Generales Escuchar artículo

Los costos de una regresión mercantilista

No hay mal que por bien no venga, sentenciaban nuestras abuelas. Y lo mismo puede decirse del discurso antiwoke que Javier Milei pronunció en Davos. Si su propósito era alinearse con Donald Trump...

No hay mal que por bien no venga, sentenciaban nuestras abuelas. Y lo mismo puede decirse del discurso antiwoke que Javier Milei pronunció en Davos. Si su propósito era alinearse con Donald Trump en un foro internacional, por suerte optó por esa agenda y no por una diatriba proteccionista de consecuencias impredecibles.

El discurso de Davos fue un grave tropiezo por su contenido y su oportunidad. Sin embargo, esas palabras inflamadas no tuvieron consecuencias prácticas inmediatas sobre la vida de los argentinos ni de quienes se sintieron agraviados por ellas. Pero la convocatoria a una guerra comercial hubiera borrado con el codo lo que Milei escribe con la mano.

El mercantilismo resurgió y todavía resurge por necesidad de la política y por necedad de la ignorancia

En realidad, nada más distinto que Trump y Milei en cuanto a sus ideas económicas. El primero es un hombre de negocios, puro y duro, que ignora el complejo mecanismo de la economía y cree poder violentarla sin medir las consecuencias. En tanto el nuestro es experto en esa disciplina y por su profesión privilegia el bien común, aunque suscite debates. Sabe de memoria lo que Adam Smith prevenía acerca de la propensión de los empresarios y Federico Sturzenegger se lo recuerda, si lo olvida: “Cuando los hombres de negocios proponen una ley o regulación, hay que escucharlos con mucha precaución y jamás hacerles caso hasta analizar sus propuestas no solamente con gran cuidado, sino también con actitud de sospecha. Pues son personas cuyo interés no coincide exactamente con el general, que tienden a engañar al público y muchas veces, a oprimirlo” (La Riqueza de las Naciones, 1776)

Las recientes órdenes ejecutivas de Trump imponiendo castigos tarifarios a México, Canadá y China implican una regresión al siglo XIX cuando Estados Unidos, inspirado por Alexander Hamilton (1757-1804), secretario del Tesoro de George Washington, promovió el proteccionismo. Para crecer de forma independiente, propuso un fuerte gobierno central dotado de un banco nacional y elevados aranceles de importación para apoyar el desarrollo industrial.

Nuestro país, con pocos habitantes, grandes riquezas naturales y nulas inversiones, aplicó durante 80 años un mercantilismo criollo que lo llevó al fracaso

Las ideas de Hamilton fueron puestas en práctica por Abraham Lincoln (1809-1865) y sus sucesores, durante la larga hegemonía del partido republicano desde el fin de la Guerra de Secesión (1865) hasta la Gran Depresión (1933). Tuvo su punto culminante cuando William McKinley (1843- 1901), ídolo de Trump, impulsó desde el Congreso un aumento de tarifas del 50% (McKinley Tariff, 1890). Ello alentó la formación de los grandes grupos económicos de ese período y que Trump pretende reproducir en el área de tecnología. Como presidente, McKinley condujo la guerra con España (1898) y cuya derrota hizo perder a esta Puerto Rico, Filipinas y Guam. Quizás, la admiración de Trump por McKinley también haya inspirado sus ambiciones territoriales sobre Groenlandia, Panamá y Canadá.

Con el nombre de American System (Henry Clay, 1777-1852), ese programa configuró una variante del mercantilismo aplicado en Francia por Luis XIV (1638-1715) y su ministro, Jean-Baptiste Colbert (1619-1683). A su vez, Georg Friedrich List (1789 -1846) inspirado en Hamilton, propuso para Alemania otra receta de corte nacionalista, opuesta al cosmopolitismo de Adam Smith, basada en la protección a las “industrias nacientes” que, como sabemos en la Argentina, nunca dejan de serlo.

