La familia de inmigrantes indómitos detrás de una estancia en plena selva que hoy recibe huéspedes
El mapa, ya amarillento, está enmarcado entre vidrios en el comedor de la Estancia Las Mercedes. Era el plano con los nombres de cada comprador que el alemán Adolfo Schwelm armó después de adqu...
El mapa, ya amarillento, está enmarcado entre vidrios en el comedor de la Estancia Las Mercedes. Era el plano con los nombres de cada comprador que el alemán Adolfo Schwelm armó después de adquirir 67.000 hectáreas de selvas vírgenes sobre el río Paraná, entre los arroyos Piray Guazú y Piray Mini, fundando la colonia de Eldorado en septiembre de 1919 que loteó en forma privada.
Desde un mapa, sin conocer la zona, el odontólogo venido de Nueva Zelanda William Ernest Lowe compró desde su consultorio en la ciudad Buenos Aires seiscientas hectáreas de puro monte en Misiones. La promesa era la del oro verde: eran las tierras de los antiguos yerbales jesuitas abandonados, que decían, persistían debajo del monte. Lleno de curiosidad, en 1923 equipó con una tienda de campaña, ollas, poncho y mosquitero a su hijo Robert de 18 años, recién llegado de Inglaterra, donde había hecho su escuela primaria y secundaria. Lo subió a un barco hacia el alto Paraná y éste bajó en Eldorado, donde había un hotel de inmigrantes, ya que a la zona habían comenzado a llegar hacia fines de 1800 polacos y ucranianos, y años más tarde alemanes, rusos, escandinavos, suizos, italianos y hasta japoneses.
El joven inglés tuvo que hacerse de un machete para avanzar por la selva, la ayuda de otros hombres para acceder al loteo y de un sextante, porque tenía las coordenadas de su propiedad y debía establecer los contornos. Sabía que tenía que machetear la picada derechito durante ocho kilómetros hasta llegar al río. Un año después construyó en un sector plano despejado, con sus propias manos, su primera casa de madera, que es hoy una de las habitaciones con chimenea de la casa actual de Las Mercedes -con el tiempo ampliada- que este año cumple 100 años.
Robert consiguió semillas de yerba y preparó los plantines con barro ñau (una arcilla gris donde prosperan y luego se pasan a tierra colorada, más ácida). Cada tanto le enviaba cables a su padre odontólogo para que le facilitara dinero para continuar ya que había quedado prendado por la tierra colorada. Los fines de semana se iba al baile al pueblo. Recién cuatro años después, cuando las cinco primeras hectáreas de yerba estaban listas para la primera cosecha y tenía un pequeño secadero en catres tipo barbacuá (donde las hojas se exponen al calor de la leña), pidió al padre y a toda la familia que vinieran a participar de la cosecha. Pronto se agrandó la casa, ya que de Buenos Aires comenzó a venir la familia a pasar los veranos. Con el tiempo llegaron a secar 68.000 kilos de yerba al año en un gran secadero cuyo esqueleto hoy permanece abandonado. Villa Las Mercedes era casi un pueblo: había 70 familias viviendo en las casitas de madera que custodiaban cada yerbal de los cuales hoy quedan solo algunos cimientos.
Todo esto lo cuenta con lujo de detalles Edith Lowe, sentada con un gin tonic en la veranda o galería tipo jardín de invierno cerrada con mosquitero de Las Mercedes. Ella es una de los cuatro hijos de Robert y Maud- Francisca Carlota, Dorothea Edith, Alicia Antonieta y John Robert-, de ochenta y pico de años y una gran narradora de historias.
Su madre, la norteamericana Maud Melvin, “alta, delgada, muy chic”, maestra y piloto de biplano, se había enamorado tanto de Robert que hasta se había mudado al Chaco para estar más cerca suyo. Cuando después de una larga insistencia de siete años y una carta de despedida, el amor fue recíproco- “siete años eran una barbaridad en esa época y recién cuando ella se volvió a su tierra, él le mando un telegrama proponiéndole matrimonio”, dice Edith, se casaron en Estados Unidos. Dice la historia que cuando él advirtió su perseverancia y su carta en tono de “si no te decidís, me perdés”, se dio cuenta de que ella tendría el coraje de vivir en la selva y no palidecer ante las adversidades.
Pero los Lowe estaban en plena cosecha y William le negó a Robert el dinero que necesitaba para el viaje. “Entonces papá se fue al Bank of London and South America y pidió un préstamo”, cuenta la hija. What would this be for (¿para qué sería esto?), dice Edith que le preguntó el gerente del banco a su padre, que lo conocía de transacciones comerciales. “Me quiero casar”, respondió el otro. “Quién es la suertuda?”, remató el gerente antes de facilitarle la plata. Una vez casados en California, y para llegar a su luna de miel en Nueva York atravesaron el país de oeste a este en un Ford A.
