Quedó postrado por una enfermedad, se aferró a la fe para curarse y hoy es el goleador de la Liga Profesional
“¿Nos queda un lugar? Algo tiene…”. Esta frase, sugerida por Gastón Ramondino, coordinador del fútbol amateur del club Acassuso, a sus compañeros de trabajo, es el inicio de la carrera de...
“¿Nos queda un lugar? Algo tiene…”. Esta frase, sugerida por Gastón Ramondino, coordinador del fútbol amateur del club Acassuso, a sus compañeros de trabajo, es el inicio de la carrera de Braian Romero. Sentado en una tribuna y ante sus ojos, un joven de 18 años corría de un lado para el otro, desordenado, con nulos conceptos tácticos, pero con una entrega desmedida que conmovía.
Ramondino no tenía dudas del potencial futuro de Romero, un chico que se crio en potreros, adivinando el pique de la pelota en canchas minadas de pozos y piedras. La lista de 35 jugadores pre-seleccionados fue el primer filtro que debió saltear el joven, de pelo rubio y aspecto desgarbado, aconsejado por su amigo Cristian para que asistiera a dicha práctica.
“Era desprolijo, no tenía mucho orden, pero había una gran voluntad y capacidad aeróbica. Yo pensaba que, si aprendía cómo moverse en la cancha, seguro nos iba a dar algo”, relató Ramondino, en diálogo con LA NACION. Superado el tamiz inicial, Braian empezó a repartir su rutina diaria con entrenamientos por la mañana con sus compañeros de la cuarta división y, a la tarde, atendía una verdulería familiar, ubicada en la calle Juan B. Justo, en la localidad bonaerense de Beccar. La necesidad de un trabajo rentado era imperiosa: fue padre de Sofía a los 16 años y debía, junto a su novia Romina –hoy, esposa– pagar el alquiler de un departamento, sumado a todo lo que conlleva sostener una familia a tan corta edad.
El debut de Romero en las inferiores de Acassuso está lleno de rarezas: jugó de volante central y se retiró expulsado. “Extrañamente, en ese partido la rompió. Fue la figura. Lo único era que corría para todos lados por no tener formación”, rememoró Ramondino, que en su etapa de entrenador de cuarta y reserva tomó la decisión de correrlo del eje central de la cancha para ubicarlo de volante derecho, con una marcada vocación ofensiva.
“Fabián, ¿cuándo lo pensás poner?”. La pregunta de Ramondino estaba dirigida a Fabián Nardozza, técnico del primer equipo de Acassuso. Los días martes, el plantel superior medía sus fuerzas contra un mezclado del selectivo y Romero, a base de velocidad y atrevimiento, descollaba contra quienes iban a ser sus compañeros meses más tarde. Reacio a querer subirlo al primer equipo, el DT le explicó a su colega que cometía errores tácticos en ciertos momentos de los partidos y no encajaba en su idea de juego.
“Después de ese día, armé un entrenamiento especial para Braian: lo hacía entrenar con conitos –para que los esquivara– y de esa forma para que perfeccionara sus movimientos y ocupara los sectores del campo que el técnico requería”, aclaró su formador. A fuerza de gambetas, dedicación y profesionalismo, Braian recogió sus frutos al convencer al entrenador y así debutar en Primera el 28 de mayo de 2011, contra Villa San Carlos, un partido el que ingresó tan solo tres minutos.
Apuntalado por los referentes del equipo, que lo felicitaron por lograr el sueño de muchos jugadores, Romero, de perfil bajo, casi sin que su voz se escuchara, luchó incesantemente para aplicar los conceptos adquiridos en pos de un crecimiento profesional y mantenerse en la plantilla superior, la cual año a año se modificaba por la llegada de refuerzos. “Lavandina”, como lo conocían sus compañeros por la similitud con el delantero Gonzalo Bergessio, se ganó la firma de su primer contrato, en los primeros días del año 2012.
“Braian llegó a mi órbita cuando empezó a entrenar en Primera y lo conocimos con el correr de los días. Rápidamente se metió en el plantel y empezó a jugar muy bien, tuvo partidos memorables”, relató Javier Marín, presidente de la institución sanisidrense, en contacto con LA NACION. La rúbrica del vínculo contractual no solo cristalizaba el sueño de ser futbolista profesional, sino también el cierre paulatino de su etapa como verdulero, un oficio que lo llevó a curtirse en la adolescencia. Sin embargo, cuando el primer paso estaba dado, un imprevisto de salud complicó todo el panorama, a punto tal de cambiar las canchas por un hospital durante largos meses.
El dolor, a la altura del sacro (estructura ósea localizada en la base de las vértebras lumbares), le quitó el sueño. Se convirtió en un tormento. Pensó que era repentino, producto de un mal movimiento al dormir en una posición inadecuada. Al llegar a la práctica en auto, Braian no solo que se retorcía del dolor, sino que tenía medio cuerpo inmovilizado producto de los pinchazos de una enfermedad que se gestó en silencio. La rápida intervención del cuerpo médico, comandado por Esteban Garavano, decidió trasladarlo de urgencia al Hospital San Isidro por la molestia aguda a la altura del ciático.
“Se empezó a tratar con el médico del club, pero no le encontraban la vuelta”, explicó Marín. La desesperación era total. Braian Romero permaneció 15 días internado, con movilidad reducida y abrazado a las dosis de morfina para soportar el padecimiento. Sin un diagnóstico certero –hasta ese momento–, el futbolista permaneció durante tres meses sin poder caminar, postrado, trasladándose en transporte público a los centros de rehabilitación con una postura encorvada, similar a la de un anciano. Sin embargo, el problema se agravaría aún más al ponerle nombre a la enfermedad en tránsito.
