“Es arena, mar... y piel”. Dónde queda y cómo es la playa nudista Querandí, el secreto mejor guardado de Villa Gesell
VILLA GESELL.– Una vieja bomba de agua manual y dos guardavidas son los únicos servicios a disposición. El resto es arenas amplias, médanos generosos con mínima vegetación que marcan límite...
VILLA GESELL.– Una vieja bomba de agua manual y dos guardavidas son los únicos servicios a disposición. El resto es arenas amplias, médanos generosos con mínima vegetación que marcan límites con los campos cercanos y, al frente, el inmenso mar donde los cuerpos desnudos disfrutan de esa inexplicable sensación de máximo contacto con la naturaleza.
Playa Querandí no tiene más de 200 metros de ancho y otros tantos de largo. Es uno de los dos rincones de la costa argentina donde está permitido el nudismo. En cada uno de sus accesos hay carteles y banderas de la Asociación para el Nudismo Naturista Argentino (Apanna) que advierten al bañista lo que va a encontrar un poco más allá. Sus límites están señalados con postes en color aguamarina, que colocan y pintan los usuarios a comienzos de diciembre, con el inicio de cada temporada, junto a la casilla del servicio de seguridad en playa.
“Hemos logrado desde esta playa pública funcionar todo este tiempo como una verdadera comunidad”, señala Hernán Buono, que pasa aquí sus veranos desde 2008, cuando el municipio de Villa Gesell hizo lugar al proyecto de Apanna y autorizó esta alternativa, que tenía su primer y único antecedente unos 140 kilómetros al sur, en Playa Escondida, en el partido de General Pueyrredón, a menos de diez kilómetros de Miramar.
A diferencia de esa bahía, que es parte de la oferta turística marplatense, donde hay un concesionario y servicios de carpas, sombrillas, piscina y gastronomía, en Playa Querandí la propuesta es de un sector de costa virgen al que se llega luego de casi cuatro kilómetros por arena, en vehículos de doble tracción. O, en forma alternativa, un camino rural y sólido por el acceso de la Arenera Galatti desde ruta 11: se paga un peaje y, luego de estacionar el vehículo, se deben caminar casi 300 metros para cruzar un médano hasta tener el parador a la vista.
La ubicación es en el extremo sur del partido de Villa Gesell, entre la localidad de Mar Azul y el faro Querandí. “Hay buena voluntad y buena onda entre el grupo. Somos unas 40 o 50 personas, no mucho más, los que estamos siempre. De a poco, van llegando algunos más para conocer”, cuentan Daniel y Gabriela, que supieron de la existencia de una playa naturista mientras hacían un excursión por la reserva forestal, hace diez años.
“Volvimos al día siguiente caminando, nos contaron cómo funcionaba y desde entonces la playa Querandí fue el imán que nos llevó siempre a veranear en esta zona”, cuentan. “No nos interesaban vacaciones con cine, teatro o semáforos, sino el ambiente natural”, describe de ese encantamiento que sintieron con la propuesta que resumen como “arena, aire, piel y mar”.
En su mayoría, quienes frecuentan estas arenas son parejas. La playa es vecina de un frente pesquero que tiene un gran movimiento por las buenas capturas que se logran en cercanías del faro: desde corvinas hasta tiburones.
Cómo funcionaEs una playa pública, por lo cual no se cobra. Tampoco hay una entidad que la maneje, sino que la tarea está a cargo del voluntariado que comparten un puñado de habitués del lugar. El viento es el principal enemigo en ese corredor marítimo bien abierto, sin reparos. Por eso resulta fundamental llegar con vehículos para cargar con gazebos, sombrillas, sillas y elementos de cocina frente a la ausencia absoluta de servicios.
Cristian Crizaldo tiene una definición de Playa Querandí que expresa su pasión por el lugar: “Es un amor de verano”, dice. Y, además, una experiencia que ratifica sus dichos: “Me casé con mi mujer en esa playa, fue hermoso e inolvidable”, asegura, y detalla que fue una ceremonia informal, con un sacerdote improvisado y vestimenta de playa hasta el “sí, quiero” de la pareja. Luego llegaría la foto de los novios, entonces sí, con todos los invitados en modo nudismo.
