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Unas 50 familias construyen un barrio nuevo sin saber en qué terreno tendrán su casa

Camila Fernández, de 25 años, y su marido Jonathan Escobar, de 28, conviven hace casi una década pero vivieron solos, de manera independiente, apenas dos años, cuando pudieron alquilar. Por eso...

Camila Fernández, de 25 años, y su marido Jonathan Escobar, de 28, conviven hace casi una década pero vivieron solos, de manera independiente, apenas dos años, cuando pudieron alquilar. Por eso ahora sueñan con construir su primera casa propia para compartir con sus hijos Renata y Luca, de 8 y 5 años, en el lote que compraron con la ayuda de la Fundación Vivienda Digna en Derqui, provincia de Buenos Aires.

“Jonathan y yo nos conocimos de chicos en Malvinas Argentinas. Después nació Renata y cuando tenía 6 meses nos instalamos en la casa de mi suegra en Los Polvorines”, cuenta Camila, que es profesora de danzas y trampolín, y marido, albañil.

Como los dos trabajaban tanto, hace un par de años pensaron que podían vivir solos como una nueva familia y alquilaron una casita, pero se les complicó pagar la mensualidad y volvieron con la suegra. Mientras tanto, la mamá de Camila se mudó a Derqui y en la escuela de sus hijos menores se enteró del nuevo barrio de lotes con servicios para viviendas sociales.

30 personas trabajando

“Fui una de las últimas en anotarme en la lista de la Fundación Vivienda Digna y ser entrevistada por la asistente social, por eso no tenía tantas ilusiones. Cuando me llamaron, el año pasado, me temblaban las patitas de la emoción. Al mes empezamos a trabajar en los lotes: hicimos pozos, luego los pilares para la luz y ya terminamos las plateas también. Avanzamos rápido porque venimos más de 30 personas, sábado por medio. Todos ponemos la mejor voluntad porque cualquiera de esos lotes puede ser el de uno”, afirma Camila.

“Mi sueño es tener mi casa con el cuarto de los chicos, un pequeño gimnasio para trabajar y un patio para la caniche Lara. Esperamos construirla en unos tres años. Está todo caro, pero ojalá recibamos donaciones de materiales o hagamos una compra en comunidad”, agrega Camila.

“Luca tiene trastorno de lenguaje mixto y necesita tratamiento y acompañamiento. Se lo descubrieron cuando le hicieron el test de ADOS-2 para saber si tenía autismo, porque no sabía comunicarse y pegaba mucho. Ahora habla bien gracias a las terapias y va al jardín en San Miguel con un acompañante terapéutico. Avanzó un montón y ahora me puedo sentar a tomar un mate”, afirma.

Camila y su marido pagan la cuota de la Fundación gracias a las asignaciones familiares que perciben por sus dos hijos (el de Luca es un poco mayor por discapacidad). Y cubren sus gastos mensuales con el sueldo de Jonathan.

Autoconstrucción comunitaria

La Fundación Vivienda Digna trabaja desde hace 45 años en la construcción y el equipamiento de casas para familias de escasos recursos económicos. Las familias deben participar en el proceso de construcción y en actividades de integración y aprendizaje comunitario acompañadas por el equipo técnico social. Además y durante 15 años, abonan una cuota mensual de 50.000 pesos, que se ajusta por el índice de salarios del Indec.

“El proyecto en Derqui consta de dos etapas, de las cuales la primera ya terminó. En un enorme terreno baldío donado a la Fundación se construyeron casas para 97 familias gracias a una financiación mixta: aporte del Estado y campañas de donaciones”, señala la responsable social Vicky Aguiló durante el recorrido por el barrio de casitas de una o dos plantas, pintadas en distintos colores suaves y con jardines prolijos, que fue el primero en la zona en tener cloacas.

En la segunda etapa, Vivienda Digna distribuirá 52 lotes con servicio -en dos tandas- en un terreno propio de Derqui junto al anterior, que estaba cubierto de pastizales y basura. Allí, los vecinos serán los encargados de edificar sus propias casas.

El director ejecutivo de la Fundación Vivienda Digna, Alejandro Besuschio, explica la diferencia entre las dos etapas: “En esta segunda etapa, por primera vez estamos haciendo todo el trabajo sin ayuda estatal: movimiento de suelos, infraestructura, trazado de calles, loteo, la platea hormigón y la provisión de los servicios (agua, cloaca y electricidad). Esto lo logramos con un mix de préstamos a tasa reducida, donación de particulares y una muy buena gestión de costos con los proveedores de los materiales”, explica.

Por ahora fueron seleccionadas 26 familias de entre las más de 900 que se anotaron en la primera lista. Los requisitos, según indica Vicky Aguilón, son: “Que no tengan terreno ni vivienda propios, que haya niños, que estén motivadas en mejorar su situación habitacional, que estén dispuestas a trabajar con otras familias en grupo y que tengan la posibilidad de pagar una cuota mensual. Si están de acuerdo, se anotan en una segunda planilla y son entrevistadas en sus hogares”.

