compromiso cívico que me guía desde siempre. Deseo que nuestro país salga de la postración ideológica, social y económica en que se encuentra. El tema de los derechos humanos para mí es fundamental. No podemos seguir viviendo entre cadáveres, atacándonos de un lado y del otro con los muertos. Necesitamos abrir un debate profundo, honesto y compasivo sobre la responsabilidad del conjunto de la sociedad, no solo de los militares, también de la guerrilla y demás actores políticos y sociales, para emprender un nuevo comienzo sobre bases más verdaderas y justas.

Si hay amnistía debe existir para todos; si hay juicios de responsabiidad individual, deben existir igualmente para todos

En su ensayo, Leis explica con crudeza las consecuencias injustas de los indultos de Menem y la reapertura unilateral de los juicios contra militares impulsados por el kirchnerismo: “Existe una fuerte dosis de cinismo cuando una sociedad juzga las acciones de un bando de acuerdo con un presupuesto y las acciones del bando contrario de acuerdo con otro. En otras palabras: dos varas y dos medidas son la peor receta para hacer justicia, desde que nuestros ancestros salieron de las cavernas. Si hay amnistía debe existir para todos; si hay juicios de responsabiidad individual, deben existir igualmente para todos. La memoria histórica que justifica la aplicación del paradigma marxista-colectivista para disculpar a los revolucionarios y liberal-individualista para culpar a los militares no es inocente: es intencionalmente perversa con la comunidad como un todo”.

Al releer Un testamento descubrí cosas que había olvidado.

En primer lugar, que el editor del libro fue Alejandro Katz. Tal vez me lo dio o lo compré cuando a ambos nos preocupaba el cariz antidemocrático que había tomado el gobierno de Cristina Kirchner. En segundo lugar, que Graciela Fernández Meijide y Beatriz Sarlo lo prologaron. Ambas escribieron cosas muy fuertes sobre la manipulación del pasado y los derechos humanos por parte del peronismo. ¿Por qué mi artículo enojó tanto a mis interlocutores? ¿Solo la izquierda puede criticar al peronismo?

Graciela Fernández Meijide escribió en 2013: “Ante la malversación de la memoria histórica que hoy perpetra el oficialismo, junto con algunos emblemáticos organismos de derechos humanos y ex guerrilleros que se cobijan bajo las alas del poder, el autor reflexiona sobre aquello que nos pasó y nunca debió habernos pasado en los años 70″.

Beatriz Sarlo fue más categórica. Afirmó que Un testamento puede leerse “como un ensayo que polemiza abiertamente con las posiciones que impiden disentir con el Gran Acuerdo sobre la violencia de los setenta y el terrorismo de Estado firmado, para ponerle una fecha, en la recuperación de la ESMA por el presidente Kirchner, pero cuyos puntos esenciales son anteriores. Un lector que no quiera arriesgarse a pensar el acuerdo establecido sobre dos pilares (el juicio a los militares y la versión de las organizaciones de derechos humanos) debería abandonar el libro de Leis”.

Justamente, mi artículo señala que en estos 42 años de democracia, lamentablemente, no hemos construido ni un Gran Acuerdo Democrático, ni un Pacto del Nunca Más, ni siquiera un “ethos democrático” como sostienen Katz y Vezzetti, porque el supuesto pacto o ethos democrático que ellos invocan excluye hechos significativos de nuestro pasado luctuoso y actores importantes de esta tragedia nacional, empezando por las víctimas del terrrorismo guerrillero.

Mi artículo recordaba que en 2006 el gobierno de Kirchner alteró el prólogo del Nunca Más, un documento oficial escrito por Ernesto Sabato, presidente de la Conadep

Leis lo dice con más autoridad moral que yo y sin eufemismos: “En el informe de la Conadep se afirmaba: ‘Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda’. Esta visión, a veces denominada ‘teoría de los dos demonios’, fue ridiculizada sobre todo por la izquierda (peronista y no peronista) por pretender igualar las responsabilidades de los actores involucrados. Comenzaron diciendo que hubo más terror del lado de los militares y terminaron afirmando que solo hubo terrorismo de Estado”.

Mi artículo recordaba que en 2006 el gobierno de Kirchner alteró el prólogo del Nunca Más, un documento oficial escrito por Ernesto Sabato, presidente de la Conadep. Se suprimió toda referencia al terrorismo de izquierda. Pregunto: ¿se puede hablar de un pacto democrático construido en torno al Nunca Más, cuando el informe oficial estableció que habían desaparecido 8961 personas, pero quienes invocan el supuesto acuerdo acusan de negacionistas a quienes no aceptamos decir que fueron 30.000? ¿Por qué los gobiernos de Néstor, Cristina y Alberto no utilizaron todo el poder del Estado para buscar a los familiares de los 20.000 desaparecidos que falta identificar?

Leis sostiene que la lista de la Conadep debe incluir a varios guerrilleros que fueron ajusticiados por sus propios compañeros. Como combatiente, él accedió a informes de militantes fusilados por la dirigencia de Montoneros. Su estimación es que en los setenta desaparecieron 10.000 personas en total: 8000 fueron víctimas del terrorismo de Estado de la dictadura militar; 1000 del terrorismo guerrillero; y otras 1000 del terrorismo de la Triple A, creada durante el gobierno de Perón e Isabel y conducida por su ministro de mayor confianza, el ex policía José López Rega.

Menem, con sus indultos, revirtió la sentencia histórica del Juicio a las Juntas y liberó a unas 400 personas condenadas o procesadas por crímenes atroces y aberrantes, entre ellos a Videla, Massera, Galtieri, Camps, Etchecolatz, Firmenich y López Rega.

