Festival de Mar del Plata: críticas a las antiguas prácticas del Instituto del Cine, mea culpa y un encuentro frustrado
MAR DEL PLATA.- El festival de cine marplatense cerró su primer fin de semana con dos certezas y una frustración. La primera certeza tiene que ver con la convocatoria. En la experiencia inicial d...
MAR DEL PLATA.- El festival de cine marplatense cerró su primer fin de semana con dos certezas y una frustración. La primera certeza tiene que ver con la convocatoria. En la experiencia inicial de la nueva conducción artística encabezada por Gabriel Lerman y Jorge Stamadianos no se ve hasta ahora el movimiento de otros años frente a las salas.
Allí se mezclan atractivas propuestas de autor, algunos títulos de impacto inmediato (por la presencia de nombres fuertes en el elenco y la dirección o por su potencial en la inminente temporada alta de premios en el hemisferio norte), cine argentino de reciente factura y representantes poco o casi nada conocidos listos para ser descubiertos, pero en muy pocos casos los cines completan su capacidad de público como era costumbre en Mar del Plata. El valor de las entradas (4000 pesos cada una) y la falta de promociones para estudiantes y jubilados se invocan como la principal explicación de esta merma.
Hay una segunda certeza: la muestra paralela Contracampo se consolidó en estos días como un espacio que aparece en cualquier conversación o mención que se haga sobre el festival. Su actividad más visible se concentra en una pequeña sala céntrica que proyecta a razón de cinco títulos por día cine argentino conocido, ya estrenado o inédito hasta ahora. Y al mismo tiempo abrió un espacio de debate en el que se escucharon, junto a los previsibles cuestionamientos hacia la política cultural del Gobierno y la nueva gestión del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), algunas incipientes señales de autocrítica frente a los problemas que viene arrastrando la comunidad artística argentina, disimulados en parte hasta ahora por la identificación de buena parte de ella con las anteriores experiencias kirchneristas.
“Como comunidad cinematográfica nos debemos una autocrítica. No podemos seguir guardando en privado lo que tiene que decirse en público. Si sabemos que algo no está funcionando hay que decirlo”, dijo la productora Amparo Aguilar, integrante del Espacio Audiovisual Nacional, que nuclea a varias entidades independientes del mundo audiovisual y que trabaja en el anteproyecto de una nueva ley de cine, en uno de los foros de discusión abiertos por Contracampo en una librería céntrica marplatense.
“El cine que hacía millones de espectadores en las salas no existe más. Ahora las películas tienen otro recorrido. Se ve, pero no logramos mostrarlo. Además, las políticas del cine muchas veces se hicieron revoleando dinero en vez de generar comunidades y establecer prioridades”, agregó en el primero de los dos concurridos encuentros que abrieron sendos debates y que se realizó al mediodía del sábado.
Otra activa productora con larga experiencia en el cine nacional, Paula Zyngierman, reconoció allí con elocuencia: “Yo defiendo lo anterior, pero no todo. Hay cosas que estaban mal. El sistema venía arrastrando muchas debilidades y cuando las planteamos nuestra propia gente no nos escuchó. Hace años decimos que el Incaa está sobredimensionado, pero solo en privado”, dijo, antes de proponer hacia adelante políticas oficiales con más énfasis en la educación de las audiencias.
En un segundo encuentro realizado en la mañana del domingo, el director y exprogramador del festival marplatense, Goyo Anchou, reconoció que esa política de “generación de espectadores” puede llevar no menos de cinco años si empieza a considerarse ahora.
También reconoció algunas “diferencias profundísimas” dentro de la propia comunidad audiovisual. “Es muy difícil en la Argentina que un realizador se disponga a saber qué están haciendo en ese mismo momento muchos de sus colegas”. Y habló de una “estructura autodestructiva” en alusión a la ejecución presupuestaria durante las últimas gestiones del Incaa. “Fue muy injusta, con privilegiados y excluidos”, precisó.
En ese segundo debate impulsado por Contracampo sobrevoló todo el tiempo una frustración. Desde el viernes a la tarde empezó a trascender la posibilidad cierta de un encuentro público que compartirían en el mediodía del domingo los representantes de esta muestra paralela y los dos directores artísticos del festival.
El diálogo siempre estuvo abierto, según le contaron a LA NACIÓN desde ambas partes, y durante un buen tramo del sábado muchos creyeron que ese intercambio mano a mano iba a concretarse. Finalmente no hubo acuerdo y el encuentro no pudo realizarse, aunque no se descartó la opción de llevarlo a cabo en otro ámbito una vez concluido el festival.
Mientras tanto, las películas quedan a la vista y dominan el escenario con escasas figuras conocidas recorriendo los pasillos y las salas. Apenas se vio el fin de semana a Luciano Cáceres acompañando como protagonista el estreno de Adiós Madrid, del director argentino radicado en España Diego Corsini, dentro de la competencia oficial latinoamericana de la muestra.
El primer fin de semana de Mar del Plata 2024 se cerró en un domingo muy nublado con la primera proyección en la Argentina de Megalópolis, la última película de Francis Ford Coppola, previa al estreno comercial previsto para el 2 de enero próximo. La película es una ampulosa y explícita declaración sobre el estado del mundo de un realizador de 85 años que siente la necesidad de hacer una suerte de testamento a través de lo que podría ser la última obra de una carrera extraordinaria.
El director de El padrino y Apocalypse Now ya no habla de los males del mundo y el ejercicio abusivo del poder desde las fascinantes narraciones de sus mejores obras. Elige aquí deliberadamente las alegorías más categóricas y menos sutiles para contar cómo Estados Unidos cada vez se parece más a la fase más decadente del Imperio Romano.
Casi sin miedo al ridículo, con explicaciones sobrecargadas, solemnes y declarativas, Coppola recurre al trazo grueso y los efectismos visuales de la publicidad menos imaginativa para convertir a una gran discoteca en el símil de una bacanal y transformar al Madison Square Garden neoyorquino en un moderno Coliseo con carreras de cuadrigas incluidas. De todas maneras, no faltan en ningún momento imágenes que nos recuerdan la energía y el vigor de las grandes obras del realizador.
Una trama retro-futurista pone frente a frente a César Catilina (Adam Driver), un atormentado arquitecto con una visión utópica y casi romántica, y al alcalde Cicero (Giancarlo Esposito), cuya mirada sobre el futuro pasa entre otras cosas por la construcción de casinos. Para colmo, Cicero había investigado en su pasado como fiscal de distrito a Catilina por el presunto asesinato de su pareja. Las cosas se complican más cuando la hija del alcalde (Nathalie Emmanuel) empieza a sentirse atraída por el rival de su padre.
Shia LaBeouf (en un alarde constante de sobreactuación), Jon Voight, Aubrey Plaza, Laurence Fishburne (que además oficia de recargado narrador) y Talia Shire, hermana de Coppola, completan el elenco principal de un film que su director presenta como una fábula y resulta ser un espectáculo extravagante por donde se lo mire, pero a la vez jamás esconde sus propósitos. Coppola invirtió más de 120 millones de dólares de su propio patrimonio para transmitir un mensaje sobre el inevitable declive de la civilización de la que él mismo forma parte.