Delia Cancela, con su espíritu irreverente intacto, se confiesa en su entrevista más personal: “el arte siempre fue machista”
Su larga melena anaranjada es su seña de identidad más reconocible y, acaso, lo que más impactó cuando, en 2015, fue la imagen de la marca de ropa Bolivia: vestida con traje y corbata, Delia Ca...
Su larga melena anaranjada es su seña de identidad más reconocible y, acaso, lo que más impactó cuando, en 2015, fue la imagen de la marca de ropa Bolivia: vestida con traje y corbata, Delia Cancela (83) miraba el mundo con sus ojos celestísimos desde unos enormes carteles que se exhibieron en todo Buenos Aires. Frágil en apariencia, menuda y de sonrisa tímida, esta mujer que se destacó en la lista de artistas de vanguardia del Instituto Di Tella en los años 60, que se anticipó a todos trasladando el lenguaje de la moda al arte y que, durante tres décadas trabajó en Nueva York, Londres y París junto a Pablo Mesejeán –su pareja de entonces y coequiper creativo, con quien se lució en revistas como Vogue y Harper’s Bazaar y hasta llegó a tener su propia marca de ropa, Pablo & Delia–, mantiene intactos su espíritu irreverente, su energía creativa y su negativa a ser etiquetada. En ese orden. Distinguida con el Premio a la Trayectoria otorgado por la Secretaría de Cultura en 2018, entre otros, ha mostrado sus creaciones en las galerías y museos más importantes de Buenos Aires y Europa, y supo reponerse al desasosiego que la invadió tras el incendio que, en 2001, arrasó con toda su obra y la obligó prácticamente a empezar de nuevo. Mamá de una hija –Celeste, fotógrafa, 38 años, vive en París–, Cancela recibió a ¡HOLA! Argentina en su casa-taller de Colegiales junto a su inseparable gato Nutella para hablar –durante una conversación que podría ser una pintura, porque Delia habla como pinta, con pinceladas de colores fulgurantes, mientras pájaros, mariposas y corazones parecen sobrevolar su cabellera alimentada de sol– de todo: su vida, su carrera, los feminismos, su pasión por el arte y sus amores.
–Seguís trabajando muchísimo. ¿Qué significa el trabajo para vos?
–El trabajo es vida, es una necesidad. La gente me pregunta: “¿Seguís activa?”. Un artista sigue haciendo. Por supuesto que si sos bailarín, es difícil seguir bailando a cierta edad, porque el cuerpo te va poniendo límites. Y también si sos artista plástico es difícil, por todos los problemas físicos que podés tener para mover cosas, para treparte alto a pintar, etc. Por suerte me gusta dibujar, especialmente dibujar en pequeño, y lo hago en cualquier papel. Eso me sirve mucho. También dibujo en la cama.
–Después de tantos años, ¿te inspiran las mismas cosas?
–No sé. Muchas cosas siguen igual dentro de mí, otras no. Es como el manifiesto que hicimos en los 60: “Nosotros amamos”. Sigo amando muchas de esas cosas… Y hay personas que me inspiraron y me inspiran, seres o personajes que amo y me acompañan desde hace mucho. Totoro de Miyazaki, por ejemplo, o artistas como Bonnard, a quien le dediqué una muestra que se llama “Te amo, te odio (y cómo llego a amarte a pesar de todo)”, porque es tan bello Bonnard, tan fuerte lo que me transmite, que casi es un amor-odio.
–A lo largo de tu carrera recibiste muchos premios y distinciones. ¿Qué valor le das al reconocimiento de los otros sobre tu obra?
–Todos queremos ser amados, así que sí, les doy mucho valor. Por ejemplo, que me hayan hecho la muestra que me hizo Victoria Noorthoorn en el Museo de Arte Moderno, con Carla Barbero como curadora, para mí fue hermoso. Que me hayan dado el Premio a la Trayectoria sin tener que presentarme como candidata fue una sorpresa maravillosa.
–¿A qué te aferrás en los momentos difíciles?
–Cuando fue el incendio de mi obra, por ejemplo, yo sentí que estaba muerta y lo dije: “Estoy muerta en vida. Me siento horizontal”. Sentía que no podía estar parada. Fue muy difícil y no pude hacer casi nada por un tiempo. Después salí adelante. ¿Cómo? No lo tengo muy claro, creo que es algo visceral, que sale de adentro, de la necesidad. Y también creo que el amor ayuda, el amor a lo que hacés, el amor propio, el amor de la gente… La fuerza que te pueden dar los otros es clave.
–¿Es cierto que después del incendio nunca más volviste a llorar?
–Es verdad. Lloro por dentro. Siento que tengo miles de personajes dentro de mí que están llorando, llorando y llorando… pero no sale nada.
–¿Cómo es la relación con tu hija a la distancia?