“Hice la gestión para que lo pueda atender el doctor (Jorge) Vega, que trabaja en la selección argentina. Al hacerle estudios más exhaustivos llegaron a la conclusión de que Braian tenía un tipo de artritis que le impedía seguir jugando al fútbol”, siguió el presidente de la institución que milita en el ascenso, aun absorto por aquellos meses fatídicos para el futbolista y todo el plantel profesional.
Noviembre del año 2012. Los dolores, fármacos y rehabilitación le sulfataron la cabeza a un joven asentado en Primera. La sala de espera de un sanatorio ubicado en el barrio porteño de Villa Urquiza reunía al jugador, su pareja, Natalia, la mamá de Braian, Javier Marín y Rodrigo Alonso, capitán de Acassuso por ese entonces. El silencio y la ansiedad se apoderaban del ambiente hasta que la palabra del doctor Vega, junto a un reumatólogo de AFA, hizo añicos el ánimo de Romero al confirmar que transitaba la enfermedad de la artritis reumatoidea.
“El médico nos dijo que tenía que dedicarse a otra actividad. No podía jugar más al fútbol. Fue un momento muy crítico, una situación que nadie esperaba vivir. Era una noticia que caía como una bomba en el seno familiar de él y del club”, manifestó Marín, presente en esa reunión donde se le aconsejó, de ser posible, buscarle un trabajo dentro del club para que el impacto no sea aún más chocante.
“Acá era matar o morir: quedaba así y no caminaba más o hacía un tratamiento para poder, aunque sea, moverse por sus propios medios”, explicó Esteban Garavano, médico traumatólogo de Acassuso, a este medio. “Lo que tuvo no es común para un futbolista. Es muy raro que un jugador tenga una lesión no traumática”, siguió con la voz de la experiencia de tratar futbolistas a diario.
A partir de la evaluación médica que decantó en la afección sistémica de su cuerpo y la posterior inflamación de las articulaciones, Braian consumía tres pastillas por día, sumado a un corticoide semanal para el dolor. Con el pastillero al lado de su cama, los dolores no calmaban. Sin poder revertir esta situación inimaginable, el oriundo de Beccar se sujetó fuerte de la palabra “fe”. Sus abuelos, creyentes, le indicaron que fuera a la iglesia para aferrarse a una pequeñísima luz en el camino que solo ven los que no se rinden. “Fe: certeza de lo que se espera, convicción de lo que no se ve”, reza el versículo que aparece en la descripción de la cuenta de Instagram de Romero.
A 12 años de un evento traumático para la vida de cualquier persona, Garavano, en términos médicos, sigue sin poder creer en la recuperación de aquel chico que lloraba desconsolado y gritaba a viva voz para calmar el infierno interno de su cuerpo. “No me preguntes cómo”, remarcó el deportólogo. Inquebrantable, el protagonista de esta historia desechó los medicamentos y comenzó un camino ligado a un poder divino.
“Braian le adjudica la cura a la fe y, sinceramente, le creo porque los médicos estaban absolutamente sorprendidos. Él se curó de golpe”, resaltó Marín, acerca de este caso que desafió a la medicina y se emparentó con un milagro.
En un plazo corto de tiempo para un futbolista, Braian transitó muchos momentos que lo doblegaron y, aun así, renació como el ave fénix. Aquellos destellos que le daban un aire fresco al equipo de la tercera categoría del fútbol argentino, lo llevaron, sin escalas, a la Primera División cuando Colón se interesó en él a finales del 2014. “En ese momento empezó su carrera profesional”, subrayó la máxima autoridad de Acassuso acerca de la ida del hijo pródigo a la elite del fútbol argentino.
Su dolencia aguda en el sacro era parte del pasado. Sin secuelas, Braian explotó sus habilidades y eso le valió el pase a otros equipos como Argentinos, Independiente, River y Atlético Paranaense hasta recalar en Defensa y Justicia, donde existió otro “antes y después” en su carrera deportiva. “Quiero verte de 9″, fue la indicación de Hernán Crespo, DT del Halcón y referente de ese puesto, en medio de un entrenamiento donde no le convenció el rendimiento del futbolista por la banda.
Aquel Defensa y Justicia, con el sello del exjugador de la selección argentina, se coronó campeón de la Copa Sudamericana y la Recopa Sudamericana en 2021 con una injerencia directa de Romero en cada una de las anotaciones. Proclive a los cambios repentinos, el atacante no se mareó por ser el chico de la tapa y, en cada entrevista, recordó sus inicios en los potreros de San Fernando y cómo Acassuso lo acompañó en una de las etapas más difíciles de su vida.
“Braian es un tipo querible que siempre se acordó del club. Estuvo presente en muchas fiestas de fin de año, se sacó fotos con todos y estaba muy predispuesto para ayudar económicamente a los chicos de las inferiores con pelotas, botines, o lo que se necesitara”, explicó Ramondino, actual ayudante de campo en Cienciano de Perú, sobre este rasgo empático del delantero que jamás olvidó sus orígenes.
En un camino repleto de obstáculos y barreras que rasgaron su piel, Romero arribó a Vélez en 2023 con el mote de goleador, tras un breve paso por Tijuana, de México. Afianzado como una pieza clave del equipo que lidera la tabla de posiciones de la Liga Profesional, Romero pagó la confianza con goles y se coloca como el máximo goleador del torneo local con 11 tantos, a la espera de poder sumar un título más a su sacrificada carrera deportiva.