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De Viedma a Villa Soldati: el drama de las mujeres que recorren el país en busca de un lugar para internarse

Las mil vidas de Celeste dejaron marcas en su piel. Desde que a los 7 años huyó de su casa para escapar de su abusador, su historia tuvo tanto de sufrimiento y excesos que cuesta creer que quien ...

Las mil vidas de Celeste dejaron marcas en su piel. Desde que a los 7 años huyó de su casa para escapar de su abusador, su historia tuvo tanto de sufrimiento y excesos que cuesta creer que quien la cuenta tiene solo 18 años.

“Que la vida me lleve adonde quiera”, dice que pensó de chiquita, cuando las calles de su ciudad, Viedma, en Río Negro, las sintió menos amenazantes que su propia casa. Enseguida, unos transas del barrio le ofrecieron marihuana y alcohol. También pastillas. Aquella primera vez fue gratis. Las que vinieron después fueron “a cambio de sexo”, como dice ella, como si todavía no pudiera convencerse del todo que eso que relata fue, lisa y llanamente, explotación sexual.

Ahora habla en un salón pequeño donde suele hacer terapia. Está a 900 kilómetros de su ciudad. Exactamente en el centro Madre de Lourdes, en el barrio porteño de Villa Soldati. Es un espacio que depende de la iglesia católica y es parte de la red de Hogares de Cristo, como le llaman a una red de centros orientados al tratamiento de adicciones para personas de bajos recursos.

“Llegué en marzo, gracias al padre Luis, un cura de Viedma. Lo fui a ver después de mi última sobredosis y me habló de este lugar. En Viedma no hay nada parecido”, explica. Después de aquella conversación, recuerda, fue a centros ambulatorios de su ciudad durante los siguientes tres días. De noche, dormía en una parroquia. Así hasta que le consiguieron la vacante y el pasaje en micro para la ciudad de Buenos Aires.

¿Por qué nadie se ocupa de las mujeres que consumen?

“Me vine sola. Fue la primera vez que viajé en micro”, dice, como remarcando su proeza y mientras acaricia el rosario negro que se pierde sobre su musculosa.

El hogar Madre de Lourdes está dentro de un predio parquizado donde funcionan varios clubes. Queda en la zona sur de la Ciudad, la más crítica, cerca de algunos de los barrios porteños más afectados por la pobreza, la falta de infraestructura y de personal policial, lo que los vuelven peligrosos, como por ejemplo la villa 1-11-14.

“La mayoría de las chicas llegan muy rotas. El consumo les saca todo, hasta los hábitos. Llegan sucias. Cuando las recibimos, son cuerpos sin conciencia”, dice con tristeza Carla Vázquez, coordinadora del espacio. En el Madre de Lourdes es frecuente que reciban mujeres de otras provincias, que llegan por falta de espacios en sus ciudades. “El desarraigo lo sufren mucho -agrega-. En los días de visitas las ves solas, nadie las viene a ver. Eso hace difícil y duro el tratamiento”.

Entre quienes vienen de otras provincias, Carla dice que el crack es una de las sustancias más consumidas. “También cocaína aspirada, pastillas, marihuana, mucho alcohol. Algunas consumen nafta o pegamento”, enumera. La falta de una red familiar cercana no solo hace más cuesta arriba el tratamiento, sino que es todo un desafío cuando avanzan en el tratamiento y comienzan a salir. “Acá no conocen nada ni a nadie. Eso las vuelve vulnerables”, reconoce.

16 provincias sin centros de internación

Si bien las estadísticas muestran que el porcentaje de varones y mujeres que consumen drogas es cada vez más parecido en sustancias como alcohol y marihuana, a las mujeres que atraviesan consumos problemáticos les cuesta más pedir ayuda para sí mismas que a los varones. La estadística de llamadas a la línea 141 para personas en consumo exponen que cada tres hombres que se comunican para pedir ayuda, solo lo hace una mujer.

Por un lado, quieren evitar la condena social, sobre todo si tienen hijos. En ese caso, se suma el miedo de que la Justicia intervenga y queden a cargo de otro familiar o de una institución de abrigo hasta que logren rehabilitarse. Pero la red de espacios de tratamiento para hacerlo parece decirle, de muchas maneras, que no merecen ayuda.

Según una investigación de LA NACION, los hombres ocupan la mayoría de las vacantes en los espacios de internación y son quienes más acceden a tratamientos ambulatorios. Además, el sistema nacional para quienes no pueden pagar un tratamiento ni tienen obra social o prepaga parece decirles que ellas no merecen ayuda: hay solo 13 centros de internación preparados específicamente para recibir mujeres y están en apenas ocho provincias. Mientras que hay casi cinco veces más espacios exclusivos para varones: 63.

La red de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación (Sedronar) está compuesta por espacios públicos y privados que cuentan con subvención estatal, es decir son accesibles para las personas que no pueden pagar un tratamiento o que no cuentan con obra social o prepaga. Actualmente, según los datos informados por el organismo, en Santiago del Estero, Jujuy, Formosa, Tucumán, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Chaco, San Luis, Mendoza, La Pampa, Río Negro, San Juan, Catamarca, Santa Cruz y Tierra del Fuego no hay dispositivos de internación para mujeres.