Los futuros vecinos trabajan sábado por medio en cuadrillas de limpieza y construcción, que se renuevan en cada jornada, así se van conociendo. Cuando alguien termina su trabajo, ayuda a los demás. El próximo paso serán las cloacas. Apenas estén listas, entre octubre y noviembre, se sortearán los lotes para que cada familia pueda iniciar la construcción de su casa de acuerdo con los modelos preestablecidos del barrio.

La oportunidad de la casa propia

Vanesa Soledad Barrionuevo, de 32 años, trabaja en una cooperativa y durante los fines de semana también como moza o ayudante de cocina en eventos. Desde hace casi 13 años está en pareja con Jorge Fiorentino, de 29 años, que hace changas de la construcción. Viven con su hijo Dilan, de 10 años, en la casa de un tío en el barrio El Triángulo, del otro lado de las vías de Derqui.

Antes, la familia vivía en El Cascote con sus suegros, que decidieron emigrar a San Luis y vender su casa. Entonces, también se fueron a San Luis. “Estuvimos cuatro años allá, pero es un lugar muy cerrado y con el tiempo bajó mucho el trabajo. Hay mucho en la construcción, pero nada para mí. En Buenos Aires hay más oportunidades, por eso volvimos y nos instalamos con el tío de mi marido, Ariel”, explica Sole, como le dicen en el barrio.

“Me había enterado del primer barrio porque uno de mis primos ya vive acá. Me anoté y el día que me llamaron, lloré de felicidad. Hace un año empezamos los talleres y desde diciembre venimos sábado por medio para trabajar en los lotes. También tratamos de erradicar el basural a cielo abierto que está acá al lado: juntamos la basura y vinieron camiones a levantarla, pero pocos días después ya había otra vez”, se lamenta.

“Nosotros elegimos el prototipo de cada con dos piezas con un baño en el medio y cocina, con escalera por afuera para edificar arriba la pieza de Dilan para que en el futuro tenga su independencia. Edificar la casa nos va a llevar un tiempo, pero sabemos que vamos a llegar”, dice feliz y orgullosa.

A Dilan se le iluminan los ojos y cuenta que tiene todo planeado: quiere armar “la sala gamer”. Tendrá un escritorio con la computadora debajo de la cama con acolchado de Boca Juniors, a la que suba con una escalerita. “Me regalaron una tele cuando pasé a quinto grado y la escuela me va a quedar más cerca. Además voy a hacer pijamadas con mis primos y mis amigos nuevos”, asegura contento.

Laura y Víctor, los caseros del barrio

Laura Marcenal, de 51 años, y Víctor Cisterna, de la misma edad, alquilaban en Monterey Norte hasta que la propietaria les avisó que cuando se venciera el contrato, en diciembre pasado, iba a vender la casa. Tenían que buscar urgentemente un nuevo lugar donde vivir con los hijos de Laura: Brian, de 18 años, que trabaja y estudia para ser personal trainer en Pilar, y Valentina, de 13.

“Tenemos un amigo que vive acá y nos contó. Nos presentamos y quedamos como los caseros del barrio nuevo en una casita temporaria entre la cancha de fútbol y la placita. Salió todo redondo”, cuenta Laura, que es ama de casa y en su hogar alquilado había montado un local de artículos de limpieza.

Víctor se dedica a la construcción y la pintura, por eso estuvo a cargo de la cuadrilla de vecinos para armar el encuadre y explicar cómo hacer la primera hilada para delimitar los pilares. El albañil también tiene dos hijos: Brisa, de 24 años, vive con su marido y un bebé de un año, y Ángel, de 13, los visita los fines de semana.

“Me la paso soñando la casa, pero tenemos que ser conscientes de que la vamos a levantar los sábados y domingos, porque no contamos con más tiempo. Y tampoco queremos usar placas de durlock, que es más caro pero más rápido, porque después no se puede hacer un segundo piso. Tal vez construyamos abajo con ladrillos y arriba con durlock. La mano de obra está, pero hay que conseguir los materiales, carísimos, a base de sacrificio”, cuenta Laura.

Víctor comenta que prefirieron el modelo con dos habitaciones pegadas, baño y cocina comedor, con la escalera adentro por si quieren edificar en el segundo piso. “Al principio fue difícil adaptarnos por los chicos. Yo no conocía el barrio, pero es muy lindo. Ya estamos en el grupo vecinal y siempre nos comunicamos para ayudarnos. Todo resultó muy bien y conocimos muchas personas que ya sabían quiénes somos nosotros, los ‘famosos’ caseros”, dice entre risas.

Cómo ayudarPara hacer donaciones a la fundación Vivienda Digna, ingresar a la web, escribir a donantes@viviendadigna.org.ar o llamar al +54 9 11 3057 7081.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/unas-50-familias-construyen-un-barrio-nuevo-sin-saber-en-que-terreno-tendran-su-casa-nid26082024/

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