Gran Premio Argentino Histórico: pequeñas grandes historias de quienes atraviesan el país aprendiendo de compañerismo
SAN MARTÍN DE LOS ANDES, Neuquén.– En su cuarto día de competencia, el Gran Premio Argentino Histórico (GPAH) llegó a San Martín de los Andes luego de recorrer 1890 kilómetros y de atraves...
SAN MARTÍN DE LOS ANDES, Neuquén.– En su cuarto día de competencia, el Gran Premio Argentino Histórico (GPAH) llegó a San Martín de los Andes luego de recorrer 1890 kilómetros y de atravesar el país de este a oeste. El volcán Lanín y la Cordillera de los Andes fueron el telón de fondo del arribo de los 125 autos que continúan en competencia entre los 137 que largaron este viernes frente a la sede central del Automóvil Club Argentino (ACA) con la ambición de completar los 3500 kilómetros totales del trayecto este viernes en Mar del Plata.
El “museo rodante” que representa esta caravana de autos de entre 1937 y 1983 superó las tres primeras etapas, en las que los pilotos vivieron el rigor de la temperatura en la llanura pampeana, con más 30 grados; la aridez de la Ruta del Desierto; el tránsito por el Valle de Río Negro –fue la puerta de entrada a la Patagonia–, y el paso por la Ruta 40 para terminar en esta localidad de ensueño, a orillas del lago Lácar.
El GPAH no se trata de una simple competencia de autos. Tiene una cantidad infinita de aristas que dificultan rotularlo y presenta un menú variado del que cada participante toma la parte que más le gusta.
“Cuando le conté que iba a participar, mi hija me preguntó cuál era el premio. «Es el viaje», le respondí. Disfrutar de una semana recorriendo Argentina acompañado por un amigo y rodeado por buena gente”, dice para LA NACION el anestesiólogo Guillermo Orce a bordo de un Peugeot 404 de color mostaza que parece recién retirado del concesionario.
Orce es dueño del Yeyo desde hace cinco años, pero el auto dormía en un garaje y él lo encendía cada tanto solamente para darle un poco de vida al motor. “Estaba decidido a venderlo porque no lo usaba, pero una noche, viendo en la tele Desde boxes, me enteré de esta competencia y me entusiasmó la idea de participar. Además, se trata de una experiencia solidaria”, alude a que al final de cada etapa cada tripulación debe entregar a Caritas cinco kilos de alimentos no perecederos.
La definición de “carrera” no es la correcta para el GPAH porque, en realidad, se trata de una competencia de regularidad, no de velocidad, en la que gana aquel que recorre los trayectos medidos, denominados “pruebas cronometradas”, lo más cerca posible de la velocidad continua establecida como objetivo. En este formato la rapidez no es lo que cuenta, sino la precisión y el ritmo constante. Sorprende que las diferencias entre competidores en la clasificación, tanto en cada etapa como en el total luego de seis días de acción y 3500 kilómetros, sean de hasta centésimas de segundo, apenas. Eso se explica por la pericia del piloto y el navegante, y por la confiabilidad de estas máquinas que resisten al paso del tiempo.
Orce, que nunca había participado en una prueba de regularidad, invitó como copiloto a un amigo de toda la vida que tampoco conocía acerca de estas competencias. Juntos están descubriendo cómo se navega en esta modalidad mientras transcurre el desafío, empujados por el entusiasmo. “Tengo el auto y las ganas. Con eso, sobra”, sostiene Guillermo, que no perdió la tonada cordobesa a pesar de haber vivido en Buenos Aires durante 30 años. Orce y su copiloto, Roberto García, finalizaron últimos en la primera etapa, pero con el transcurrir de los días fueron escalando puestos y arribaron a San Martín de los Andes en el 109º de la clasificación general.
El GPAH se asemeja a un circo itinerante en el que toda la competencia, incluidos los vehículos de fiscalización y las autoridades, se movilizan de manera compacta. La primera noche el grupo llegó a Junín, donde arribaron a la plaza 25 de Mayo, frente a la parroquia San Ignacio, en el mismo momento en que se celebraba un casamiento. La aparición de la novia obligó a abrir el paso y permitir al auto que la llevaba estacionar delante del arco de llegada de la etapa, rodeado de vehículos históricos. La muchacha fue agasajada por el aplauso de la pequeña multitud que había concurrido a dar la bienvenida a los coches añosos.
En Santa Rosa y en Neuquén se repitió la fiesta del arribo, que congregó a apasionados que llevaron sus propios vehículos históricos y, sin quererlo, compitieron por elogios con los autos de la competencia. El suceso más emotivo se dio al costado de la Ruta 40, en la etapa que conectó Zapala con Junín de los Andes, cuando los alumnos de la Escuela 247 del Paraje Aguada Florencio se apostaron a un costado del camino para saludar a los competidores. Los participantes menos apurados se detuvieron a tomarse fotos con ellos y a dejar algún recuerdo.