En esos lugares, si una mujer necesita internarse debe viajar cientos de kilómetros para conseguir una cama, como en el caso de Celeste. Tratarse en el desarraigo implica, de mínima, tener dinero para pagar el boleto. Pero además, si tienen hijos, muchas veces ese viaje deja de ser una opción: no hay quien los cuide si ellas se van.

El titular de la Sedronar, Roberto Moro, reconoce que faltan espacios específicos para mujeres y que el organismo que encabeza no cuenta con fondos para crearlos. “En lo inmediato, queremos mejorar la accesibilidad de los que ya existen, en su mayoría ambulatorios, articulando con provincias, municipios y organizaciones de la sociedad civil”, explica.

El plan de Moro es capacitar a los referentes de todos los dispositivos para que puedan tener mayor entendimiento sobre las complejidades con las que llegan las mujeres. Y potenciar el trabajo en red con las provincias y los municipios para mejorar los espacios, por ejemplo, al ofrecer alternativas de cuidados para quienes lleguen con sus hijos. Ocurre que la oferta de la red de la Sedronar se completa con hospitales y dispositivos que dependen de los gobiernos municipales y provinciales.

“A la mujer hay que salir a buscarla. Si esperamos a que pida ayuda, pasan muchos años. Muchas veces, recién se la detecta cuando va a parir “, reflexiona la directora general de Políticas Sociales en Adicciones del Gobierno de la Ciudad, Jésica Suárez, quien reconoce que muchas veces las mujeres no se acercan a los dispositivos territoriales ambulatorios por temor a ser señaladas por sus vecinos.

“Por eso, las propuestas en este tipo de espacios tienen que ser abiertas a todo público, tanto el que consume como el que no. Y una vez allí, desarrollar estrategias para detectarlas y poder trabajar con ellas”, explica Suárez.

“Las mujeres tienen la presión de la crianza”

Jésica Suárez reconoce lo que algunos responsables de comunidades terapéuticas no se atreven a decir en voz alta: los dispositivos para mujeres son más costosos en términos financieros que los de varones. “Requieren mayor personal y una propuesta terapéutica que incluya la articulación con otros actores, por ejemplo, con espacios sanitarios para que realicen sus controles ginecológicos”, explica. Si las mujeres tienen hijos, no solo se requiere mayor espacio físico sino mayor articulación para el cuidado de esos chicos: cuidados de salud, vacunas, vacante en escuelas, etcétera.

“Si no hay lugar para los hijos, les ponés una barrera”, dice, categórica, María Elena Acosta, coordinadora del área de Mujeres e Infancias de los Hogares de Cristo, que en todo el país suma más de 270 dispositivos, la mayoría ambulatorios y muchos dentro de la oferta subvencionada por la Sedronar.

“A nuestros espacios, primero vinieron varones. Venían solos. Cuando empezaron a venir las mujeres, llegaban con sus hijos”, relata la mujer sobre los inicios de la organización. Actualmente, su oferta está concentrada en el Área Metropolitana del país. “En las regiones Noreste y Sur todavía no tenemos espacios de internación para mujeres”, reconoce.

El Madre de Lourdes no solo recibe a mujeres de otras provincias sino que también pueden internarse con sus hijos. “No maternamos por ellas”, aclara Carla. “Como sabemos que es importante que tengan tiempo para su recuperación, cuando el chico tiene 45 días o más, le conseguimos vacante en un jardín de infantes de la zona”, explica. Esa es, dice, una gran diferencia con el tratamiento de los varones. “Ellos no tienen la presión de la crianza. Pero las mujeres, sí”, reconoce.

Los chicos duermen con sus mamás en alguna de las habitaciones que dan a un patio interno. “La convivencia no es siempre color de rosas. Hay niños y niñas que no conocen otra cosa que la violencia. Si alguno viene y muerde a tu hijo, vos no reaccionás de la mejor manera, sobre todo si la mamá no lo reta”, reconoce una de las mujeres en tratamiento.

“Mamá, no vuelvas”

Mariana tiene cuatro hijos de entre 15 y 9 años, que por la edad quedaron en la casa de su hermana, la tía de los chicos. Hace una semana que llegó desde Gualeguaychú, Entre Ríos, para su tercera internación. . Necesita hablar para exorcizar demonios, pero pide hacerlo con otro nombre y sin posar para las fotos.

Entonces dice que tiene una edad que no aparenta y cuenta que hasta los 27 fumaba un porro cada seis meses. Cuando su hermano mayor le convidó crack, o la pipa, como le dicen en su provincia, no pudo pensar en nada más que en consumir. Hasta ese momento, Mariana se perdía en el consumo mientras sus hijos estaban en la escuela. “Quería mantener la apariencia de madre y ama de casa frente a mi mamá, mis vecinos y hasta mis hijos”, explica.

