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“Mi familia obtuvo títulos, pero yo no los uso. A mí me llaman por mi nombre”

PUNTA DEL ESTE.-Nació en Milán, vive buena parte del año en Punta del Este y hace pasadas fugaces por Buenos Aires, pero desde hace algún tiempo sueña despierta y dormida con...

PUNTA DEL ESTE.-

Nació en Milán, vive buena parte del año en Punta del Este y hace pasadas fugaces por Buenos Aires, pero desde hace algún tiempo sueña despierta y dormida con la Antártida, a la que ya le ha dedicado dos viajes.

Allí sus ojos indagadores y naturalistas registraron en cientos de fotos esos territorios helados en los que la luz juega a los más diversos colores a primera hora del día, cuando el sol empieza a elevarse.

Paola Marzotto es condesa por ascendencia familiar, pero es un detalle al que no le da la menor importancia. Su padre, el conde Umberto Marzotto, tuvo cinco hijos (Paola es la mayor). Pero, además, pertenecía a una familia de poderosos industriales italianos. Por el lado de su madre, Marta Marzotto, que fue una afamada modelo, promotora en los años 70 y 80 del siglo pasado de fiestas memorables y divertidas a las que asistían notables invitados, agregó toques de celebridades y sofisticación a su vida.

A Paola también la fatiga que la prensa nunca se olvide de mencionarla como la consuegra de Carolina de Mónaco. Con Carolina Grimaldi comparte dos nietos nacidos de su hija Beatrice Borromeo y de Pierre Casiraghi, vástago de la princesa del célebre microestado europeo, con quien tiene muchas coincidencias por estar ambos tan interesados en las cuestiones ecológicas y en el cambio climático que tiene a maltraer al planeta que habitamos.

Marzotto es activista a su manera, empuñando una cámara, que puede ser una sofisticada Cannon, o simplemente un iPhone. También firmando constantes peticiones internacionales para procurar que la humanidad tome conciencia de que es necesario implementar urgentes medidas que frenen la destrucción del planeta.

El hash #BetterEarththanMars (“Mejor la Tierra que Marte”) fue otra de sus iniciativas en redes sociales que apuntaba directamente hacia los viajes espaciales de Elon Musk, en coincidencia con el lanzamiento de un concurso de fotos. “No entiendo por qué lo más inteligente es ir a Marte, en lugar de poner su cabeza en resolver los problemas que hay en la Tierra, ¿será por ego? ¿será porque no tiene una conexión con la naturaleza? No sabe lo que se está perdiendo”, denunció Marzotto en su momento.

Paola no se queda en lo estético; mira más allá y más acá también, porque es una mirada cercana, comprometida, que muestra la maravilla de la naturaleza en estado puro, en tomas directas, sin filtros ni recursos artificiales.

Opina el reconocido biólogo y artista visual Pablo La Padula que las imágenes logradas por Paola “propenden a una extraña belleza pictórica de lo remoto. Ellas nos acercan a una metafísica de lo territorial y en ese acceso posiciona a la humanidad ante lo sublime como un puente al tiempo profundo de la vida, lo originario, románticamente a partir de lo cual todo lo posible de ser imaginado puede ser pensado y realizado, como en aquel momento previo al Big Bang, en el tiempo profundo del espacio”.

La aparición de la fotografía en la segunda mitad del siglo XIX puso en crisis a los artistas plásticos porque emergía una tecnología que calcaba la realidad tal cual era y volvía obsoleta la razón de ser de los pintores en tanto y en cuanto solo trataran de copiar a las personas y sus entornos. Los impresionistas empezaron a encontrar caminos alternativos trabajando mucho con la luz, los claroscuros y experimentando con todo tipo de pincelada, desde el puntillismo hasta, ya en el siglo XX, por medio de otras corrientes más avanzadas, ahondando en lo abstracto, en lo geométrico y en una multiplicidad muy creativa de maneras de abordar la tela y otros soportes.

La paradoja que propone ahora Marzotto es volver a la fotografía más pictórica, independizándola de sus urgencias, justo ella que fue fotoperiodista, recorrió el mundo y cubrió desde sucesos noticiosos y sociales al rodaje de Apocalypse Now, una de las películas más emblemáticas de Francis Ford Coppola.

No solo serena su mirada, y transmite esa paz a quienes aprecian sus trabajos, sino que al volcarlos a papeles rugosos y de gran calidad, los colores parecen tomar relieve, como si se tratara de auténticas pinceladas. A veces sus trabajos fotográficos se expanden a lo panorámico, como los que realizó en el continente blanco. En otras ocasiones, se vuelve minimalista, como cuando, con toda paciencia, retrata los coreográficos y coloridos movimientos de los nenúfares que atesora en un estanque de su propiedad, en una increíble gama de azules.

