Fue deportista, broker de seguros y estudiaba abogacía, pero terminó asesinado en un pabellón carcelario
ROSARIO.-Nadie podía imaginar en el Centro Educativo Latinoamericano de esta ciudad, donde Agustín de la Encina terminó la secundaria, que este joven de 26 años iba a terminar asesinado de mane...
ROSARIO.-Nadie podía imaginar en el Centro Educativo Latinoamericano de esta ciudad, donde Agustín de la Encina terminó la secundaria, que este joven de 26 años iba a terminar asesinado de manera salvaje dentro de un pabellón de alto perfil de Piñero, hecho por el que hoy fueron detenidos dos agentes penitenciarios que estaban de guardia cuando ocurrió el crimen, el lunes, después del horario de visitas y cuando las celdas aún estaban abiertas.
Por su perfil ligado al deporte, tampoco se lo asociaba al mundo narco ni a un historial criminal que enraizó en pocos años, vinculado a la banda del jefe narco Esteban Alvarado, preso y aislado actualmente en el penal federal de Ezeiza.
Es posible que su homicidio esté vinculado con un cargamento de 32 kilos de cocaína que fue incautado en agosto pasado, y que tenía como destino final la ciudad de Buenos Aires.
Un profesor que ganó su cariño en la secundaria se preguntó, después de conocer la noticia de la muerte de Gustavo de la Encina, qué llevó a este joven, que vivía en el centro, pertenecía a una familia de clase media trabajadora y era un extrovertido deportista, a acercarse a ese mundo marginal que terminó por engullirlo.
Este tipo de historias empezaron a multiplicarse durante los últimos años y muestran la composición de otras bandas rosarinas, a excepción de Los Monos que se nutren de “soldaditos” fungibles –como lo denominó el fiscal Matías Edery- de una periferia atravesada por la pobreza y la indigencia.
Un caso similar es el de Lisandro Contreras, que vivía en un country de Pilar y fue detenido en Tigre a principios de diciembre, como publicó LA NACION. O el del rugbier prófugo Marcos Díaz, exjugador de Los Pumitas, que tiene pedido de captura activo desde hace casi cuatro años, aunque nadie logra ubicarlo. Este joven al que le decían El Rigoberto, que jugaba de forward en Plaza Jewell, un club tradicional de rugby de Rosario, proveía de dólares a la banda del narco peruano Julio Rodríguez Granthon, actualmente preso en el penal de Ezeiza.
Gustavo de la Encina vivía en pleno centro de Rosario. Estudiaba abogacía y decía en su perfil de LinkedIn que era bróker de seguros, entre otras ocupaciones. También era instructor de una academia para aprender a manejar, propiedad de su madre.
Su prontuario señala que fue detenido por primera vez en 2021, en el marco de una causa federal por narcomenudeo. Lo condenaron a cuatro años de prisión por “tráfico de estupefacientes, en la modalidad de tenencia con fines de comercialización”. Esa vez también sentenciaron a otros dealers, como María Cecilia Pascual y Franco Zangrando Ortiz, que fue detenido el 12 de marzo de 2022 en el marco del programa Tribuna Segura en un control en el estadio de Rosario Central. En los allanamientos la PFA había secuestrado 700 gramos de cocaína.
La investigación se había originado por una denuncia anónima que llegó a la delegación Rosario de la Policía Federal. El 26 de agosto de 2021 un llamado telefónico advirtió sobre la actividad de “una organización vinculada al tráfico de drogas, que contrabandean cocaína desde Bolivia a Rosario”. El informante agregó: “También hacen ventas de armas y de cocaína por kilo en Rosario a personas que venden al menudeo. El que organiza los viajes es Franco José Zangrando Ortiz, que vive frente al hospital Roque Sáenz Peña”.
De la Encina fue enviado a la cárcel de Piñero y luego trasladado al penal de Coronda, a unos 90 kilómetros de Rosario. En la penitenciaría comenzó a estudiar abogacía. Eso le daría chances de comenzar a salir del pabellón. Pero mientras estaba detenido se sumaron otras dos causas sobre sus espaldas.
En octubre de 2023, el joven al que en el colegio muchos recuerdan con simpatía contrató dos sicarios para matar a una mujer. Lo hizo desde la propia cárcel, donde tenía acceso a un teléfono celular y poseía una amplia paleta de contactos de asesinos a sueldo.
