Cuando las estrellas luchan en vano para liberarse de las señales del paso del tiempo
“¿Alguna vez soñaste con una mejor versión de vos misma? ¿Alguien más joven, más bella, más perfecta?” La pregunta que el personaje central de ...
“¿Alguna vez soñaste con una mejor versión de vos misma? ¿Alguien más joven, más bella, más perfecta?” La pregunta que el personaje central de La sustancia, uno de los films más interesantes y provocadores de los últimos años, contesta con un desesperado sí, va mucho más allá de la ficción de horror corporal que protagoniza Demi Moore (disponible, después de exitoso su paso por las salas locales, en la plataforma de streaming Mubi).
El pánico a envejecer, a ser menos deseable, empleable y admirable es lo que atraviesa a Elizabeth (Moore) en la película dirigida por la francesa Coralie Fargeat, un sentimiento que muchas artistas conocen demasiado bien. Incluso la propia Moore, de 61 años, lleva más de una década lidiando con la imagen que la prensa proyecta de ella. Desde que con algo más de 40 años apareció en bikini en la película Los ángeles de Charlie: Al límite, los tabloides empezaron a especular con su aspecto juvenil y con los rumores de que había invertido un cuarto de millón de dólares en cirugías estéticas para lucir como lo hacía. Y por más que ella negara haberse sometido a intervenciones, cuando hace algunos años desfiló para Fendi, los detectives de las redes volvieron a la carga, lamentando con altas dosis de sarcasmo lo que Demi Moore “se había hecho en la cara”. Un mecanismo perverso que La sustancia examina y lleva más allá del extremo quizás para señalar el daño que inflige.
“Creo que las mujeres acordamos durante mucho tiempo con esa idea de que al hacernos mayores nos volvemos menos deseables o valemos menos. Yo no creo que eso sea cierto, pero sí que es un concepto muy arraigado en la conciencia colectiva. Hacer esta película me permitió repensar esos prejuicios que tenía sobre mí al juzgarme con esos estándares de belleza que no son realistas, en lugar de enfocarme en celebrar lo que soy. Salí de esta experiencia sintiéndome más libre para ser auténtica en todos los sentidos”, explicaba Moore hace unos días en una conferencia de prensa de la que participó LA NACIÓN.
En plena campaña en busca de nominaciones para los premios que empezarán a repartirse a principios de 2025, la presencia mediática de la actriz hizo mucho por sacar al retrato de Dorian Grey del armario de muchas de sus colegas, cansadas de ser puestas bajo el microscopio de la opinión pública. “Me puse rellenos en diferentes lugares y botox también. Pero hace cuatro años decidí parar. Eso es todo”, declaró la cantante y actriz Ariana Grande hace un par de semanas en el marco de una entrevista con la revista Vanity Fair en la que, junto a Cynthia Erivo, su compañera de elenco en el film musical Wicked -se estrena el jueves 21 en la Argentina-, ambas se sometieron a contestar preguntas conectadas a un detector de mentiras. El juego propuesto por la publicación le sirvió a Grande para ponerle fin a los chismes que hace años circulan sobre ella en las redes.
“Es el mejor día de mi vida. Es para ustedes, la gente de YouTube”, celebró la artista a medida que la experta en la maquinaria confirmaba que estaba diciendo la verdad. Casi al tiempo de tener sus primeros éxitos como cantante a Grande, de 31 años, se la empezó a señalar por modificar su aspecto físico. “La gente que hace todo eso tiene todo mi apoyo. Hagan lo que los haga sentir hermosos”, concluyó la cantante.
Su caso, por supuesto, no es la excepción. El rostro de muchas estrellas es sometido a un escrutinio feroz, que parece ser especialmente virulento en el caso de las mujeres. “No entiendo qué sentido tiene avergonzar a la gente por hacerse cirugías estéticas. Es como señalarlos porque se tiñen el pelo o se ponen uñas postizas ¿Hasta dónde llega esa lógica? ¿Qué es lo suficientemente natural para ustedes?”, se preguntaba Megan Fox hace unos meses en un popular podcast, Call Her Daddy, en el que habló abiertamente de los procedimientos que decidió hacerse para mejorar su aspecto.