–Es como todo vínculo a la distancia: maravilloso y horrible. Tiene las ventajas de no estar pegado al otro y, al mismo tiempo, es terrible porque no se trata de una distancia corta. A esta altura de mi vida, yo quisiera estar viviendo a una hora de donde ella vive.
–¿Te gustaría ser abuela?
–Sí… ¿por qué no?
–¿Qué recuerdos tenés de tus años con Pablo Mesejeán?
–Pese a que tengo una vida bastante intensa, a Pablo lo sigo extrañando, porque es una parte mía. Después de separarnos seguimos trabajando juntos, seguimos siendo amigos. Y porque durante mucho tiempo fuimos como dos mitades de una sola cosa. Cuando uno está en pareja con otro y encima trabaja con ese otro, crea con el otro… se convierte en una mitad. Y, de golpe, te quedás sola, por más que haya sido una decisión, y no sabés cómo hacer para volver a ser uno. Te tenés que armar otra vez, pedacito por pedacito.
–¿Y qué pasó cuando te rehiciste tras la separación?
–Después conocí al padre de mi hija y después, cuando volví a quedarme sola, fui yo. Porque hay una parte mía con Pablo que la gente conoce acá, que es todo lo que hicimos en los años 60, una época en la que yo era muy diferente a la que soy ahora, porque era una chica tímida, muy para adentro, que no participaba. Hacía, pero no hablaba. Entonces, esa parte, después cambia: cuando me voy del país empiezo a ser otra Delia, y cuando me quedo sola con mi hija otra totalmente distinta.
–Varias veces te definiste como “desesperadamente optimista”. ¿Seguís siendo optimista?
–Para ser optimista en este momento hay que ser un poco bobo. En el fondo, yo nunca fui una optimista que creía ciegamente. Sí eso me ayudó a salir. El creer y sentir que podía hacer determinada cosa me ayudó. Pensar que todo va a estar bien me ayudó. Porque hay que ser optimista para poder crear. Pero en este momento me cuesta mucho serlo. Esta época no es como los años 60, en el sentido de que a pesar de que pasaban cosas muy serias nosotros éramos una generación que creía en la posibilidad de cambiar el mundo. El movimiento hippie fue eso. Ahora, con todo lo que pasa, no puedo ser optimista. Aunque tengo gran admiración por la gente que sale a la calle y lucha, como cuando se logró la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. ¡Bravo, chicas! Yo las apoyo completamente, pero no puedo hacerlo, no puedo salir a la calle, nunca pude, las multitudes me angustian.
–Fuiste una feminista pionera. ¿Cómo te llevás con los feminismos?
–Siempre digo que soy feminista de la primera hora, sin saber que lo era. Porque desde mis primeras pinturas o collages me cuestiono cosas ligadas a la vida de las mujeres, a las tentaciones, a los cuerpos femeninos…, pero son preguntas que me hago sola, estoy sola haciendo esas preguntas. Después me fui a Estados Unidos, Londres, París… y ahí empecé a descubrir a las feministas, a darme cuenta de que, de alguna manera, eso se vincula conmigo y que yo también soy feminista. Después descubrí a Agnès Varda, que es una feminista que a mí me toca mucho, descubrí a las escritoras feministas, y siento que sí, que soy feminista. Y aunque no estoy de acuerdo con todos los feminismos actuales –creo que es un tiempo delicado para decir algunas cosas y tomar posición–, sí estoy muy contenta de haber descubierto escritoras de acá que me parecen increíbles, como Gabriela Cabezón Cámara, por ejemplo. Me gusta vivir con gente que tiene bastante resuelto eso.
–¿El mundo del Instituto Di Tella era machista?
–El mundo del arte ha sido siempre machista, especialmente en Argentina. No lo sentíamos así en ese momento, por la forma en que vivíamos, pero sí, el del arte siempre fue un universo machista. Me río ahora, porque ojalá lo tuviera a Pablo acá para poder decírselo y que él dijera otra cosa. Yo escuché decir a un artista que quiero y considero mucho: “Bueno, pero lo que pasa es que los hombres somos más creativos”. –¿Pensás en la muerte? –A mí se me murieron de golpe lo que era mi familia en Francia. Eran mi familia postiza, los que estaban a mi alrededor, mis amigos, Pablo entre ellos, y murieron todos en poco tiempo. Fue muy difícil. En este momento pienso bastante en eso y digo una frase que no sé si mucha gente entiende: “Ahora soy punk: no future”. Pero es algo horrible. Es cierto que a cierta edad empezás a pensar en la muerte, o te empiezan a hacer pensar en eso, en qué dejás. ¡Pero si todavía estoy acá! Yo tengo planes, proyectos, para acá y para afuera. Ahora mismo estoy ordenando todo con mi asistente, tengo que ordenar pinceles, lápices, telas… tengo que ordenar todo para poder empezar a trabajar en algo nuevo.
–¿Fuiste feliz?
–Como dice Borges: “Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”.