Elías Canetti, el Odiseo judío de origen búlgaro que escribió toda su obra en alemán
“Pocos autores dejan una impresión de genio tan inmediata como Elías Canetti. Apenas el lector se aventura en las primeras páginas de sus libros, se siente iluminado por una sabiduría más an...
“Pocos autores dejan una impresión de genio tan inmediata como Elías Canetti. Apenas el lector se aventura en las primeras páginas de sus libros, se siente iluminado por una sabiduría más antigua que el tiempo”, escribió en 2009 Tomás Eloy Martínez, en LA NACION, sobre el Premio de Nobel de Literatura 1981. El escritor nacido en Ruse, Bulgaria, el 25 de julio de 1905, obtuvo el máximo galardón de las letras por su “posición crítica ante ciertas tendencias enfermas de nuestro tiempo, por ejemplo, su estudio de los movimientos de masas y de manera especial en relación con la brutalidad del nacionalsocialismo germano y de las dictaduras en general”. Hoy, cuando se conmemora el 30° aniversario de la muerte del autor de Masa y poder, se levanta el embargo sobre sus archivos preservados en la Biblioteca Central de Zúrich.
Nacido en una familia judío sefardí (su padre era origen español y su madre, de origen italiano), tuvo como primera lengua el judesmo (judeoespañol), que quedaría asociado a los recuerdos de infancia en Bulgaria e Inglaterra. Tras la muerte del padre, se instaló con su madre y sus hermanos menores en Viena, donde aprendió el idioma en que escribiría toda su obra -el alemán- que incluye una única novela, obras de teatro, ensayos, memorias, crónicas de viaje, apuntes y aforismos. Masa y poder, su proyecto más ambicioso, en el que combina sociología, antropología, historia de las religiones, filosofía y cierto carácter visionario, sondeó las bases en las que se apoyan los sistemas totalitarios.
De 1916 a 1921 pasó sus años más felices en Zúrich, según consigna en su autobiografía. Tras una estada en Fráncfort, regresó a Viena, donde ofició de traductor de escritores estadounidenses a la vez que se integraba a la elite cultural y artística vienesa. Entre otros, Canetti se vinculó con Karl Kraus (que tuvo mucha influencia en su ideario y estilo), Bertolt Brecht, Isaak Babel, George Grosz, Robert Musil, Alban Berg y Alma Mahler. Después de la muerte de su madre, en 1937, se trasladó a París y, en 1938, luego de la Noche de los Cristales Rotos (con violentos ataques a ciudadanos judíos en Alemania y Austria), se radicó definitivamente en Londres. En 1952, se convirtió en ciudadano británico. “Aún tendrá que haber judíos cuando el último haya sido exterminado”, reza uno de sus aforismos.
“Pocas veces, en la historia de esa ya secular distinción, quienes confieren el Premio Nobel de Literatura procedieron con tanta responsabilidad y acierto como cuando, en 1981, se lo otorgaron a Elías Canetti -dice a LA NACION el escritor y filósofo Santiago Kovadloff-. Él fue la expresión cabal de una Babel triunfante. Lo suyo no redundó en dispersión sino en una síntesis prodigiosa de talento expresivo y profundidad analítica. En su palabra, la diversidad de culturas e idiomas que enhebraron su vida dieron forma a una de las más inspiradas síntesis culturales del siglo XX. Así lo prueban Masa y poder, obra incomparable sobre el pensamiento totalitario compuesta a lo largo de dos décadas, tanto como su única novela, Auto de fe, y sus cautivantes textos autobiográficos. A mi ver, solo dos figuras de la segunda mitad del siglo XX llegaron a ser como Canetti, expresión del más alto y actualizado clasicismo: George Steiner y Claudio Magris”. Para Steiner, la “exigente presencia” de Canetti “honra la literatura”.
A treinta años de su muerte, sus “papeles secretos”, custodiados en la Biblioteca Central de Zúrich, comenzarán a ver la luz. “Para quienes admiramos, leemos y releemos la obra del autor centroeuropeo, este es un año muy prometedor, porque se permite ahora la apertura y publicación de gran parte de su archivo: decenas y decenas de cajas con diarios, apuntes y correspondencias, borradores y fragmentos inéditos -dice a LA NACION el editor Julio Patricio Rovelli-. Ya habíamos leído en el presente siglo El libro contra la muerte y Fiesta bajo las bombas, volúmenes articulados por sus editores y familiares. Ahora, se anuncia una obra de teatro inédita, junto a pasajes, también inéditos, de obras ya publicadas”. Los “papeles secretos” del escritor reúnen la correspondencia y sus diarios desde el 21 de octubre de 1941 al 30 de diciembre de 1986.
“Fue un escritor tan brillante como proteico, hombre de mil lenguas y ciudades por su condición de judío y exiliado -remarca Rovelli-. De ello dan prueba su gran novela Auto de fe, parte de un proyecto original de varios tomos que agruparía bajo el título ‘Comedia humana de la locura’, las obras de teatro, su trilogía autobiográfica, y sus aforismos y apuntes, sin olvidar sus estudios y ensayos, como aquel sobre Franz Kafka, pero también sobre la vida y la cultura centroeuropeas a través de los escritores con los que trabó amistad. En síntesis, hablamos de la vida y obra de un escritor de vastos territorios, agudo, potente e imaginativo, obsesionado por un único enemigo, al que detestaba de manera constante, permanente: la muerte”. El primer editor en lengua española de Canetti fue un argentino radicado en España: Mario Muchnik.