El fiscal Gastón Ávila recordó a LA NACION que en ese momento lo imputó por tentativa del homicidio de una mujer de unos 40 años, a quien De la Encina le había pedido 4000 dólares. La hipótesis era que ese dinero iba a ser utilizado para comprar drogas.
Según el funcionario del Ministerio Público de la Acusación, De la Encina citó a la mujer, que era su amiga, en un lugar donde la esperaban dos sicarios que le dispararon y le provocaron serias heridas que la dejaron parapléjica.
El joven había planeado matarla porque no podía devolverle el dinero que le había pedido. De la Encina planeó todo desde la cárcel de Coronda. Ávila recordó que este caso llamó la atención en su momento porque tanto quien había contratado los sicarios como la víctima tenían un buen pasar económico y no eran el estereotipo de personajes que desbordan las cárceles, que provienen, muchas veces, de familias desmembradas y sumidos en una marginalidad agobiante desde que nacieron. De la Encina eligió ese camino.
Con el correr de los meses su prontuario sumó otra causa por tráfico de drogas. Por los protagonistas que eran investigados, De la Encina ya no era un simple dealer del centro de Rosario, sino que había saltado a una liga superior del narcotráfico. Quizá se vinculó con nuevas amistades en la cárcel.
De la Encina quedó involucrado en el tráfico de 32 kilos de cocaína a la ciudad de Buenos Aires. La principal imputada en esa causa fue Yanina Alvarado, hermana menor del jefe narco rosarino condenado a prisión perpetua, que vivía en Funes, en las afueras de Rosario.
Esa causa se gestó casi de casualidad. En diciembre de 2023, un taxista sospechó de dos pasajeros que llevaba en el asiento de atrás y apretó el botón de pánico. Cuando la policía interceptó al taxi se encontró con que los pasajeros llevaban 10 kilos de cocaína.
Los investigadores judiciales profundizaron sobre quiénes trasladaban esa droga y llegaron a la banda de Alvarado. El 1º de julio de 2024 agentes de la Policía Federal interceptaron dos autos en una estación de servicios de la ruta 9 en San Pedro, localidad bonaerense ubicada a unos 150 kilómetros de Rosario. En uno de los vehículos había casi 32 kilos de cocaína envueltos en paquetes con la numeración 777. El Fiat Cronos que hacía de taxi y un Peugeot 308 que funcionaba como vigía en el camino eran el convoy narco y quien daba las órdenes a los “transportistas” era De la Encina desde la cárcel de Coronda, con varios teléfonos celulares.
Esa causa llevó a la detención de la hermana de Alvarado en la casa donde cumplía detención domiciliaria y también a la celda que ocupaba De la Encina en Coronda. Yanina Alvarado cumplía arresto domiciliario porque había sido condenada a 11 años de prisión por narcotráfico en marzo de 2023. La Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar) le seguía los pasos.
Después de este episodio, De la Encina fue trasladado al penal de Piñero, donde el año pasado se hizo un plan de reagrupamiento en los pabellones de alto perfil, considerados los más peligrosos.
Desde mediados de 2024, por orden del Ministerio de Seguridad y Justicia de Santa Fe, los presos comenzaron a ser reagrupados en función de la banda a la que pertenecían. Según explicó a LA NACION Lucila Masneri, secretaria de Asuntos Penales de Santa Fe, De la Encina fue enviado al pabellón Nº6 de alto perfil, luego de firmar, como todos los reclusos, “un compromiso de que no tenía conflictos con otros internos”.
En ese pabellón están los presos que tienen relación con Alvarado y los grupos afines, como Claudio “Morocho” Mansilla ‐actualmente preso en el penal de Ezeiza‐, que en 2021 logró fugarse tras un golpe comando en la cárcel situada a 20 kilómetros de Rosario. Ese pabellón lo lideraba el hermano de Jésica González, expareja de Mansilla.
De la Encina murió a causa de las heridas que le provocaron varias puñaladas con facas dentro del pabellón, el lunes. Fue trasladado al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA), donde se constató su fallecimiento.
Se presume es que varios internos participaron del asesinato, que a gente experimentada del Servicio Penitenciario les hizo recordar a la muerte de Rubén “Tubi” Segovia, miembro de Los Monos, que fue salvajemente apuñalado y degollado en la cárcel de Coronda en 2018.