Milei y el FMI: un año con la misma receta y a la espera de un acuerdo necesario que aplaque los ruidos
Haya casi terminaba el discurso cuando el presidente Javier Milei avanzó en el principal punto que esperaba ese juzgador económico colectivo llamado mercado. “Estamos avanzando en un acuerdo co...
Haya casi terminaba el discurso cuando el presidente Javier Milei avanzó en el principal punto que esperaba ese juzgador económico colectivo llamado mercado. “Estamos avanzando en un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para poder terminar de sanear el balance del Banco Central y salir del cepo cambiario definitivamente durante este año”.
Fue el último anuncio antes de entrar en el tobogán de salida de su discurso y terminar con su clásica despedida: “¡Viva la libertad, carajo! Justamente, esa arenga que el recinto contestó con un potente “¡Viva¡” era algo similar que lo que esperaba el mercado, algo ansioso por conocer cómo serán los próximos pasos económicos del equipo económico del Presidente.
Y si bien no hubo ningún tipo de detalle sobre lo que vendrá, sí adelantó que la letra chica de los términos del acuerdo se volcarán en un proyecto de ley que enviará al Congreso. Cuándo y qué es, por ahora, una incógnita. La variable política volverá a levantar polvareda en el pulso de la economía.
El anuncio llegó en un momento crucial. Más allá de los muy buenos números que enumeró y que dan cuenta el trabajo del equipo de gobierno en el poco más de un año de gestión, este febrero que acaba de terminar no fue el mejor en materia financiera.
Sucede que varias alertas se habían encendido en las últimas emanas. Cayeron los títulos, subió el riesgo país y el Banco central tuvo que intervenir para mantener a raya el tipo de cambio. Nada para que se desate la desesperación de nadie. Pero claro, ese jugador comunitario que es el mercado se había acostumbrado a una seguidilla de buenas noticias. Y entonces, se había puesto ansioso.
“Hubo una toma de ganancias”, relativizaban en el Gobierno cuando se los consultaban estos días. Puede que sea verdad y que muchos dueños de carteras hayan decidido mandar al bolsillo algunas de las ganancias que hicieron después del sprint de fin de año.
Pero, más allá de esa explicación, en el equipo económico sabían que las intrigas en torno al esperado acuerdo deberían dejar lugar a las primeras certezas. “El ruido de la coyuntura es sólo ruido”, dijo Milei en su discurso en el Congreso.
Por las dudas, para que haya más silencio, pues decidió entregar la hoja de ruta que tendrá la economía en el año que avanza.
Arreglar con el Fondo, dar de baja el cepo durante este año, bajar la carga impositiva y simplificar la cantidad de impuestos es parte de lo que se sabía pero que el Presidente ratificó que seguirán arriba en la agenda.
Luego, habló de avanzar en reformas como la impositiva y la laboral, dos temas que le quitan es sueño a miles de empresarios. Nada nuevo, ya que han estado siempre en carpeta, salvo una cuestión temporal: falta menos para que haya un nuevo Congreso. Eso es lo que dejó entrever el mandatario cuando dijo que si estos legisladores no lo acompañan, pues lo hará con los próximos, el 11 de diciembre.
Dicho esto se puede sacar una nueva conclusión: más allá de la intencionalidad, poco es lo que podría suceder en la materia salvo, claro está, que el remiendo en el sistema esté a tiro de regulación y que no necesite el aval de parlamento. Pero como se sabe, poco es lo que se puede cambiar sin ese requisito institucional en materia laboral o impositiva.
“No tenemos una ambición de poder, lo que sí tenemos es una ambición reformista. Pero para realizar las reformas que el país necesita, hace falta apoyo del Poder Legislativo. Queremos darle la oportunidad a este Congreso para acompañarnos en el ambicioso proceso que hemos emprendido. Así podrían, quizás, recomponer su relación con la sociedad que hoy parece irremediablemente rota”, les dijo Milei a los legisladores que fueron.
Inmediatamente, volvió sobre la posibilidad de que no le aprueben las reformas. “Si aceptan mi oferta, veré que están dispuestos a involucrarse en lo que el país necesita. Caso contrario, habrán demostrado que el único camino para cambiar el país, es cambiar este Congreso.”
Seguramente ese será el proceso más probable en materia de cambios profundo en materia laboral e impositiva: esperar la nueva composición del Poder Legislativo.
Sin el Congreso para aprobar grandes epopeyas legales, el Presidente deberá contentarse con la caja de herramientas con la que ahora cuenta la supla de los ministros estrellas, el de Economía, Luis Caputo, y el de Transformación del Estado, Federico Sturzenegger.
La batería de reformas y la desregulación que la Casa Rosada lleva adelante desde que asumió se ha valido poco del Congreso. Es verdad que la ley Bases le entregó un abanico de posibilidades importantes, pero no menos cierto es que una parte importante de esas palancas se terminan al año de haber sido aprobadas, es decir, a fines de junio.
Sin un Congreso permeable a grandes reformas y con superpoderes regulatorios que empiezan su camino menguante, lo que queda es aferrarse a la receta probada: mantener a raya el gasto, continuar con el equilibro fiscal y de esa manera, seguir con la baja de la inflación.
Si a eso se le suma el acceso al crédito y una baja de la pobreza, pues el año será bueno, expresó el Presidente. Esa será la receta de 2025.
De hecho, hubo algunas certezas más que dio en la noche legislativa. Por caso, a los que esperaban que regrese algo de obra pública o que la apertura económica tenga algún freno como para que no sufran las industrias argentinas, pues a no ilusionarse. “La obra pública no crea empleo, crea impuestos. Hay que terminar con esa mentira de que cuando hay obra pública hay más trabajo”, dijo.
