Ayer pensaba, cuando algún posteo trajo a mi memoria que se cumplían 269 años del nacimiento de Mozart, en su obra, tan magnífica y monumental, escrita en una vida tan terriblemente breve. Pensé en Bach, que había muerto seis años antes de que naciera Wolfgang Amadeus. Estos dos gigantes (y otros, pero me enfoco en ellos dos) crearon toda esa enormidad de música en un mundo que a nosotros nos resultaría casi incomprensible, si acaso pudiéramos tolerar sus aflicciones y sus carencias.

Y sin embargo, incluso cuando podría decirse que no están de moda, cualquier sonata para chelo de Johann Sebastian o la imposiblemente hermosa ópera La Flauta Mágica de Mozart siguen siendo cumbres creativas de nuestra civilización. No menos que Kind of Blue de Miles Davis o Un Día en la Vida de Los Beatles.

Pensaba qué tienen en común esas cimas, esos momentos únicos y dispersos que iluminan como faros los últimos 300 años de música humana. Llegué a la conclusión de que lo que tienen en común es la combinación de talento, formación y trabajo. Me dirán que es obvio. Puede ser, pero entonces, por favor, no sigamos comprando el embuste obsceno de que un modelo de inteligencia artificial generativa puede crear arte.