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Fin de régimen

El final del sanchismo está resultando tan doloroso y miserable como cabía prever y, seguramente, no hemos visto todavía lo peor. Es un fin de régimen, el fin de un particular modelo político,...

El final del sanchismo está resultando tan doloroso y miserable como cabía prever y, seguramente, no hemos visto todavía lo peor. Es un fin de régimen, el fin de un particular modelo político, un régimen personal, que Pedro Sánchez ha sido capaz de construir sobre la democracia española y que no será fácil de desmontar, ni siquiera cuando él ya no esté.

Ni en los peores augurios que podían hacerse en los tiempos en los que este personaje irrumpía en la política a lomos del populismo en boga para apoderarse del PSOE –exactamente igual que Donald Trump ha hecho con el Partido Republicano– cabía esperarse semejante degeneración de lo que era una democracia ejemplar en una versión europea de república bananera en la que todas las instituciones que deben de servir de contrapeso y control están al servicio del hombre que nos gobierna, sin frenos ya en su desesperada huida hacia adelante.

Nos encontramos aún bajo los efectos del escándalo por la continuidad en su puesto del fiscal general, pese a las sospechas de que actuó como un peón más del “número 1″ en su estrategia de salvarse del cerco de la corrupción. Pero ese no es más que el último hito de una larga cadena de sometimientos a la voluntad del jefe de diversos cargos públicos que juraron imparcialidad e independencia: presidencia del Congreso, Tribunal Constitucional, abogacía del Estado, letrados de las Cortes, Banco de España, empresas públicas, CIS, RTVE, Agencia Efe…

El daño moral y reputacional es aún peor. Los ministros del gobierno de España han quedado reducidos al papel de tristes pregoneros del argumentario que se elabora en Moncloa sin contar siquiera con su opinión. La portavoz del Ejecutivo usa a diario una metralleta de mentiras sin que se le mueva un pelo de su cuidado flequillo. Incluso los que llegan con más integridad, acaban consumidos por la voracidad de la propaganda hasta verse reducidos a piezas complementarias de la maquinaria construida exclusivamente para la promoción del presidente. Cuando dejan de ser útiles en esa función, se los depura y, en el mejor de los casos, se les compensa con alguna posición remunerada. Muchas veces, ni eso.

Un régimen de esta naturaleza, que reduce nuestra democracia prácticamente al ejercicio del voto y de la crítica –y esta última cada vez más perseguida con el falaz argumento de la lucha contra los bulos– por fuerza debía alumbrar la corrupción que ha venido aflorando y que acabará por destruir a Sánchez. Ignoro cuándo y cómo será eso. Tal vez tarde más de lo que sería conveniente porque, entre otros estropicios, Sánchez ha creado un perverso sistema de mayorías parlamentarias a saldo y un cínico estado de conciencia entre los suyos que le permite hacer cuantas concesiones sean necesarias para conservar el poder. Y será un final mugriento, lleno de mezquindades y traiciones, como se corresponde con la ética que nos ha traído hasta aquí.

Pero lo importante ya no es cuándo será ese final ya inevitable, sino cómo reconstruiremos el país que nos legue. Cómo va a conseguir la izquierda en general y el PSOE en particular recuperar su credibilidad entre la gente de buena fe. Cómo va la oposición cuando gobierne a ser capaz de renunciar al menú de medidas autocráticas que les deja servido su antecesor. Cómo va el bipartidismo a recuperar la sana alternancia que dio estabilidad y prosperidad durante décadas o los pactos políticos firmarse en beneficio de los intereses generales. Cómo va la democracia a volver a prender en el corazón de los españoles.

El daño causado es inmenso. Se comprende mucho mejor ahora que el país se ve invadido por la pestilencia nauseabunda de fin de régimen. Sin las caretas que los han ocultado a los ojos de algunos durante estos últimos años, los rostros indecorosos de quienes nos gobiernan lucen en toda su plenitud. En su fuga, dejan una riada de pruebas sobre los abusos de poder cometidos, la arrogancia de su mandato, los daños perpetrados al Estado de derecho, a la unidad, a la convivencia y a la confianza en las instituciones. Liberados de todo pudor, mienten para tapar sus fechorías y ya casi ni se esfuerzan, como habían hecho hasta ahora, en revestir la realidad con múltiples capas de ficción para intentar que las cosas se parezcan a lo que prometieron. Es el final y todos lo saben, incluidos, por supuesto, quienes los defienden. Muy pronto, con alguna excusa, dejarán de hacerlo. Paulatinamente, se irán descolgando primero los más hipócritas y después acabarán por hacerlo los demás. Sánchez se quedará solo y un día todos lo repudiarán, especialmente quienes se han sentado a su lado. Pero, cuando ese día llegue, no sé qué habrá quedado en pie.

Exdirector de El País de Madrid. Este artículo se publicó en The Objective

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/fin-de-regimen-nid23102024/

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