Lo que quisimos ser: una historia de amor madura, reposada y algo melancólica con el sello de Alejandro Agresti
Lo que quisimos ser (Argentina/2024). Dirección y guion: Alejandro Agresti. Fotografía: Marcelo Camorino. Edición: Glenda Daus y Alejandro Soler. Música: Leo Caruso. Elenco: Eleonora Wexler, Lu...
Lo que quisimos ser (Argentina/2024). Dirección y guion: Alejandro Agresti. Fotografía: Marcelo Camorino. Edición: Glenda Daus y Alejandro Soler. Música: Leo Caruso. Elenco: Eleonora Wexler, Luis Rubio, Antonio Agresti, Carlos Gorosito y Juan Carlos Kuznir. Calificación: apta para todo público. Distribuidora: Cinetren. Duración: 84 minutos. Nuestra opinión: buena.
Ante todo, vale la pena detenerse en recordar la figura fundamental de Alejandro Agresti para el cine argentino. Sin El amor es una mujer gorda, El acto en cuestión y Buenos Aires viceversa, seguramente el derrotero de la cinematografía local hubiese sido muy distinto. Agresti se demostraba como un cineasta singular, disruptivo, efervescente, innovador y brindado al debate de alto nivel sobre las tradiciones y los traumas culturales, la carga de la historia política y los cambios de épocas, además de una búsqueda fundamental sobre la identidad del cine argentino, el diálogo con el tiempo y las diferentes formas de la soledad. Pasaron exactas cuatro décadas de aquellos primeros trabajos donde se contaban largos como El hombre que perdió la razón, y una pausa de casi diez desde su última labor. El retorno de Agresti merece celebrarse, ya que pocos cineastas argentinos han conseguido lo que él exploró tanto desde la concepción del relato como desde los modos de producción.
Lo que quisimos ser pareciera un relato alejado e incluso opuesto a aquella efervescencia narrativa de sus comienzos y abrazado a un costumbrismo que sorprende cuando la historia comienza con los dos únicos espectadores del film Ayuno de amor, con Cary Grant y Rosalind Russell, en una tarde de 1998 en el antiguo Cine-Arte de Diagonal Norte. Así se conocen los protagonistas de esta historia, quienes deciden ir a tomar algo y conversar con una condición: queda prohibido revelar sus nombres reales y dejar que lo cotidiano de la realidad ingrese a sus vidas. El restaurante New Brighton sirve de sofisticado refugio, jueves tras jueves, para dejar volar su imaginación con historias extraordinarias que construyen una intimidad de la palabra que les permite estar por fuera de sus realidades. ¿Es posible que la realidad no se inmiscuya en la construcción idealizada de una identidad?
Las identidades de los personajes encarnados por Eleonora Wexler -con solvencia- y Luis Rubio -con corrección en su primer protagónico-, devuelven una sensibilidad que es puesta en juego tanto por su propia verbalización como por los avatares sociales, personales y también por el proceso escritural que transcurre en la pantalla. Lo que se asoma es la poderosa identidad colectiva que con la crisis de 2001 plantea un antes y un después en los usos y costumbres y en el modelo de país que se ve a través de las ventanas de los bares de Lo que quisimos ser. Un país donde sus confiterías sofisticadas, sus librerías especializadas, su palpable identidad cultural y un modo de relacionarse con el quehacer intelectual pareciera desde entonces relegado, distinto o extinto.
Por eso, bajo la historia de amor madura y reposada que devuelve esta serena mirada de Alejandro Agresti, varias constantes de su cine siguen presentes definiendo su poética: el tiempo como esencia del cine, la necesidad de romper la narración convencional y una estética (con impecables trabajos de Miranda Pauls y Ezequiel Endelman en la dirección de arte, y Marcelo Camorino en la fotografía), acorde con la historia que se cuenta aquí: una de amor de dos personajes (como en La casa del lago, que protagonizaron Keanu Reeves y Sandra Bullock), pero con otra forma de metaforizar la temporalidad y la identidad, sumados a una mirada melancólica sobre aquello, precisamente, que quisimos ser pero no sabemos si aún somos o siquiera, en algún momento, pudimos haber sido, pero que siempre será posible con una hermosa y necesaria cuota de imaginación.