Elias Canetti pic.twitter.com/hZMUXJ2oyL
— Martin (@GloriosoMartin) August 6, 2024Para la escritora e investigadora Julia Kornberg, Canetti es el escritor sefaradí más importante del siglo XX. “Su obra digiere, refracta y deforma las experiencias más avasalladoras del momento histórico que le tocó vivir -destaca la autora de Atomizado Berlín-. En sus memorias, recuerda con una calidez reminiscente de los Chagall, Marc y Bella, las costumbres de una familia letrada que precedieron a la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. En Auto de fe, su virtuosa novela modernista, desmenuza la desgarradora experiencia de la Viena de entreguerras y confunde al lector entre escenas de violencia, experimentación sexual y laberintos intelectuales. Como Paul Celan, como Nelly Sachs, la prosa de Canetti después de la Segunda Guerra Mundial aparece bajo la sombra de la muerte, una forma de muerte ominosa que parece apoderarse de distintos vectores del mundo, marcando a toda vida como la vida después de la cámara de gas. Pero a diferencia de Celan y Sachs (poetas, depresivos, suicidas), Canetti consigue construir más allá del mundo que le tocó vivir, como un desafío a la muerte y un testamento a la labor literaria”.
“En ningún lugar queda esto más claro que en su ensayo La profesión del poeta, donde rebate la idea de que la poesía y, por extensión, la literatura, se ha vuelto inútil: ‘El poeta no puede enviar a la humanidad hacia la muerte . En cambio, debe forcejear contra la muerte sin capitularse, incluso si sus esfuerzos parecen en vano’. También señaló que, en ‘un mundo tan empecinado en la especialización y realización profesional, en un mundo que solo reconoce el exitismo’, y donde se multiplican de manera insensata las formas de autodestrucción, el poeta debe ‘mantener la capacidad de convertirse en todos: en el más pequeño, más inocente, más impotente de los hombres’”.
“Para mí, todos los escritores que cambiaron de lengua, son mis hermanos -dice la escritora argentina nacida en Rumania Alina Diaconú-. Siento que comparto con ellos una complicidad recóndita en lo intelectual y vivencial. Me maravilla que, habiendo nacido en Bulgaria, de padres judíos sefaradíes que hablaban español y búlgaro, Canetti haya adoptado el alemán para escribir. El alemán era el idioma que sus padres utilizaban cuando no querían ser entendidos por otros. Es decir: había en el idioma alemán un secreto, un misterio, algo vedado para el pequeño Elías. Y es justamente esa lengua la que él elige para su literatura. Siendo un hombre políglota, que hablaba por lo menos cuatro idiomas, se adentra en esa lengua secreta con tanto ahínco y profundidad que llega a olvidarse casi completamente del búlgaro natal y se transforma así en uno de los mayores escritores alemanes de su siglo”.
“Habiendo vivido la persecución nazi de la Segunda Guerra Mundial, nostálgico de Dios, creía en el poder transformador del hombre y consideraba que la literatura era una forma de defensa propia y la única manera de rescatar el pasado -reflexiona Diaconú-. Algunos comentaron que optar por el alemán no solo implicaba conocer a los grandes autores clásicos de dicho país, sino también afirmar de modo contundente su judaísmo. Amigo de Brecht y de Berg, devoto de Thomas Mann, de Kafka, de Musil, conocía muy bien la literatura española: veneraba a Quevedo. Asimismo, la hispanoamericana: admiraba a Juan Rulfo, a Borges y, como boutade, sostenía que Adolfo Bioy Casares era una invención de Jorge Luis. Canetti fue un leonino cabal. Nació en julio de 1905 con esa gran fuerza de voluntad y esa energía fueguina y solar, y murió en el mismo ciclo del León, en agosto de 1994″.
En La lengua absuelta, que dedicó a su padre, que le legó el amor por los libros, Canetti narra su fascinación por Odiseo, el héroe homérico. “Se convirtió en un modelo singular, el primero que concebía de manera pura, el personaje de quien aprendí más que de nadie, un modelo perfecto y sustancial que se revelaba bajo muchas apariencias, cada una con su sentido y su razón. Asimilé todas sus particularidades y con el paso del tiempo todo lo suyo tenía significado para mí”, revela. A Canetti le tocó la suerte de ser un exiliado al que trataron con hospitalidad, la mayoría de las veces. “Solamente en el exilio nos percatamos de hasta qué punto una parte importante del mundo ha sido siempre un mundo de exiliados”, escribió.
“La centralidad del pensamiento de Canetti está puesta entre la muerte o, en el otro sentido, en su elogio a la amistad -conjetura el investigador en pensamiento judío Facundo Millman-. Si bien la muerte no solo ilustra su lucha contra un enemigo, su deseo es el de la libertad. Canetti definía a un amigo como una persona a la que le contamos noticias fabulosas sobre nosotros sin que importe si son ciertas. Entonces, en homenaje a la vida de Canetti: recorrer el mundo, errar por la tierra y encontrar amigos para declararle la guerra a la muerte”.