Quizá la picardía peronista aproveche el discurso de Trump para atacar a Milei, pues “vivir con lo nuestro” fue la prédica de ideólogos del atraso, cuyas ideas aún gravitan en La Plata y en el Instituto Patria

Sin embargo, todo eso es ya historia antigua. El mercantilismo es esencialmente conflictivo, concibe a la economía como un juego de suma cero y, al desconocer la teoría subjetiva del valor, no comprende cómo puede crearlo el comercio. Provocó muchas de las guerras europeas de la Edad Moderna y la expansión de la esclavitud y el colonialismo. En Gran Bretaña se abandonó en 1846 –aunque el imperio no dejó sus colonias– al derogarse las leyes de cereales (corn laws) que los encarecían a costa del nivel de vida de la población. Pero, como vemos, el mercantilismo resurgió y todavía resurge por necesidad de la política y necedad de la ignorancia.

Desde la segunda posguerra, Estados Unidos impulsó la liberalización del comercio mundial como forma pacífica de enlazar intereses recíprocos y de prevenir guerras futuras (Acuerdos de Bretton Woods 1944, GATT 1947, OMC 1995 y sus 14 tratados de libre comercio). Y ahora Trump, ignorando los consejos del gran escocés y tomando los de Colbert como otro Rey Sol, recurre a teorías perimidas para “hacer América grande de nuevo” cuando solo conducen a conflictos innecesarios que dañan a quienes se pretende beneficiar. No es cierto que el proteccionismo sea bueno para el crecimiento, ni que el precio de los aranceles de importación lo paguen los extranjeros y, mucho menos, que sean una herramienta idónea para forzar a otras naciones en temas que deben resolverse a través de la diplomacia.

El Mercosur actual no es la solución para ampliar mercados. Sus miembros deben encontrar alternativas estratégicas en un mundo cada vez más complejo para el comercio global

Quizás la picardía peronista aproveche el discurso de Trump para atacar a Milei pues “vivir con lo nuestro” fue la prédica de José Ber Gelbard, Julio Broner, Aldo Ferrer, Marcelo Diamand y otros ideólogos del atraso, cuyas ideas aún gravitan en La Plata y en el Instituto Patria. Pero una cosa son los Estados Unidos, con sus 334 millones de habitantes y un PBI per cápita de 83.000 dólares y otra cosa es la Argentina. Nuestro país, con pocos habitantes, grandes riquezas naturales y nulas inversiones, aplicó durante 80 años un mercantilismo criollo que lo llevó al fracaso. Para sostener la autarquía se pensó que el campo proveería –para siempre– las divisas requeridas por un sector industrial incapaz de generarlas. Y, de paso, sostener una burocracia estatal creciente, un sector pasivo desproporcionado, una casta sindical millonaria y un régimen laboral que expulsa a la informalidad. Ese experimento llegó a su fin con el cuarto gobierno kirchnerista, dejando al país en hiperinflación y con el 50% de pobreza.

Para crecer, la Argentina debe lograr competitividad mediante un profundo proceso de reconversión productiva. No es una opción, sino una necesidad para subsistir como nación soberana. Como señaló el economista Marcelo Elizondo en LA NACION, nuestro país tiene una escasísima inserción productiva externa y solo 18 empresas (de las 550.000 existentes) exportan más de 500 millones de dólares anuales.

No puede esperarse gran cosa del Estado nacional, pues no cuenta con los recursos para financiar transformaciones como la UE. Lo importante es que el riesgo país continúe en baja y que el equilibrio fiscal y la estabilidad regulatoria atraigan los capitales necesarios para viabilizar la reconversión

El Mercosur actual no es la solución para ampliar mercados. Sus miembros deben encontrar alternativas para salir de su corset proteccionista y establecer alianzas estratégicas en un mundo cada vez más complejo para el comercio global. No puede esperarse gran cosa del Estado nacional, pues no cuenta con recursos para financiar transformaciones como en la Unión Europea. Lo importante es que el riesgo país continúe en baja y que la confianza en el equilibrio fiscal y la estabilidad regulatoria atraigan los capitales necesarios para viabilizar la reconversión.

Es el principal desafío para los años que siguen. Tanto para el sector privado, como para el sector público cuyas reformas estructurales son indispensables para que el histórico “costo argentino” no haga fracasar esta oportunidad inesperada que las urnas le han deparado a la Argentina, que aún parece frágil y suena irrepetible.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/editoriales/los-costos-de-una-regresion-mercantilista-nid09022025/

Comentarios

¡Sin comentarios aún!

Se el primero en comentar este artículo.
Volver arriba