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La heredera: Es hija de la primera mujer enóloga del país y lidera la transformación de la bodega

“Soy muy amiguera, muy noviera”. Así se define Ana Lovaglio Balbo, 37 años, segunda generación de la familia mendocina que es sinónimo de bodegas y buen vino. Con álbumes de fotos familiar...

“Soy muy amiguera, muy noviera”. Así se define Ana Lovaglio Balbo, 37 años, segunda generación de la familia mendocina que es sinónimo de bodegas y buen vino. Con álbumes de fotos familiares donde la Cordillera de los Andes enmarca los viñedos emplazados en Agrelo, Luján de Cuyo, Ana integra un engranaje cuyas piezas se completan con su hermano José y su mamá, Susana Balbo. La impronta de la primera mujer enóloga recibida en el país es clave para repasar el camino recorrido. “Mi mamá es de dar herramientas, no pone trabas. Aprendimos entre los tres a no pisarnos los talones”, admite Ana, mamá de tres y casada con su primer novio (“aunque hubo un impasse de 8 años que estuvimos separados”).

Cuando Ana terminó la secundaria, Susana le ofreció un abanico de posibilidades para seguir una carrera. La licenciatura en Enología era una ficha puesta, pero Ana optó por Administración de Empresas en la Universidad de San Andrés. Viajó a Buenos Aires y volvió a Mendoza con una valija llena de herramientas, ideas y planes para el futuro de la empresa familiar. “Pude construir mi propio espacio”, dice desde su oficina, donde desde 2013 maneja los hilos del marketing y la comunicación de la bodega.Y desde donde diseña las estrategias de hospitalidad para el hotel SB Unique Stays, los restaurantes La Vida y el restaurante Osadía de Crear (ambos recomendados en la Guía Michelin).

Exclusividad, amenities de lujo, arte, paisajes espectaculares y un viaje inmersivo al universo del vino: de eso se trata la propuesta. Una fórmula con reglas propias dominada por la experiencia única. “Estar un paso antes y leer la mente del huésped. Esa es la consigna”, dice Ana. Y agrega que los conceptos de “inteligencia empática” fueron la clave para proyectar las siete suites, que cuentan con spa propio. Entre el menú de “mimos” enmarcados por el imponente Cordón del Plata, en Chacras de Coria, se destaca una ducha de sensaciones, tumbonas climatizadas, rincones de fuego íntimos, tratamientos estéticos que remiten a rituales ancestrales, cava y jardines privados. Para potenciar los sentidos, los ventanales de piso a techo acercan la naturaleza al interior, promoviendo visuales sin barreras.

“Flexibilidad y anticipación con sentido común es la consigna para que la experiencia wellness sea completa. Si los huéspedes vuelven de una cabalgata encontrarán las bañeras oversize llenas y con el agua a punto. Si se olvidaron un celular, se lo devolvemos cargado. Si se sorprendieron con algún detalle, para la próxima visita tendrán una sorpresa personalizada. La idea es lograr situaciones inolvidables”, explica Ana, observadora serial de gustos y hábitos, que los documenta y cataloga “a niveles extremos de personalización”, confiesa.

Puertas adentro de la empresa familiar, Ana califica la relación con su mamá, pionera y fundadora, como “muy buena, de mucha inspiración y admiración por su trayectoria. Ella es única en su rol. Y de esto fui más consciente cuando armamos juntas el hotel. La veía trabajar muchísimo. Susana no pone peros ni barreras, tiene una cosmovisión única. Hace que todo suceda”, señala. Entre las frases que le dijo su mamá a lo largo del recorrido, y la marcaron para siempre, Ana tiene grabada una: “Lo que no sabés lo preguntás”, le decía siempre.

