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El último que apague la luz

Si querían tole tole están en el país correcto. Y no estamos hablando ni de política ni de economía, sino del lenguaje, porque si algún caído del catre no se había dado cuenta, o andaba a l...

Si querían tole tole están en el país correcto. Y no estamos hablando ni de política ni de economía, sino del lenguaje, porque si algún caído del catre no se había dado cuenta, o andaba a la bartola o a los ponchazos o como bola sin manija, acá se le pondrán los puntos sobre las íes para que sepa que, por estos pagos, se usan frases al tún tún y a nadie se le caen los anillos (si total esto es un viva la pepa).

Vamos a los bifes: el que avisa no traiciona, así que agarrate Catalina porque en estas líneas se hablará de frases cuyo origen es confuso, así que tómenlo con pinzas porque está todo agarrado con alfileres y atado con alambre. Acá no hay ningún maestro ciruela que pueda explicarlas, así que trataremos de no vender humo ni de ir a la marchanta ni de tirar fruta, porque se sabe que la gente no come vidrio, no tiene un pelo de tonta y odia a los que se suben al pony. Sin embargo, ya que estamos en el baile, bailemos.

No hace falta ir a las chapas, todo a su tiempo para que nadie se ahogue en un vaso de agua. Con los años, los argentinos supieron agarrar el lenguaje y pegarle una vuelta (es verdad, no fueron todos los argentinos, no pongamos a todos en la misma bolsa). Es cierto que esta deformación del lenguaje se pasó de castaño a oscuro y terminó como una mojada de oreja para la Real Academia Española. Cabe aclarar que en su momento ellos no se pusieron la gorra y por H o por B no dijeron ni mú, por lo tanto cocodrilo que se duerme es cartera. Sí, es probable que ahora, enterados de esto, estén echando put… bueno, poniendo el grito en el cielo, porque esta situación les cayó como peludo de regalo. De este lado está todo pipí cucú, así que solo les podemos pedir que no les salte la térmica, que no se amarguen al divino botón y que sigan participando.

Ahora, no es por abrir el paraguas, pero pongámonos la diez un ratito y preguntémonos con carpa, sin levantar la perdiz, que la RAE ya está que trina y hay que hacer buena letra para que no se vengan al humo ni piensen que les estamos metiendo cizaña: ¿qué es este cocoliche? ¿acaso una bolsa de gatos lingüística? ¿acá cualquiera habla por tener boca? ¿o en el lenguaje cualquier bondi nos deja bien?

Quizás lo mejor es tomarlo con soda y saber que cada loco con su tema y cada maestro con su librito. Y si bien acá no se va a mandar a nadie al frente, es sabido que los viejos queridos siempre fueron una usina de estas frases. Primero, porque cuando uno llega a una determinada edad quiere hablar con el dueño del circo, no con los payasos. Y segundo, porque con los años viene la verdad de la milanesa, por lo que aquellos que peinan canas ya no se comen una y no dudan en pasar factura. ¿Será que les queda poco hilo en el carretel? ¿o que ya tienen la sartén por el mango? Lo cierto es que pueden enseñar cuántos pares son tres botas (y que a nadie se le ocurra llevarle bananas verdes a mamá mona y mucho menos venderles un buzón).

Si a esta altura todavía hay alguien leyendo, aunque sean cuatro gatos locos, listo el pollo pelada la gallina. Pero si entre pitos y flautas se hicieron los sotas y se fueron al mazo, tienen que saber que todo esto se hace de onda, o sea, por el pancho y por la coca (sí, chocolate por la noticia). Tampoco estamos al horno, ni vamos a hacer puchero ni vamos a sacar los pies del plato ni las papas del fuego. ¡Si en el lenguaje hay letra como para hacer dulce! Sí sería doloroso, después de andar como pancho por su casa, que uno descubra que todo esto fue ni chicha ni limonada. Al final, otra vez sopa.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-ultimo-que-apague-la-luz-nid02092024/

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