El papa Francisco llama a la Iglesia a no quedarse sentada, muda y ciega, sino a escuchar el grito de la humanidad
ROMA.- “No una Iglesia sentada, sino una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, sino una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, qu...
ROMA.- “No una Iglesia sentada, sino una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, sino una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, sino una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo”.
El papa Francisco cerró este domingo con estas palabras el sínodo sobre sinodalidad, proceso de escucha y consulta en todo el mundo que duró tres años y culminó con un documento con indicaciones para una Iglesia más acorde a los desafíos de hoy, aprobado por una asamblea no sólo de obispos, sino también religiosos, sacerdotes, curas y mujeres que se reunió durante un mes en el Vaticano.
En una misa solemne para clausurar este evento eclesial que el documento final consideró una implementación y relanzamiento del espíritu del Concilio Vaticano II (1962-65), para explicar qué debe hacer ahora la Iglesia católica, en su homilía el papa Francisco se centró en el Evangelio que narra la historia de Bartimeo, “un ciego que se ve obligado a mendigar junto al camino, un descartado sin esperanza que, sin embargo, cuando oye pasar a Jesús, comienza a gritar hacia Él”. “Lo único que le queda es eso: gritar su propio dolor y llevar a Jesús su deseo de recuperar la vista. Y mientras todos lo reprenden porque les molesta su voz, Jesús se detiene. Porque Dios escucha siempre el clamor de los pobres y ningún grito de dolor queda sin ser escuchado por Él”, dijo, al pronunciar su sermón en la Basílica de San Pedro.
Ante cardenales, obispos, sacerdotes y fieles entre los que estaban los más de 350 participantes en el sínodo, el Papa explicó que el ciego Bartimeo representa “aquella ceguera interior que nos bloquea, que nos hace quedarnos sentados, inmóviles al margen de la vida, sin esperanza”. “No obstante, frente a las preguntas de las mujeres y los hombres de hoy, a los retos de nuestro tiempo, a las urgencias de la evangelización y a tantas heridas que afligen a la humanidad, no podemos quedarnos sentados”, advirtió. “Una Iglesia sentada que, casi sin darse cuenta, se retira de la vida y se pone a sí misma a los márgenes de la realidad, es una Iglesia que corre el riesgo de permanecer en la ceguera y acomodarse en el propio malestar. Y si nos mantenemos inmóviles en nuestra ceguera, seguiremos sin ver nuestras urgencias pastorales y tantos problemas del mundo en el que vivimos”, afirmó.
Al contrario, siguiendo la parábola de Bartimeo, recordó que “el Señor pasa siempre y se detiene para hacerse cargo de nuestra ceguera”. “Y sería hermoso si el Sínodo nos impulsara a ser Iglesia como Bartimeo; es decir, la comunidad de los discípulos que, oyendo al Señor que pasa, percibe la conmoción de la salvación, se deja despertar por la fuerza del Evangelio y comienza a clamar a Él”, explicó.
Acto seguido, llamó a escuchar el grito de todas las mujeres y los hombres de la Tierra: “El grito de aquellos que desean descubrir la alegría del Evangelio y de aquellos que, en cambio, se han alejado; el grito silencioso de quienes son indiferentes; el grito de los que sufren, de los pobres y de los marginados; la voz quebrada de quienes no tienen ni siquiera la fuerza de clamar a Dios, porque no tienen voz o porque se han resignado”.
“No necesitamos una Iglesia paralizada e indiferente, sino una Iglesia que recoge el grito del mundo y se ensucia las manos para servirlo”, clamó.
Al evocar que Bartimeo, de sentado por tierra, se puso de pie de un salto y, en seguida, recobró la vista y lo siguió por el camino, el Papa destacó asimismo que es ésa una imagen de la Iglesia sinodal. “El Señor nos llama, nos levanta cuando estamos sentados por tierra o caídos, nos hace recobrar una vista nueva, para que, a la luz del Evangelio, podamos ver las inquietudes y los sufrimientos del mundo; y de este modo, puestos en pie por el Señor, experimentemos la alegría de seguirlo por el camino”, afirmó. “Recordémoslo siempre: no caminar por nuestra propia cuenta o según los criterios del mundo, sino caminar juntos detrás de Él y con Él”, insistió. Y concluyó: “Hermanos y hermanas: no una Iglesia sentada, sino una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, sino una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, sino una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo”.