A bordo del rompehielos ARA Almirante Irízar, Paola atravesó el canal de Drake y llegó hasta nuestro más extremo sur, en el que témpanos que poco a poco se van desprendiendo también nos advierten y nos ponen en alerta sobre algo que la naturaleza quiere decirnos y no estamos atendiendo.

Estas místicas y rosadas auroras antárticas plasmadas en clave pictórica a través del sensible uso de la cámara fotográfica –opina La Padula–, nos proponen caminar con la mirada panorámica un grado cero del paisaje, deviniendo en un gesto de profunda humildad: ver, conocer, compartir y amar aquello que no por remoto encierra la clave sustentable de la armonía y la prosperidad de la vida en el planeta que habitamos.”

Este sugestivo trabajo fotográfico/pictórico podrá ser apreciado por quienes se acerquen a sendas exposiciones que se llevarán a cabo entre el 20 de febrero y el 20 de abril próximos en el Palacio Libertad y en el Ecoparque. Paola ya hizo exhibiciones anteriores en Buenos Aires, inclusive en el mismo rompehielos, cuando se encontraba anclado en el Apostadero Naval ubicado en la Dársena Norte.

En Uruguay, donde está pasando estas primeras semanas del año, nos recibió en su chacra en la zona de La Barra Golf Club. Y esto es lo que nos contó:

“Vivo en Punta del Este cinco meses al año mínimamente, aunque me quedé un año y medio seguido por la pandemia. Es que del otro lado del mundo donde vivo, Milán, era uno de los epicentros del Covid y no pude volver. No tuve Covid que yo sepa. En Buenos Aires no paso mucho tiempo, dos meses, a veces uno. Tengo 69 años y un problema con el tiempo, la constante de mi vida. Puede ser que se trate de una obsesión. Para mí el día tendría que ser de 48 horas. No soporto y tengo intolerancia a la gente que se aburre”.

–¿Por qué se te ocurrió ir a la Antártida?

–No quería ir para nada porque no era una amante del frío. La razón por la cual termino yendo es porque mi hijo, que fue en 2013 en luna de miel con el National Geographic Explorer, estaba tan entusiasmado y fascinado que me insistió mucho. Yo tenía otros planes, otros deseos de viaje. Pasaron siete años y, de cuando en cuando, mi hijo seguía insistiendo. Fui en enero de 2020 pero nadie quería ir conmigo a la Antártida en pleno enero. Todos querían ir a la playa. Fui sola. Estoy muy acostumbrada ya que viajo mucho sola.

–¿Y qué impresión tuviste de la Antártida?

–Fue un shock. No había leído nada. Sabía del cambio climático como todo el mundo, pero la verdad que no esperaba que fuera tan shockeante. Empecé a entenderlo en una forma muy subconsciente. Nunca trabajé ni trabajaré en temas ambientales. Eso siempre lo puntualizo todo el tiempo. Creo que la fuerza de lo que hago es por un approach más místico. En realidad, la primera vez que fui tuve un shock tremendo. Volví en 2023 con el fotógrafo y artista Lorenzo Poli.

–¿De dónde te viene el afán explorador?

–Mi mamá me llamaba “la Pasionaria”, pero me lo decía mal, despreciativamente. Mi familia estaba muy involucrada con el arte y lo burgués.

–¿Eran nobles?

–Sí y no. La familia de mi papá era importante empresarialmente. Empezó con textil y con marcas muy reconocidas en los últimos años. Los trajes para hombre Marzotto eran muy conocidos. Después compraron Valentino, Hugo Boss y Gianfranco Ferré. Se convirtió en el Valentino Fashion Group ya en los años 2000. Pero a mi abuelo lo hicieron conde en el 39. Él no era fascista, pero la época en la que el rey le dio el título sí lo era. Mi abuelo era muy simpático y hacía contratos con el rey, con el Papa, todos con reglas diferentes. La heráldica tiene sus reglas, pero sacó títulos para toda su descendencia. Yo soy republicana. Tuvimos una casa real, los Saboya, que arruinaron Italia, que promulgó cosas horribles como las leyes raciales, hay una responsabilidad histórica grave. Mi familia obtuvo títulos, pero yo no los uso. A mí me llaman por mi nombre. Ni señora me dicen.

–Hay dos caminos cuando uno tiene la fortuna de nacer en el seno de una familia con recursos de sobra: uno es cultivar el dolce far niente que, supongo, termina siendo muy aburrido por más que se tenga todo a pedir de boca, y otro, que podría ser el tuyo, en el que contando con esas facilidades te proponés explorarlo todo saltando de una cosa a otra y, en ese caso, la incomodidad puede venir por el lado de no saber exactamente quién es uno y qué quiere hacer de su vida. ¿Qué sos vos? ¿Cómo te definirías?