Pero eso cambió abruptamente. “Empecé a perder la paciencia con facilidad. Era como que los chicos presentían ese ambiente turbio y se desesperaban, se ponían nerviosos y yo me ponía más nerviosa. Me encerraba a consumir en el baño y los tenía afuera, preguntando: ‘Mamá, ¿por qué estás en el baño?’ Eran chiquitos pero se daban cuenta”, recuerda.

Fue entonces cuando vino a Buenos Aires por primera vez. “En donde yo vivo, solo hay espacios ambulatorios. Yo fui a esos espacios. Estaba bárbaro durante el día, pero después era volver a lo mismo, al consumo. Me pasaba toda la noche consumiendo y, al otro día, volvía al centro. A veces ni iba”, reconoce.

Después de una estadía de un año y medio en una comunidad, volvió a su ciudad. Formó pareja, consiguió trabajo y quedó embarazada, pero perdió a ese bebé en un estadío muy avanzado. Cuando le dieron el alta después de la cesárea, su primera parada fue la casa de un transa.

“Ahí dejaron de importarme las apariencias. Empecé a vender las cosas de mi casa. Empecé por el televisor. Terminé con la mesa y las sillas y con mis hijos viviendo con mi mamá. Cuando no me quedó nada, me prostituí. Y no lo digo con orgullo sino con bronca por haber perdido así mi dignidad. Es que una, en consumo, se desvaloriza tanto… Y hay gente que se abusa de eso”, dice.

Por insistencia de su mamá, Mariana accedió a volver a Buenos Aires para internarse. Fue la primera vez en Madre de Lourdes. Estaba todo bien hasta que recibió un llamado que lo cambió todo. Su mamá había muerto. Volvió a Gualeguaychú a acompañar a sus hijos y se perdió otra vez.

“Mi hijo me vio drogada y me dijo: ‘Mamá, yo ahora te necesito’. Y yo pensé: ‘La estoy recagando’. Entonces le dije que iba a volver a Buenos Aires, al tratamiento. Me peleaba conmigo misma, porque quería seguir drogándome, pero él me acompañó hasta la terminal y me esperó hasta que me subí y el micro arrancó. Me acuerdo de que, cuando el micro se iba, me gritaba con lágrimas en los ojos: ‘¡No vuelvas!’”, dice emocionada.

“Acá las empoderamos”

Si algo destacan las chicas del Madre de Lourdes es que, por primera vez en mucho tiempo, sienten que nadie las juzga. “Acá te abrazan, no importa lo que hayas hecho o de dónde vengas”, reconoce Celeste. Acto seguido, cuenta sus planes para el futuro. Quiere terminar el secundario y quedarse a vivir en Buenos Aires aunque su sueño es otro: “Me encantaría entrar en la casa de Gran Hermano para que todo el mundo conozca mi historia”, se ilusiona.

La reinserción social es un desafío tan grande como dejar atrás el consumo. A las más rotas entre las rotas, el consumo les deja, muchas veces, marcas de por vida. “Cuando fuman cocaína se quedan sin dientes. Esto sin hablar de que la droga les deja secuelas neurológicas. Por otra parte, muchas tienen HIV. La sociedad las juzga y no les da trabajo. Les cuesta alquilar cuando tienen hijos. Y eso las hace volver a la villa, cerca del transa”, explica Carla. “Acá las empoderamos, pero el afuera es muy duro”, dice. “Yo no soy feminista. Pero la sociedad le debe mucho a las mujeres y, sin embargo, les da la espalda”.

Cuando una mujer se va de alta, es clave el acompañamiento, dice María Elena Acosta, de Hogares de Cristo. Se refiere al psicológico pero sobre todo al comunitario. Entonces enumera algunas historias con final feliz en las que, de manera casi artesanal, pudieron construir una trama de apoyo. Pero cuando eso no está, cualquier golpe de la vida puede ser una invitación a recaer.

“A veces nos pasa que, las que se van, nos llaman y nos dicen: ‘Me está costando el fin de semana’”, cuenta Carla y sigue: “Les decimos: ‘Venite, porque sabemos que ese llamado de ayuda es un montón’. Si no tenemos cama, les tiramos un colchón. Si no lo hacemos, ya sabemos lo que pasa”.

Dónde pedir ayudaLínea 141. Es para una primera escucha y asistencia inmediata. Es anónima, gratuita y funciona las 24 horas. Depende de la Sedronar.Narcóticos Anónimos: brinda atención gratuita y confidencial las 24 horas a través de su línea 0800-333-4720 o por WhatsApp al 1150471626. Desde su página web se puede asistir a una reunión virtual.Para informarte sobre más lugares donde pedir ayuda, a qué señales hay que estar alertas y cómo acompañar a un familiar, podés navegar la guía de LA NACIÓN sobre adicciones.Cómo colaborarLos Hogares de Cristo suman unos 270 dispositivos de tratamiento de las adicciones en todo el país. Reciben donaciones al alias TORNEO.MEDANO.CADENAInformación sobre esta investigaciónEsta nota es parte de una investigación periodística que se realizó en el marco del Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas convocado por la Fundación Gabo con apoyo de Open Society Foundations.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/de-viedma-a-villa-soldati-el-largo-camino-de-las-mujeres-que-deben-ir-a-otras-provincias-para-nid20072024/

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