Como abuela, Susana no es de ir a buscar a los chicos al colegio o llevarlos a la plaza. Pero se ocupa de que no les falte nada, les da herramientas. “Hace lo mismo que hizo con mi hermano y yo. Es extremadamente generosa, siempre piensa cómo puede ayudar”, define. Y aclara que los roles están definidos aunque, como es una empresa familiar, “a veces se mezclan un poco. Hay un dicho que resuena mucho en casa: padre emprendedor, hijo empresario, nieto artista. Con mis chicos, que ya nacieron en un hogar que tiene todas las necesidades cubiertas, tengo el desafío de transmitirles lo mismo que me transmitieron a mí: que sean lo que quieran ser, pero serios y dedicados con lo que elijan”, dice Ana sobre el futuro de Santi (8), Delfi (6) y Sofía (2).

Buena cocina, vinos y arte

Además de llevar adelante el marketing de la firma, Ana también se ocupa del restaurante La Vida, en el corazón del hotel. Allí, la cocina de Flavia Amad que reversiona platos argentinos en 14 pasos, marida con la colección de obras de arte que se alojan en el espacio. Obras de reconocidos artistas mendocinos configuran una galería que acompaña la experiencia gastronómica y se extiende hasta las suites del hotel. Julio Le Parc, el consagrado representante del arte cinético encabeza el espacio.

“Lo importante es tener una historia para contar, cada objeto y cada obra encierran sus propios relatos”, dice. El Árbol de la Vida del artista mendocino Sergio Roggerone simboliza los 7 estadíos más importantes: “Desde la raíz hasta la libertad absoluta y la esencia plena del corazón humano. La trascendencia, el crecimiento espirtual, el origen y el paso del tiempo”, enumera Ana algunos de los símbolos que representan la filosofía familiar. Desde un ave azul y sus dos pichones (Susana y sus hijos) hasta los frutos (el esfuerzo) y las flores (el empoderamiento femenino).

Entre la colección también figuran esculturas de Viviana Herrera, pinturas de Enrique Testasecca y una serie de obras botánicas y mapas de Fernando Jereb. También se luce, en blanco y negro, una fotografía original de Sebastião Salgado. Mujer Rural se llama la obra y fue un regalo del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura por la colaboración de Susana Balbo y la coautoría del libro “Luchadoras”, durante su presidencia en el W20 Argentina. Simboliza los saberes ancestrales y las tradiciones que trasmiten las mujeres rurales y el valor del origen.

Cuando Ana camina por la bodega, recorre el hotel o suma algún ingrediente al menú del restaurante piensa en el “privilegio de ser consciente y saber de dónde vengo: de una familia súper resiliente”, define. Sus abuelos maternos tenían una pyme de sábanas y manteles bordados. Pero Susana quería estudiar física nuclear en Bariloche. “Como mis abuelos no la dejaron, eligió Enología, porque le gustaba mucho la química. Y se quedó en Cafayate trabajando en Michel Torino”, repasa Ana. Pero durante los tiempos de la híper inflación las finanzas familiares se complicaron. “Al negocio familiar no quería entrar. Y junto con mi padre, José Lovaglio, empezaron de 0. Vendieron puerta a puerta 3 mil damajuanas, los estafaron con cheques sin fondos y pólizas falsas. Pero salieron adelante”, remarca Ana, que aprendió de chica los secretos del vino, la incidencia del clima, la altura y el terruño.

“Empecé sabiendo muy poco y aprendí sobre la marcha. La clave es la seguridad del paladar, porque solo se aprende catando y percibiendo las sutilezas”, define Ana, que se inclina por los vinos blancos frescos, “complejos pero no sobre madurados ni tapados por la madera”, aclara. Exploradora y curiosa, afirma que le gusta “probar y conocer lo que se pueda. Del último viaje traje botellas que ni conocía, de Oregon, Portugal y Nueva Zelanda, que abriremos para compartir en familia, uno de los planes que más disfruto”, concluye.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/la-heredera-del-vino-es-hija-de-la-primera-mujer-enologa-del-pais-y-lidera-la-transformacion-de-la-nid07062024/

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