“Vivos, estamos vivos”: el matrimonio que se salvó del derrumbe en Villa Gesell porque anoche él no quiso café
VILLA GESELL.– Sentado a la mesa de un café sobre la Avenida 3, Rubén tiene kit flamante: cepillo de dientes, pasta y una toalla. Es que, con lo puesto, pudo salir por la ventana de su departam...
VILLA GESELL.– Sentado a la mesa de un café sobre la Avenida 3, Rubén tiene kit flamante: cepillo de dientes, pasta y una toalla. Es que, con lo puesto, pudo salir por la ventana de su departamento del edificio Alfio 1 porque el derrumbe del lindero Apart Hotel Dubrovnik arrasó con su cocina y otras dependencias.
“Vivos, estamos vivos”, dijo que le repetía a su esposa, Graciela, al ver que frente a ellos todo lo que tenían era una montaña de escombros de más de seis metros de altura y una nube de polvo que tardó más de media hora en difuminarse.
Los restos del edificio de diez pisos partieron literalmente al medio a este complejo de planta baja y dos pisos donde se alojaban por tres meses, ya que habían venido desde España a visitar a uno de sus tres hijos.
Y casi no la cuentan. Al menos Graciela, porque una decisión mínima pudo haber sido una tragedia: “Me preguntó si quería un café y esta vez le dije que no; si la agarraba en la cocina, no estaríamos hablando de esto”, dice Rubén a LA NACION.
El Alfio 1 es un edificio bajo que está en el lote norte inmediato al Apart Hotel Dubrovnik. En el mismo complejo estaban Federico Ciocchini, de 84 años, al que a media mañana de este martes encontraron fallecido; también, la esposa de este, María Josefa, de 79 años, hallada a pocos metros con un par de fracturas en ambos brazos. Habían llegado sobre el fin de semana y por unas pocas horas: querían acondicionar ese departamento para alquilarlo durante la temporada. La suerte, aquí, viajó a contramano.
Graciela insiste en que tiene las imágenes “acá” –y se señala los ojos– de cómo los escombros se acumulan. “Sentí primero como golpes, y mi primera sensación fue que nos estaban queriendo robar a nosotros o que le querían romper la puerta al vecino”, detalló sobre esos primeros sonidos que, dice, se coronaron con una explosión.
Lo que vino fue esa sensación de angustia que se chocaba con una respiración profunda que los aseguraba con vida, sanos y ¿a salvo? Uno de sus hijos, que tiene un restaurante a 200 metros, también sobre la Avenida 3, llegó corriendo a buscarlos. A los gritos pidió que le abrieran, pero no podían abrir y mucho menos salir. Ya estaban los bomberos y, con escaleras, iluminados por linternas, los bajaron desde el segundo piso a través de una pequeña ventana.
“Solo alcancé a agarrar los pasaportes y los pasajes, porque tenemos ya los vuelos de vuelta”, comenta sobre el regreso programado a España, donde residen y desde donde habían llegado para uno de los habituales reencuentros familiares con el hijo que quedó por estas playas.
Dan por descontado que la propiedad que tenían en ese segundo piso es un caso perdido. Quizá también todo el edificio, porque los daños estructurales son muy grandes y restará determinar si hay posibilidad de reparación o quedó condenado a una demolición controlada.
Como vecinos, reconocen que las obras en el Apart Hotel Dubrovnik eran notorias. “De la mañana hasta muy tarde se escuchaban golpes”, reconocen sobre los ruidos que llegaban desde el interior y en algún momento desde la fachada, en la que recuerdan que a mazazos demolían sectores donde se estaban reponiendo o reparando los ventanales que rodean a la estructura más baja, sobre el frente del lote, la única que quedó en pie.