Según su mirada, como los proyectos de infraestructura necesitan financiarse, pues lo que sucede es que se crean impuestos para pagarla. Esa secuencia, en su visión, genera inflación.
Ese recorrido teórico tiene algunas particularidades. Es verdad que la obra pública en la argentina fue responsable de bolsos, coimas y retornos. Pero también está probado por decenas de estudios que la planificación estatal en ciertos proyectos de infraestructura genera beneficios a mediano y largo plazo, mucho más allá de la contratista y sus empleados.
Pero Milei ya ha dicho que se corta a cero y ha cumplido. El punto es que los países no se terminan de desarrollar y crecer en forma sostenida sino hasta que la infraestructura y el stock de inversiones en energía, carreteras o puestos no acompaña. Que se entienda, el Presidente no desconoce esa relación sino que quiere que la haga el sector privado.
El punto es que mientras los tiempos de maduración de las decisiones empresarias para entrar en estos mercados sucede, el parque de infraestructura se deteriora. “A Milei le faltó un ministerio del Mientras Tanto”, graficó el empresario y productor Daniel Grinbank hace poco tiempo en una entrevista en este diario.
En el mientras tanto, pues no habrá nada de obra pública. Eso sí, se avanzará, como lo ha dicho desde la campaña, en la privatización de las empresas públicas.
Pero en este punto también merece la pena detenerse. Sucede que desde que asumió, el presidente Javier Milei lleva 13 meses en ejercicio del poder. Y el mundo de las privatizaciones, por ahora, está en pañales.
De hecho, una de las más grandes privatizaciones que llevará a cabo el Gobierno en todo su mandato, es la hidrovía que corre por el río Paraná. Y el proceso, que fue el primero importante sobre el que se posaron los ojos de los operadores globales, terminó con una licitación anulada por el Poder Ejecutivo después de que se advirtiera que los pliegos no generaban certezas a los interesados. Era para prender el faro y mostrar el camino privatizador; terminó, por ahora, en un pausa y con denuncias cruzadas.
La cuestión temporal no era algo que apremiara a nadie en lo que va del mandato presidencial ya que la velocidad de las reformas ha sido, aún mayor de lo que se creía. Pero ahora, de repente, entró en las variables a analizar.
Dejar correr el año para iniciar algún proyecto ya tiene otro precio ya que nada indica que el próximo Congreso será permeable a las iniciativas de la Casa Rosada de Milei. Sólo para tener en cuenta eso de los tiempos. En la administración de Carlos Menem –”El mejor gobierno de la historia, hasta ahora”, según Milei–, se llevaron acabo enormes reformas y se avanzó con las privatizaciones. El hacedor de gran parte de ese cambio fue Roberto Dromi, entonces a cargo de la cartera de Obras y Servicios Públicos. El mendocino, recientemente fallecido, fue ministro apenas 18 meses.
La receta de lo que viene será la misma. La motosierra será cargada de combustible cuantas veces necesite con tal de que al final del partido termine con el Estado y las cuentas se ajustarán todo lo que sea necesario con tal de mantener el logrado equilibrio fiscal.
Para eso habrá metas: el gasto consolidado de Nación, provincias y municipios deberá ser del 25% del producto bruto interno (PBI). Ese era el nivel promedio que tenía el peso del Estado en la economía antes de que asumieran los Kirchner. Después de sus paso por el sillón de Rivadavia y del de Alberto Fernández, ese porcentaje llegó a carga del 45%. Mauricio Macri lo bajó algo pero el mandato siguiente, lo volvió a subir.
Milei quiere regresar aquellos valores pero, para eso, necesita de que los gobernadores y los municipios hagan lo suyo. En muchas provincias no parece ser esta una prioridad. Y si para cambiar el Congreso hay que esperar este año, para que se renueven esos cargos pues hay que esperar dos más. De ahí eso de los tiempos.
Amigos en el NorteHay algo más que podría traer debate parlamentario. Si el Presidente decide transcribir su relación personal con el su par de Estados Unidos Donald Trump en un acuerdo de libre comercio (TLC), pues deberá golpear la puerta de las cámaras legislativas. A eso se le sumará un enorme frente externo con sus socios del Mercosur que no pueden, por acuerdo de parte, negociar con terceros países sin la voluntad conjunta del bloque.
Algo dijo Milei del asunto en su discurso, y más allá del entusiasmo que él y los suyos tienen depositado en la relación con Estados Unidos, pues no parece que tampoco pueda ser algo que esté acá a la vuelta.
De ahí que la cuestión de los tiempos empieza a ser determinante. Podrá decir el lector que el autor de la nota es un ansioso, pero lo que sucede es que dejar pasar el año y esperar el recambio electoral ya no es gratis. En el mercado, no son pocos los que dicen que la velocidad de las reformas de 2024 difícilmente se podrán replicar en este 2025.
Pero a no desesperar. Quienes miran y apuestan por la economía argentina se han convencido que el Gobierno no fue un entusiasta de la baja del gasto y el ajuste de las cuentas públicas sino que es el más férreo defensor de ese credo. Y como si fuera poco, que mantendrá esa forma en un año electoral. No cambiará pesos por votos. Esa es una virtud y algo que lo diferencia de todos sus predecesores.
Su apuesta es clara: mantener la vitalidad de su plan y sumarle un acuerdo con el FMI. Las reformas vendrán, cuando se pueda.