–Yo soy muy diferente del resto de mi familia. Soy una persona muy curiosa a la que seguramente le gusta aprender. Mi madre decía una cosa de mí que me supercaracteriza: “No la entiendo bien a Paola: cuando aprende a hacer bien algo pasa a otra cosa”. Y mi padrastro me repetía: “Tienes todas las posibilidades del mundo, pero tienes que concentrarte en algo”. A mí no me interesaba mucho tener una carrera en el sentido tradicional.

–¿Te malcriaban de chica?

–Para nada. No te hacían el curso de planchar, pero pasábamos muchísimo tiempo con la gente de servicio. Había muchísima disciplina, primero con el estudio y después con el trabajo. Una cosa me llevaba a otra. Empecé con la fotografía en el 75.

–¿Y cómo caíste en el set de Apocalypse Now?

–Para mi cumple de 18, que aquí las chicas festejan a los quince, yo no deseaba una fiesta. Quería un viaje alrededor del mundo con una amiga mía. Me invitan los productores de Coppola, que yo conocía, a la filmación de Apocalypse Now. Tenía una cámara y una mochila llena de rollos. Llegué al set de filmación, que parecía estar en medio de la guerra en la escena de la cabalgata de las valkirias . Y tenía que sacar las fotos muy rápido ya que las escenas no se repetían. Ahí aprendí a trabajar en tomas directas, sin photoshop.

–Me imagino que esa experiencia te cambió la cabeza...

–Aunque luego tuve dos hijos, y he tenido años más domésticos, nunca paré de trabajar. Yo no soy de Venecia en sí, sino de la provincia, que es muy diferente. Soy casi friulana. Mi familia paterna es de Vicenza. A Roma llegué a los 15 años, di la vuelta al mundo y estuve estudiando con Lee Strasberg. Después de haber visto filmar a Coppola lo único que querés es ser actriz. Nunca me discutieron que me dedicara a la fotografía, pero también empecé a escribir en el diario La Repubblica, que recién había abierto. Escribía de teatro, por el que tengo una gran pasión. Era muy joven, tenía veinte años y hacía entrevistas a directores sobre las obras que se representaban. Iba a ver los espectáculos y los comentaba, pero no era crítica.

–Se podría decir que tuviste una relación bastante peculiar con un reconocido pintor italiano expresionista como Renato Guttuso.

–Era mi padrastro, compañero y amante de mi madre, que siempre siguió casada. Era una relación bastante pública. La gente de la sociedad lo sabía. Mi madre lo conoció en el año 68. Ella lo veía de día.

–Y en ese entorno artístico e intelectual, ¿con qué celebridades te trataste?

–Con Andy Warhol pasé un par de días. No era tan famoso como se lo recuerda ahora. Era bastante mundano. Yo escribía en una revista feminista y lo entrevisté. Creo que se hizo una fiesta en mi casa; no me acuerdo bien. A Pier Paolo Pasolini lo conocía mejor. Cuando lo mataron yo tenía 19 años. Ahí tomé la decisión de irme al exterior.

–¿Por qué en estos últimos años, además de seguir tomando tus propias fotografías, armaste Eye-V Gallery, con otros autores de la imagen?

–En noviembre de 2020 me rompí una pierna y me quedé cuatro meses en la cama, que me parecieron eternos. Fue entonces cuando unos amigos artistas me pidieron que les organizara una exposición. De chica trabajé mucho en arte, arquitectura, danza y música, ocupándome de los artistas. Por eso, la logística a mí no me asusta para nada. La galería la armé con fotógrafos que tienen una impronta muy pictórica, que son el tipo de artistas que yo represento.

–En tus búsquedas fotográficas, propias o de los otros autores que te interesan, ¿entra la inteligencia artificial?

–La inteligencia artificial en la fotografía puede ser interesante, pero a mí no me interesa. Lo que hago yo es una búsqueda de la naturaleza a través de la imagen, pero no porque ahora esté de moda. Como grupo no hacemos nada de naturalismo, como el National Geographic, porque a mí no me interesa ni me emociona. Me interesa más la búsqueda mística, la belleza y la armonía de la naturaleza. Es una búsqueda muy precisa. Yo soy una empresa cultural. A mí lo que me interesa es que haya artistas que vuelvan a poner a la naturaleza en el centro de la atención, pero de una forma profunda, no superficial.

–Hablando de moda, también es otra de las actividades a las que te dedicaste.

–Es que cada uno tiene que seguir su propia naturaleza. Yo he pasado del periodismo gráfico a hacer documentales en la televisión en RAI 3. Al diseño de moda no llego por mi familia, sino por otro lado. Hasta que me convertí en consultora de moda y empecé a hacer mi propia marca prêt-à-porter y el calendario Milano Collezione. La cámara de la moda italiana empezó a financiarme para que hiciera alta costura. Pero paré con la moda porque aunque era muy creativa, me fue muy mal económicamente. Fue un momento de mi vida en que se cayó todo y me dije que por algo me estaría pasando. Entonces me dediqué a mis hijos y a hacer beneficencia. Hice algunos proyectos por los niños y una acción ecológica como levantar cigarrillos de la playa. Nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando.