Cristian cuenta que era de los que miraban “desde afuera” la movida nudista hasta que se animó a probar. Primero él solo, porque su mujer se resistía. “Fue una explosión de sensaciones”, dice sobre esa primera vez, la siguiente y todas las que vinieron. Hasta que su compañera también se animó. “Es un antes y después: cambian las miradas con ropa y sin ropa entre nosotros y quizás hay más celos en la calle que en la playa”, dijo sobre esta experiencia que se convirtió para ellos en una forma de vida. Hasta se compraron un lote y se hicieron una casa en la zona para estar cerca del parador.
Hernán preside Apanna y recuerda que los códigos para Playa Querandí son los mismos que aplican a la convivencia nudista naturista en Escondida y otros dos centros urbanos que tiene la provincia para estas prácticas en el ámbito bonaerense, Edén y Pachamama. La siguiente opción es en Córdoba, Yatán Rumi. “La diferencia aquí es que el nudismo es opcional”, aclara sobre la convivencia con quienes son denominados como “textiles”, por usar traje de baño.
Aín y Gonzalo son oriundos de Plottier, en Neuquén, pero desde Córdoba arrancaron una aventura por las rutas que reflejan en sus redes @siendoviajeros. En el camino, descubrieron el naturismo y nudismo que no tardaron en adoptar. “La primera vez fue en Chihuahua, Uruguay, y luego nos dedicamos a recorrer todos los paradores de este estilo en Latinoamérica”, comparten sobre la experiencia, que comenzó en bicicleta y hoy continúan con un auto prestado y su perra, Chaltén, como acompañante.
Destacan en particular esta alternativa que se da en las costas argentinas de permitir presencia de gente vestida en ámbitos habilitados para el nudismo. “En Brasil es obligatorio estar desnudo; hasta el vendedor ambulante se quita la ropa cuando cruza por el parador”, detalla Aín, y admite que le resulta incómodo eso de compartir playa con quienes eligen ese lugar usando traje de baño. “Si vas a probar estás un ratito vestido, pero te desnudás como todos o te vas, porque no tenés la misma onda de los demás”, opina.
Esta opción abierta y vigente es la que permite que Buono, que es presidente de Apanna, pueda disfrutar del lugar con su esposa, Naty, que en todos estos años siempre lo acompañó en Playa Querandí, pero nunca se quitó la bikini. “Soy la extraterrestre del grupo”, se define ella misma, pero asegura que disfruta y le gusta mucho el lugar. “Para mí el entorno es natural y lo disfruto tanto como quienes hacen nudismo”, asegura.
Este pequeño pero particular parador obligó a extender el servicio de seguridad en playas. En la casilla está habitualmente Maximiliano. El día franco lo cubren sus colegas Julieta y Nadia: “Es raro la primera vez, como todo, porque es una playa distinta, pero muy pronto uno naturaliza la situación”, coinciden.
Playa Querandí tuvo en su origen una extensión mayor. Un cambio de gestión de gobierno les dejó casi la mitad de superficie y la ausencia de baños, que les demolieron porque no hay allí servicio de cloacas. La boca de agua potable es una ventaja para quienes la frecuentan y, a veces, la excusa de los curiosos que siempre asoman desde autos o a pie. “Habíamos hecho una empalizada con cañas, pero preferimos dejar todo a la vista porque no hay nada que ocultar”, explica Hernán sobre este diseño actual, sin más elementos que unas decenas de pilotes y unas pequeñas estructuras de madera que, con agregados de lonas, sirven para protegerse cuando el viento sopla fuerte.
“Esto es totalmente diferente a Escondida y cada una tiene su encanto”, asegura Pedro, otro visitante que hace rato frecuenta Querandí y destaca la naturaleza y aires de mayor intimidad que ofrece este parador agreste. “Esta playa es más familiar, soy de venir con mi nieto”, remarca.
En cuanto al comportamiento, todos coinciden en que el respeto es sagrado. “Lo que tenemos claro es que no queremos que molesten a la gente, si alguien se siente molesto, vamos y ponemos los puntos”, señala Pedro sobre el autocontrol que ejercen los habitués del lugar.
Como dato a destacar marca la mayor presencia de gente joven entre los nuevos visitantes que tiene Playa Querandí. “Vienen y se sacan la ropa al toque”, dice, y explica que “cambió la cabeza de la gente”.
También subraya esta posibilidad de mayor distancia entre grupos, así como la unidad que se da entre ellos con el paso del tiempo y los vínculos que se generan con el correr de los días y las temporadas. “Todos estamos esperando que llegue enero y febrero para viajar y encontrarnos en Playa Querandí”, asegura.