Oraciones y reflexiones para el Domingo de Ramos 2024
El Domingo de Ramos cae este domingo 24 de marzo, lo que da comienzo la Semana Sa...
El Domingo de Ramos cae este domingo 24 de marzo, lo que da comienzo la Semana Santa. Durante estos días, se recuerdan los distintos eventos que llevaron a la crucifixión y resurrección de Jesucristo. Es por ese motivo que es considera una de las celebraciones más importantes el catolicismo, que reúne muchos seguidores en el país y en el resto del mundo.
En el caso particular del Domingo de Ramos, se recuerda la entrada de Jesús a Jerusalén. Aquel día, el pueblo le dio la bienvenida aclamándolo y agitando ramas de olivo para saludar a quien consideraba “el hijo de Dios” o “el Mesías”. Según los Evangelios, mientras Jesús pasaba, los fieles dejaban a su lado pequeñas ramas de olivo al son de cantos de los Salmos, que decían: “Bendito es el que viene en el nombre del Señor. Bendito es el enviado del Reino de Nuestro Padre”.
Es por eso que en esta fecha los católicos suelen llevar ramas de este árbol a misa para que sean bendecidas y guardarlas luego en su casa el resto del año. De esa forma, emulan esta escena en que las multitudes acompañaron a Jesús. A su vez, en muchas comunidades se realiza una procesión en la que los fieles llevan los ramos bendecidos por las calles.
Además, muchos creyentes asisten a las fiestas litúrgicas y dedican tiempo a rezar y reflexionar en estas fechas. A continuación, algunas oraciones y reflexiones para el Domingo de Ramos, de acuerdo a Vatican News.
Lectura del díaCuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar».Y llevando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo».Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». (…) Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado la señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo». (Mt 26,36-39,47-48)
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno». Él lo negó, diciendo: «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». Luego salió al vestíbulo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos». Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes de que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar. (Mc14,66-72)
Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró. (Lc 23,33-46).
Oración del Domingo de RamosSeñor Jesús,
en medio de una multitud festiva
has venido a Jerusalén.
Obediente hasta el final,
entregas tu espíritu al Padre,
dando tu vida para salvarnos.
Las bocas de los que hoy
te aclaman “Hijo de David”,
mañana gritarán: “Crucifícalo”.
Los mismos discípulos que prometieron
quedarse contigo hasta el final, te abandonan.
¿Y yo, Señor?
Me parece que me cuesta seguir tu ritmo.
Me parece que la oración
es difícil de decir.
Tartamudeo. Me detengo. Reflexiono.
Me doy cuenta de que, como Judas, estoy preparado
para traicionar al Amor con gestos de amor.
Como Pilatos, estoy preparado
para defender la verdad,
siempre que no tenga que pagar yo las consecuencias.
Como Pedro, estoy preparado
para hacerte muchas promesas,
pero estoy igualmente dispuesto a abandonarte.
Como los discípulos, estoy preparado
para jurarte lealtad,
y luego desaparecer en el anonimato.
También descubro que... como María, la dolorosa,
en silencio, puedo acompañarte con mi corazón herido
a lo largo de tu via crucis.
Como el discípulo amado,
con María, sé quedarme contigo,
al pie de la cruz.
Como el buen ladrón,
sé reconocer mis errores
y encomendarme a tu corazón misericordioso.
Como el centurión,
sé reconocer
que Tú eres mi Señor y mi Dios.
Jesús, Hombre de la Cruz,
Hijo y hermano,
¡Ten piedad de mí!
Ayúdame a caminar detrás de Ti.
Contigo.
Para vivir en Ti y por Ti.
Al finalizar, se debe hacer decir la oración del Avemaría para cerrar.