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La reinvención de la universidad

Si sobrevolamos las instituciones universitarias y simultáneamente reflexionamos sobre el contexto regional y local en el que se encuentran, inmediatamente surgen varios interrogantes referidos a ...

Si sobrevolamos las instituciones universitarias y simultáneamente reflexionamos sobre el contexto regional y local en el que se encuentran, inmediatamente surgen varios interrogantes referidos a su finalidad, su valor y efectividad para brindar una formación integral con la cual responder a los desafíos del mundo actual.

Independientemente del tipo de gestión y de la matrícula que las instituciones posean, es ineludible que el entorno exige una formación sólida en aspectos académicos, socioafectivos, físicos y espirituales. En este sentido, numerosas universidades en el mundo están esforzándose por concretar enfoques pedagógicos innovadores que aseguren experiencias de aprendizaje holísticas, ya sea a través del abordaje de competencias, capacidades, fortalezas de carácter o virtudes con las cuales generar vidas con propósito, impactar positivamente en el contexto y generar un mayor florecimiento individual y de la sociedad toda. Por ejemplo, las universidades de Vitoria y de Navarra (España); de Oxford y de Birmingham (Reino Unido); de Wake Forest y de Harvard (Estados Unidos); el Tec de Monterrey (México), o la Universidad de los Andes (Colombia).

En la Argentina también son diversas las instituciones de nivel superior las que impulsan algunos de estos enfoques.

La Unesco (2020) asimismo se ha hecho eco de esta necesidad proponiendo una hoja de ruta de lo que denomina la reinvención de la educación superior, apoyándose en ciertos principios que priorizan la curiosidad, la ética y el humanismo. Tres de ellos guardan una vinculación directa con estos planteos: el tercero, concerniente al fomento de la investigación, el pensamiento crítico y la creatividad; el cuarto, que alude a revalorizar la integridad, la transparencia y el respeto de normas, y el quinto, referido a la responsabilidad social y al compromiso con la sostenibilidad. Al respecto, recientes estudios muestran que altos niveles de diferentes capacidades “blandas” impactan positivamente en el rendimiento y en el bienestar general del alumnado. Concretamente, se hallaron índices elevados de florecimiento, de inteligencia emocional percibida, de Grit y de compromiso académico en aquellos estudiantes que poseen una performance media y alta. Asimismo, encontramos que altos niveles de Grit favorecen una mayor motivación y el uso estratégico de las habilidades necesarias para aprender. La evidencia es elocuente por sí sola, ayuda a objetivar y a tomar mejores decisiones. Además de las encontradas, también se sabe que las capacidades aludidas no son innatas, sino que pueden desarrollarse.

De esta manera, si la inteligencia emocional percibida se comprende como la capacidad para reconocer, entender, regular y emplear las emociones; el Grit como la pasión y la perseverancia para alcanzar metas a largo plazo, y el compromiso o engagement como un estado motivacional que se manifiesta en la energía, dedicación y absorción para realizar una actividad y alcanzar objetivos previamente elegidos, aquí también podemos plantearnos: ¿cómo se las favorece intencionalmente en el nivel universitario? ¿Son capacidades que se dejan supeditadas al microespacio de una materia o, por el contrario, se las incluye en toda la propuesta de aprendizaje? ¿Son necesarias a nivel personal y social? La respuesta a esta última pregunta es una afirmación rápida y contundente; es necesario formar futuros profesionales que sean tenaces, perseverantes, comprometidos y con una inteligencia emocional que los ayude a afrontar las exigencias y la incertidumbre con principios éticos y de ciudadanía.

Para que ello se produzca, la evidencia también sugiere que la implementación de las propuestas pedagógicas que prioricen estos enfoques tiene que diseñarse e implementarse en forma gradual, siguiendo un modelo “bottom up”, sosteniendo los valores que inspiran la vida institucional. Es decir, consensuar aquellas competencias, capacidades o fortalezas que interesa priorizar por su vínculo con el proyecto, para luego articularlas en los planes de estudio y en los programas de las asignaturas, y planificar con reflexión y creatividad las actividades de enseñanza y aprendizaje con las cuales se las intentará promover. Entre estas últimas, son ideales aquellas que promueven el pensamiento profundo y creativo, como el ABP, la evaluación formativa y el acompañamiento personalizado, incentivando la involucración del estudiante con su aprendizaje, su participación en la vida universitaria y la definición de su proyecto vital.ß

Directora de Investigación y del Doctorado en Educación de la Escuela de Educación de la Universidad Austral. Investigadora adjunta Conicet

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-reinvencion-de-la-universidad-nid17012025/

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