“En esta escuela viven de lunes a viernes 35 chicos que son hijos de puesteros de la zona, pero la mayoría vive en zonas bastante alejadas. Estamos acostumbrados a recibir a muchos ciclistas y algún motociclista que hacen el recorrido desde La Quiaca hasta Ushuaia y aprovechan la escuela como puesto de descanso; inclusive alguno que viene desde Alaska. Pero nunca algo como esta caravana de autos antiguos”, dice Juan Solís para LA NACION, y destaca que el edificio fue una estación de servicio del ACA, luego donado por la entidad para que se lo convirtiera en escuela rural.
Durante todo el recorrido los competidores son acompañados por el equipo de apoyo identificado con el amarillo y el rojo de la institución automovilística, conformado por una camioneta, dos vehículos “camilla” acondicionados para trasladar a los autos que se quedan en el trayecto y seis mecánicos expertos en este tipo de máquinas. Esto da a los protagonistas la tranquilidad de contar con la asistencia necesaria en caso de algún problema, más allá de que la mayoría tiene cierta capacidad de “meter mano” en la mecánica ante cualquier contingencia. Adicionalmente, algunos participantes cuentan con su propio equipo de apoyo, como el Renault 12 y el FIAT 125 de Galpón Escudería, que en esta prueba participan como “Equipo YPF”, y los cuatro Citroën que son parte de esta travesía, custodiados por una furgoneta del Citroën Club Buenos Aires.
A su vez, el GPAH cuenta con un grupo de competidores de asistencia perfecta: Arturo Abella Nazar, Adolfo Albrecht Manuel Campa, Gustavo Gagliardi, Pedro Sarri, Jorge Tomassi (presidente del Automóvil Club del Uruguay) y Manuel Urrea.
“Corrí en todos los GPAH, pero antes de eso fui piloto de velocidad, y entre muchas otras carreras, participé en 25 fechas del Mundial de Rally”, cuenta Abella Nazar, un experimentado conductor que en esta etapa de su vida focalizó en esta competencia su pasión por los autos. “En este tipo de carreras descubrí un aspecto clave de la naturaleza humana. En 1978 corrí con Paco Mayorga y Carlos Francia en la Vuelta de Sudamérica, y cuando largamos en Buenos Aires observé que entre los pilotos nadie se saludaba. Cuando llegamos a Montevideo era un «¿qué tal? ¿Cómo estás?» y al arribar a Manaos, a 5000 kilómetros de la largada, era «¿qué necesitas?» o «¿en qué puedo ayudarte?». En estas carreras se aprende el compañerismo y la solidaridad”, afirma Arturo para LA NACION, y emite elogios a su navegante, Alfredo Molinas Abrojo, a quien considera la pieza clave de la pareja, mientras él se resiste a soltar el volante de su Peugeot 404 y sigue disfrutando de su sentimiento por los coches.
El GPAH convoca no sólo a pilotos argentinos. Este año, 14 tripulaciones de Uruguay y dos de Paraguay estuvieron en la largada. Finalizada la tercera etapa los paraguayos Esteban Gauto y Michel Meier, a bordo de un Volkswagen Passat de 1981, se ubican terceros en la clasificación general y son los mejores entre los extranjeros.
La admiración que generan estos autos a su paso se debe a su estado de conservación y también a la osadía de los tripulantes al encarar las vicisitudes de la ruta con máquinas de varias décadas de edad. Al cabo de tres días de acción, la sorpresa es un Renault Gordini amarillo del año 1964 que, por su aspecto, no parecía presentar las garantías suficientes para afrontar la magnitud de este reto. A veces, la realidad hace una gambeta a las apariencias y juega por un rato del lado de los débiles. Los hermanos Ayrton y Maitena Bustos continúan en carrera a pesar de dificultades mecánicas que retrasaron su andar. Es cierto que el Gordini no logró finalizar la primera etapa, pero el reglamento permite “reengancharse” a los autos que logran mantener la marcha.
“Participamos con mucho esfuerzo porque no contamos con todos los recursos necesarios. Esta carrera es el sueño de mi papá y de toda la familia. Tuvimos algunos problemas, pero continuamos adelante. Nuestro papá nos seguía como apoyo en un motorhome con mi hermana, que es discapacitada y además va con su hija, pero se quedaron en Carmen de Areco”, relata Ayrton en la llegada a San Martín de los Andes, al volante del Gordini que se resiste a desertar pese a su andar desaliñado.
“Ésta es una competencia de amigos en la que nadie se pelea con nadie. Dentro del auto todos queremos ganar y hacemos todo lo posible por mejorar, porque la carrera se define por diferencias mínimas. Pero cuando nos bajamos somos todos amigos”, afirma Mariano Cortés, un asiduo piloto de las competencias de regularidad que corre con su hijo, Ignacio, en un FIAT 128 amarillo con el número 303 en los costados y es uno de los animadores principales del GPAH.
“Para ganar hacen falta un auto confiable y un buen piloto, pero en estas carreras el más importante es el navegante”, afirma Cortés, mirando orgulloso a su hijo.