–¿Ahí empieza a despuntar la política, otra de tus vocaciones?

Antonio Di Pietro, el fiscal de “Manos limpias” contra la corrupción, se mete en política y yo como Pasionaria lo seguí. Pero tuvo que retirarse porque del lado de Silvio Berlusconi le armaron una serie de acusaciones que no eran ciertas. Lo hizo para no complicar el trabajo de los jueces de “Manos limpias”, pero luego volvió y nació Italia de los Valores, que al principio era un movimiento y después se convirtió en partido y en una alianza con Romano Prodi, que ha sido un grande como jefe de gobierno. Di Pietro fue un buen ministro de Trabajo. Se sumó gente de la sociedad civil que viene de distintas profesiones, no de la política, y fui candidata. Tengo una experiencia de política brava, hice varias campañas. Era del grupo más cercano a Di Pietro. Me acuerdo una vez que estaba vestida con jeans negro y abrigo de piel del mismo color. Yo era una rubia de 40 años. Unos que pasaban pensaron que era una puta y me querían levantar. Di Pietro alertaba que era una condesa. Para mí fue una experiencia bárbara. En un momento pasé a un organismo consultivo de la alcaldía del centro histórico de Milán. Pero no tenía poder económico ni recibía plata. Fue frustrante.

–¿Y tu relación con la Argentina cómo se dio?

–Tuve historias con la Argentina desde muy joven, recorrí todo y también trabajé en el CAYC con un grupo de gente haciendo teatro no convencional. Era la época de Isabelita y me acuerdo perfectamente cuando vino el golpe, fuimos a hacer café concert en la Patagonia. Y a Punta del Este vine por primera vez en el 94, en una pasada de una semana. Mi deporte favorito era mirar casas, pero no tenía plata para comprarlas. Me interesa y divierte el diseño porque hago un ejercicio imaginativo de cómo las haría yo. Esta, en la que estamos, fue un proyecto loquísimo de mi madre; la otra se amplió para mis hijos, pero nunca tienen tiempo para venir y la pequeña es la mía, muy linda, que ya estaba. Vine aquí durante la segunda Guerra del Golfo. Soy una persona muy ansiosa y aprensiva, pero no angustiada ni tampoco miedosa. Pensaba que con todo lo que estaba pasando, con una situación que podía explotar de un día para el otro, había que tener algo lejos. Aquí estamos mejor. Estaba buscando campo en la Argentina y una amiga de mi madre, Liu Terracini, me ofreció uno en Corrientes, pero finalmente vine con un amigo a Uruguay, estuve doce días y el día doce firmé el boleto de compra.

–Siendo tan inquieta, ¿qué es lo que encontrás aquí en medio de tanto sosiego?

–Primero iba mucho al mar. Ahora no voy más porque el sol está muy fuerte. Tengo muchísimos amigos y, como siempre me encantó la naturaleza, acá hay un tajamar, una tira de eucaliptos. Son 45 hectáreas y yo también me ocupo de los trabajos en el parque. La otra vez, mirando a lo lejos, me pareció que pasaba un perro y era un gauzuvirá, un ciervo pequeño. Prefiero quedarme aquí y no vuelo casi nunca porque poluciona, aunque algo viajo porque no puedo renunciar a mi familia. Me volvería loca. Pero tampoco puedo renunciar a mi vida que ya está aquí, entre la Argentina y Uruguay. Más en Uruguay, donde estoy haciendo exposiciones importantes. De abril hasta noviembre normalmente me quedo en Milán. Los nietos están entre Mónaco, los de mi hija, y en Varese, los de mi hijo. Entonces voy y vengo y los visito.

–Sos la consuegra de Carolina de Mónaco...

–Sí, pero no hablo de ella ni de la familia en general. Puedo decir algunas cosas sobre mis hijos, pero no hablo porque se sabe todo. Tengo seis nietos: dos de mi hija y cuatro de mi hijo. Yo digo una cosa simpática que, además, es cierto: con Carolina no somos consuegras; somos coabuelas. Nos vemos poco porque ella tiene un mundo y yo otro. A mi yerno [Pierre Casiraghi) sí lo veo mucho.

–¿Es por su costado ambientalista?

–Claro, ha llevado a Greta Thunberg en su velero a la Cumbre sobre la Acción Climática en Nueva York. En donde vive con mi hija y su familia todo es superecológico. La gente joven y culta son dos grupos que se fijan y están preocupados en esas temáticas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/mi-familia-obtuvo-titulos-pero-yo-no-los-uso-a-mi-me-llaman-por-mi-nombre-nid19012025/

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