De eso hay que hablar
Hay algo que no anda bien en nuestra sociedad. El Presidente se pelea con todos, dispara agravios a granel, lanza imágenes escatológicas sin ningún filtro, habla con desprecio de aquellos que lo...
Hay algo que no anda bien en nuestra sociedad. El Presidente se pelea con todos, dispara agravios a granel, lanza imágenes escatológicas sin ningún filtro, habla con desprecio de aquellos que lo contradicen y la reacción de su entorno y del establishment más cercano, donde no falta la gente razonable, es sorprendente: o bien miran para otro lado y le perdonan los exabruptos bajo la justificación de que son parte de su estilo o, más grave todavía, se los festejan. Si ese tipo de actitudes son reprochables en cualquiera, más todavía lo son en un presidente, a quien se tiende a mirar como ejemplo a seguir. Quienes celebran sus políticas, incluso quienes lo acompañan en la gestión, deberían señalarle esto a Javier Milei, aun a riesgo de perder su amistad o salir eyectados del Gobierno. Callar es avalarlo y aceptar la violencia verbal como si fuera algo normal, parte del juego democrático, cuando no lo es. No se trata de mantener el decoro o las buenas costumbres (aunque también, porque a fin de cuentas una convivencia sana empieza por el respeto al otro). La reacción cabe sobre todo en homenaje el buen término de la gestión, porque estas actitudes del Presidente socavan la posibilidad de éxito de un gobierno que dinamita con un agravio cada avance que consigue. Y todos necesitamos que le vaya bien.
Los empresarios que lo abrazaban con efusión tras su discurso en el encuentro de Llao Llao podrían, entre palmada y palmada, marcarle esto. Por su apoyo al plan de gobierno, por la estima recíproca que mantienen con el Presidente, Milei no podría adjudicarle mala fe al reproche, como cada vez que rechaza una crítica. En este caso, el señalamiento vendría de quienes lo quieren bien y comulgan con sus ideas. Quizá consigan algo. Festejarle los chistes dudosos o los comentarios despectivos, como ocurrió en la cena de la Fundación Libertad, lo afirma aún más en ese equívoco papel de francotirador verbal en el que tan a gusto parece sentirse. La adulación incondicional es peligrosa. El primero que pierde pie es el adulado. “Hola a todos”, arrancó su discurso con una voz gutural que habrá sorprendido a más de uno. “Si no, no soy yo”, aclaró enseguida, satisfecho de sí mismo. ¿Hace falta que Milei sea tan Milei todo el tiempo? No conviene estimularlo.
Esa noche, antes de que Milei hablara, el presidente de Uruguay deslizó con altura un mensaje que quizá haya llegado a los oídos indicados. “Uno de los anclajes uruguayos es el Estado fuerte, no grande”, dijo Luis Lacalle Pou. Además de hablar de la importancia de la cohesión social y de los valores de la tolerancia, propuso: “Hay que ser firme con las ideas y suave con las personas”. Cuánto que aprender.
Antes que la gestión del país, Milei parece haber asumido el liderazgo de una cruzada que redimirá al mundo del pecado del socialismo
Algunos lo llaman estilo. Otros, estrategia. Pero tal vez no sea del todo ninguna de las dos cosas y resulte una característica difícil de manejar a voluntad. La gran incógnita no es tanto si el fin de la recesión llegará con un rebote en forma de V o de U, sino si Milei puede proceder de otra manera en relación a aquellos que no se le rinden incondicionalmente y si estaría dispuesto a hacerlo.
Como sea, el festejo acrítico de las formas despectivas del Presidente, que se verifica con mayor vehemencia entre sus trolls más fanáticos, no ayuda. Al contrario, refuerza la contradicción en la que parece atrapada la gestión. Las redes, en su loca dinámica, son un presente perpetuo. Mientras una persona razonable, como parece el secretario de Educación Carlos Torrendel, debe sentarse con las autoridades universitarias para encontrar acuerdos y dar con soluciones, en las redes circulan, al mismo tiempo, videos donde Milei dice las peores cosas de la universidad pública aplicando la mala costumbre de demonizar el todo a partir de la parte podrida. Es, en suma, una presencia incómoda en esa mesa. Algo parecido les pasa a los funcionarios que laboriosamente tratan de sacar adelante la “Ley de bases”.
Parte del problema es que el Presidente se siente un cruzado con una misión global. Antes que la gestión del país, parece haber asumido el liderazgo de una batalla cultural que redimirá al mundo del pecado del socialismo, categoría en la que entra todo lo que huela a Estado. Parecería que las fuerzas del cielo quieren pasar de un extremo al otro, del falso progresismo al paraíso libertario, pero libran su lucha con las mismas armas que usaban sus antagonistas, y los tibios que aspiramos a una convivencia que habilite el diálogo, el disenso y la amplia gama de matices que ofrece la realidad quedamos atrapados en el medio, o en un no lugar, como le ocurre a muchos referentes de PRO y sobre todo a la gente de la Coalición Cívica, la que de manera más consistente está planteando críticas constructivas.
Un paso para adelante, dos para atrás. Si quieren salir del círculo vicioso, la idea de que la confrontación permanente mantiene la popularidad de Milei, afincada en parte del entorno presidencial, debería ser revisada. El gran paso en falso que el Gobierno dio esta semana ante el reclamo de la multitudinaria marcha universitaria del martes, en cuya legitimidad quisieron lavar sus prontuarios unos cuantos desahuciados, ofrece una buena oportunidad de enmienda. Si es que la ven.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/de-eso-hay-que-hablar-nid27042024/