Esta última acotación, un dato que no debe faltar en una reconstrucción completa de la verdad histórica, tal vez moleste a Katz y Vezzetti. Ellos afirman que uno de los serios problemas de mi artículo es mi “juicio histórico sobre el peronismo”. Me acusan de “dejar de lado el esfuerzo que exige analizar una realidad que es bastante más compleja que ese esquema binario, blanco/negro”. Y agregan: “Dicho brevemente, para ella, en la noche del peronismo todos los gatos son pardos: Luder es lo mismo que Menem; Massa podría haber encarnado el mismo proyecto hegemónico que Cristina; Kirchner es el anti-Alfonsín (a pesar de que Alfonsín y todo el radicalismo apoyaron la renovación de la Corte y la reapertura de los juicios), etc”.

No todos los peronistas son pardos, pero… Luder fue quien firmó el decreto ordenando a las Fuerzas Armadas aniquilar el terrorismo subversivo durante el gobierno de Isabel Perón. En 1983, como candidato a presidente del justicialismo, apoyó la autoamnistía que se dieron los militares antes de irse. Menem, con sus indultos, revirtió la sentencia histórica del Juicio a las Juntas y liberó a unas 400 personas condenadas o procesadas por crímenes atroces y aberrantes, entre ellos a Videla, Massera, Galtieri, Camps, Etchecolatz, Firmenich y López Rega. Lo peor es que Menem recibió dinero, una gran coima, por indultar a los montoneros condenados o prófugos de la justicia, según contó Jorge Born en una entrevista de María O’Donnell.

El empresario confiesa que él también le hizo una contribución al expresidente. Gracias a Menem y al “revolucionario” Rodolfo Galimberti (que estaba prófugo pero en contacto con el jefe de la SIDE, Juan BautistaYofre) recuperó unos 10 millones de dólares del botín de su secuestro. En otra entrevista O’Donnell dice que fue “una gran piñata, todos sacaron una tajada”. Indultos a cambio de dinero. Disculpen, me parece vergonzoso.

En cuanto a mi incapacidad para diferenciar a Sergio Massa de Cristina Kirchner, pregunto: ¿cómo pensar que Massa podría ser muy distinto de su compañera de fórmula, si hicieron el lanzamiento de su campaña presidencial en Aeroparque con un avión de los vuelos de la muerte como telón de fondo? Un golpe bajo, grotesco y despiadado hacia los familiares de las víctimas. Hasta las Madres de Plaza de Mayo lo repudiaron en un comunicado: “Las Madres siempre estuvimos en contra de hacer de la muerte un show”.

No quiero proscribir al peronismo, ni mi artículo “trataría de sugerir que el desafío del gobierno actual consiste en encontrar el modo de cumplir con el viejo sueño de terminar con el peronismo y, por qué no, también con la izquierda”, como preguntan retóricamente Katz y Vezzetti. Por el contrario, al recordar a los lectores en mi artículo la visión valiente y ecuánime de Raúl Alfonsín (casi desconocida por las nuevas generaciones), quien ordenó juzgar no solo a los militares, sino también a los líderes guerrilleros y a los responsables de la vergonzosa guerra de las Malvinas, mi deseo es recuperar un legado que nos puede mostrar el camino de salida a la grieta en la que nos metió el peronismo cuando Néstor Kirchner empezó a falsificar la historia de los derechos humanos desde el Estado. ¿De eso no se puede hablar?

Me gustaría que los referentes democráticos del peronismo, hay muchos, hicieran públicos sus cuestionamientos a ese relato binario y dañino que sostiene que los únicos responsables de la orgía de muerte de los 70 fueron los militares; sus víctimas, todas inocentes.

Se me acusa de mileísta y de hacerle el juego a la extrema derecha. Lo dije claramente en mi artículo anterior. Apoyo las duras medidas económicas que tomó el Presidente para evitar una nueva hiperinflación, pero desconfío de sus ataques a la prensa y a quienes lo cuestionan, sus simplificaciones ideológicas y sus delirios de grandeza. Me preocupa su desprecio por los otros dos poderes y su insistencia en ubicar al cuestionado juez Ariel Lijo en la Corte Suprema. Está claro que Milei no es un liberal, es un anarco capitalista. Cree en el mercado, pero no en la democracia.

Nuestra democracia está en riesgo. Este año se cumplirán 40 años del histórico Juicio a las Juntas pero, tristemente, estamos más enfrentados que en 1983. Para recuperar el verdadero espíritu del Nunca Más es imprescindible restituir la confianza en la Justicia y la igualdad ante la ley que defendía Alfonsín. Si Milei logra instalar a Lijo en la Corte Suprema, estaríamos yendo una vez más en sentido contrario. ¿Qué hará el peronismo en el Senado, aportará los votos que faltan? A la presidenta del Partido Justicialista le sería ventajoso. La Corte Suprema tiene que revisar las sentencias que ya la condenaron por corrupción. La prensa dice que Lijo entiende de necesidades políticas. Si el bloque conducido por el formoseño Mayans facilita el polémico nombramiento, mileísmo y peronismo serían dos caras de una misma casta arropada en la impunidad judicial. También tendremos que estar atentos a lo que hagan los senadores del Pro y el radicalismo. Aquí nadie tiene coronita. La misma vara para todos. De eso se trata la democracia.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/los-anos-70-un-debate-necesario-para-salir-de-la-grieta-nid25012025/

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