Al regresar a Misiones unos meses después, se mudaron a Eldorado a una casita en el pueblo que llamaron Square 1, que aún sigue en pie y donde hoy vive Edith. Estaba pegada a lo que sería la primera concesionaria Ford, también propiedad de los Lowe. Parece que, estando Robert trabajando la tierra, un día se le presentaron dos norteamericanos “con sombreros tipo western”, y le ofrecieron representar a Ford en el alto Paraná. “Yo soy agricultor, no sé nada acerca de vender”, les dijo Robert. “Es muy fácil: nosotros le mandamos un auto, lo vende, mandamos dos, los vende, mandamos cuatro… y así”, le contestaron, y lo convencieron. “En 1934 papá fue nombrado concesionario Ford: los Ford A y T llegaban por barco y bajaban en los arenales del Paraná con tablas”, describe Edith.
Cuando una falla en su vista obligó a William a dejar la odontología- de esa época sobrevive en la estancia su torno a pedal-, el abuelo incursionó en la compra de 11.000 hectáreas en el Paraguay. Allá fueron a administrar Robert y su familia. Edith y sus hermanos recuerdan esos tiempos como los años en que se “criaron salvajemente”. “Fueron los ocho años más felices de mamá, porque papá era todo suyo”, declara Edith.
Turismo de estanciaEn la casa de Las Mercedes construida íntegramente de madera pintada de blanco con marcos anaranjados, en estilo “sheep farm” neozelandés (granja de cría de ovejas), donde hoy reciben huéspedes, todo está como cuando vivía la familia. Como el plano del loteo originario que cuelga en el comedor, el torno a pedal que usaba el abuelo odontólogo, la radio de banda ancha donde escuchaban la BBC y la CNN, el precioso juego de cubiertos de plata y el de té de porcelana –”me gusta tomar mi té ahí porque es bien finita”, dice Edith- traídos de Inglaterra y que usan los turistas. Muebles y baúles que viajaron de Inglaterra a Nueva Zelanda, a Olivos y de ahí a Misiones, lámparas, decoraciones, carnets de conducir, fotos… hasta un viejo surtidor de combustible YPF que tenían en la agencia de Eldorado. Un detalle: las puertas de toda la casa pertenecieron al viejo hotel de inmigrantes de Eldorado, cuando se desarmó y remató al estar ya todos los colonos asentados en sus chacras.
Cuando murió el padre, la familia se quedó con la casa grande y el casco de estancia comenzó en los años noventa a ofrecerse para turismo de estancia. Fueron a una feria en Buenos Aires sin tener experiencia previa a mostrar con fotos lo que tenían en Misiones y las agencias de viaje que buscaban ese tipo de producto hacían cola frente a su stand improvisado. Las Mercedes fue un éxito y el libro de huéspedes lo atestigua. Entre otros, los visitaron durante el auge de este tipo de turismo, norteamericanos, franceses, alemanes, holandeses… desde China y Costa de Marfil.
Cristobal (Kit) Gründler es hijo de Edith y recibe actualmente en la estancia para conducir las actividades guiadas: ofrecen cabalgatas por el campo y la selva, kayak, y caminatas por los senderos en el monte, y paseos en camioneta para aquellos que no cabalgan o reman. Desde Las Mercedes se accede al arroyo de base de basalto y aguas cristalinas ancho como un río, el Piray Guazú, que luego de 15 kilómetros de trayecto desemboca en el Paraná. En kayak en el sector anterior a las correderas- unos pequeños rápidos- las aguas son mansas, ideales para remar.
Mientras muestra los viejos folios amarillentos que documentaron la historia productiva de la estancia durante décadas, Kit cuenta que hubo muchísima producción de yerba hasta la década del 70 cuando Perón bajó un decreto que sólo permitía cosechar la mitad de lo que producían. Las Mercedes dejó de ser rentable, y con el tiempo se vieron obligados a cerrar y desarmar el enorme secadero. Kit indica que luego y con la llegada de las papeleras a la provincia comenzaron a plantar pino y se introdujo la ganadería, y que hoy tienen raza Bradford, un animal bien acostumbrado al trópico, sus temperaturas y sus bichos.
Este año se cumplen cien años de trabajo, sudor, romances, alegría, peleas y lágrimas que la familia Lowe derramó en esta estancia y que reflejan la historia de muchos inmigrantes que hicieron la provincia.
Datos útilesEstancia Las Mercedes
T: 549 3751-47 9441/ 3751-431511.
Tienen cinco habitaciones, tres de ellas dobles y dos triples (dos de ellas comparten baño, ideal para familias). Alojamiento con pensión completa y dos actividades a elección, por persona: u$s 150; sin actividades u$s 120. Alojamiento con ½ pensión y una actividad (desayuno y almuerzo o cena con bebidas) u$s 110.