“Mis pechos son falsos desde que tengo 21 o 22 años. Me lo operé entre la primera y la segunda película de Transformers”, contó la actriz que además detalló otras cirugías electivas que se hizo, como una rinoplastía y dos nuevas intervenciones para aumentar el tamaño de sus senos. “Los pedí tamaño “stripper de los 90″”, explicó Fox que además negó haberse hecho lifting y liposucción.
Como sucede con los famosos que utilizan la droga semaglutida –más conocida como Ozempic, su nombre comercial– una parte del público parece molestarse con las celebridades que usan sus profundos bolsillos para pagar por procedimientos estéticos que son inaccesibles para la mayoría. En muchos casos, la irritación hace blanco en quienes transforman ostensiblemente su aspecto, pero niegan haber recurrido a ayudas farmacológicas o quirúrgicas, dando a entender que con esfuerzo, una buena alimentación y excelente hidratación cualquiera podría lucir como ellos. La falsedad evidente de tal aseveración suele provocar antipatía y, en el peor de los casos, ataques vía redes sociales que pueden tornarse espantosamente tóxicos.
Tal vez por eso, muchos los que prefieren evitarse ese trance contando en sus términos y a su modo, qué hicieron para lucir tan bien. O tan mal. “Nunca me hice nada quirúrgico, pero sí pasé por una etapa en la que fumaba marihuana y me obsesioné con las inyecciones faciales. Me Ias aplicaba en un local de dudosa legalidad en una galería ruinosa en Chicago. Todo el mundo me decía que estaba loca. Solía fumarme unos porros, tomarme unos tragos e ir a por las inyecciones. Ahora ya se me fue todo, pero hace un tiempo un fotógrafo amigo tuvo que hacerme una advertencia antes de filmar un video: “Gaga, te quiero, pero si no dejás de inyectarte esa mierda en la cara te voy a matar”, contaba Lady Gaga hace unos años entre risas, contestando a la pregunta que sus fanáticos se hacían cuando la veían “distinta”.
En 2017, Courteney Cox reveló que había decidido “disolver” todos los rellenos faciales que llevaba años aplicándose. “Ahora soy yo en mi versión natural. Me siento mejor porque creo que ahora me veo más como la persona que era. Al menos eso espero. Sé que las cosas van a cambiar, que todo se va a caer. Estaba intentando evitar el efecto de los años y la gravedad, pero eso me hizo lucir falsa, de plástico. Necesitamos poder mover la cara, es algo que tuve que reconocer para darme cuenta de que los rellenos no son mis amigos”, contó la actriz de Friends y no fue la única en arrepentirse de los procedimientos estéticos a los que recurrió.
Para Nicole Kidman, las cosas fueron un poco más complicadas: en 2008 antes del estreno de Australia, la actriz participó de la habitual gira de prensa en la que negó rotundamente haberse sometido a cirugías estéticas. “Honestamente, soy completamente natural. No me hice nada en la cara ni en ningún otro lado. Uso protector solar y no fumo. Me cuido mucho. Me siento muy orgullosa de eso”, decía Kidman en aquel momento con una convicción que su rostro en la pantalla parecía desmentir. Su interpretación de la aristócrata británica en la Australia de entreguerras exhibía una rigidez que solo la aplicación de botox podía explicar. Ante el fracaso de la costosa épica de Baz Luhrmann muchos señalaron, injustamente, a Kidman y sus “mejoras estéticas” como los culpables del desastre.
Unos años después, sin precisar fechas, la actriz reconoció que había usado botox por un tiempo, pero que ya no lo hacía porque “no me gustó cómo lucía mi cara después de las inyecciones. Ahora que no lo utilizo puedo mover mi frente de nuevo”, festejó la intérprete, una de las tantas que lucha, como puede, para liberarse de las expectativas que la sociedad y Hollywood les imponen desde siempre.