Comen poco y mal: un informe revela que la mitad de los niños y adolescentes de barrios populares están malnutridos
En la casa de Nora González hay una sola comida fuerte por día: la cena. Ella y Odín, su hijo mayor, de 17 años, solo cenan. Giovanni, el más pequeño, de tres, es el único que además almuer...
En la casa de Nora González hay una sola comida fuerte por día: la cena. Ella y Odín, su hijo mayor, de 17 años, solo cenan. Giovanni, el más pequeño, de tres, es el único que además almuerza. “Le preparo un plato con lo que quedó de la noche anterior”, reconoce Nora y explica con resignación cómo se las arreglan con Odín. “Con el más grande, durante el día tiramos con mate y alguna cosita más: un pedazo de pan, unas galletitas o, si tengo harina, hago tortas fritas”, explica Nora, de 38 años.
Gio desayuna y merienda con leche solo los primeros días del mes, cuando su mamá se la puede comprar o cuando el merendero del barrio prepara, cada tanto, chocolatada. El resto del mes arranca el día y merienda con mate cocido cortado con leche en polvo y acompañado de pan, galletitas o tortas fritas. “Compro los saquitos por unidad, en la feria”, cuenta la mujer desde su pequeña cocina en el barrio Rayito de Sol, ubicado en la localidad bonaerense de Pablo Podestá, mientras su hijo mayor está recostado en la habitación familiar -la única de material-, con un cuadro de fiebre cuyo diagnóstico Nora adivina: “Seguro es dengue. Yo lo tuve y todo el barrio está con dengue”, sentencia la mujer.
“Cuando Odín era chiquito, comía frutas y yogurt todos los días. Ahora es imposible que pueda darle lo mismo a Gio. Y cada vez nos estamos restringiendo más”, reconoce Nora, que revende productos de bazar casa por casa, trabaja en una cooperativa de reciclaje de nylon y complementa sus ingresos por el plan Potenciar Trabajo y todo tipo de changas. Ahora, por ejemplo, hace trenzas para chicas y adolescentes del barrio.
Nora vivió toda su vida en el barrio, pero cuando se separó del papá de su hijo estando embarazada, tuvo que empezar de nuevo en los bordes del barrio que limitan con un arroyo verdoso. “Cuando yo llegué a esta zona era todo descampado. Ahora está lleno de casas”, rememora la mujer que, según cuenta, tiene formación como auxiliar de enfermería y para el cuidado de adultos mayores. “Si sale alguna propuesta, es para la noche o los fines de semana. ¿Cómo hago con Gio?”, se pregunta.
Pero la imposibilidad de tener un trabajo estable hizo que, en los últimos años, los hábitos alimenticios fueran cambiando para peor, al ritmo del aumento del precio de los alimentos, que a lo largo de todo 2023 aumentaron un 251%. Para exprimir sus ingresos hasta la última gota, su familia pasó a consumir los cortes más económicos de carne, como hígado o centro de entraña, que fracciona en pequeños pedazos, para que le dure más. Además, se hizo experta en comidas saciadoras, como fideos o guisos. “El invierno pasado llevé a Gio a un control y me dijeron que le faltaban vitaminas. Así que tuvo que hacer un tratamiento”, cuenta.
Niños de estatura más bajaGiovanni fue uno de los 9874 niños, niñas y adolescentes que participaron del nuevo relevamiento sobre la situación nutricional de los niños, niñas y adolescentes de barrios populares del país que desde 2012 realiza la Universidad Popular de la organización social Barrios de Pie. Según este nuevo informe, del que LA NACION tuvo acceso a un adelanto en forma exclusiva, prácticamente uno de cada dos chicos que viven en villas y asentamientos está malnutrido: 48,9%.
Ese porcentaje está compuesto por un 24,1% de chicos con obesidad, un 21,4% con sobrepeso y un 3,3% con déficit de peso. En los recortes por edades, el informe expone datos todavía más alarmantes: si bien el 7,4% del total presenta baja talla (es decir, niños con estatura por debajo del promedio de su edad, una problemática asociada a la desnutrición crónica), esa cifra prácticamente se triplica entre los bebés de hasta dos años: 21,7%. Es decir, que dos de cada 10 bebés de hasta dos años tienen un déficit en su crecimiento
Por otra parte, el mayor índice de malnutrición se da entre los seis y los 10 años, segmento de edad donde alcanza a más de la mitad, con el 51,7%. Mientras que la obesidad manifiesta su peor pico entre los tres y los 10, con el 28,9%, es decir, casi uno de cada tres chicos y chicas.
El trabajo, que fue realizado por el equipo médico de la Universidad Popular de Barrios de Pie junto a promotores de salud vecinales especialmente capacitados para la tarea, consistió en la toma del peso y la talla de cada chico. La investigación de campo se hizo entre septiembre y noviembre de 2023 en barrios populares de CABA y las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Corrientes, Formosa, Jujuy, Mendoza, Río Negro y Santa Fe. Por la metodología utilizada, aseguran los autores, sus conclusiones son extrapolables a los niños, niñas y adolescentes de los 6467 barrios populares de todo el país, según la última actualización del Registro Nacional de Barrios Populares, en la que también se estimó a la cantidad de habitantes en 5 millones de personas.
“Si comparamos con los resultados del mismo relevamiento realizado en 2022 nos encontramos con una malnutrición global que se mantiene en niveles elevados (en 2022 había sido de 48,6%). Pero si lo comparamos con los niveles previos a la pandemia (44,1% en 2019), podemos afirmar que la malnutrición se ha estancado en un piso alto que afecta a prácticamente a 1 de cada 2 niños, niñas y adolescentes de los barrios populares de nuestro país”, puede leerse en el estudio.
Los resultados serán presentados hoy a las 9,30 en el Auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras (Puán 480, en el barrio porteño de Caballito) en el contexto de un foro en el que también promoverán un proyecto de ley de Emergencia y Soberanía Alimentaria. La iniciativa estipula, entre otros puntos, la creación de una mesa ministerial para dar seguimiento a las políticas alimentarias, la creación de una canasta básica saludable y la incorporación de contenidos sobre alimentación y salud en la currícula escolar.
“Estamos promoviendo esta ley porque los comedores están con el doble y hasta el triple de vecinos haciendo la fila para pedir comida, pero sin mercadería. Venimos visibilizando las ollas vacías en muchos lugares sin ninguna respuesta de parte de este Gobierno. Son miles y miles los chicos y chicas que dependen de estos espacios comunitarios poder tener el único plato de comida en el día y compartirlo con sus familias”, dice Norma Morales, dirigente nacional de Barrios de Pie.
Papa, alitas de pollo y fideosEste piso de malnutrición consolidado por encima del 40% está directamente relacionado con el tipo de alimentación al que pueden acceder las familias de los barrios populares, ya sea en sus hogares o en los comedores comunitarios o escolares. Son dietas caracterizadas por platos saciadores y rendidores, con un fuerte componente de papas, alitas de pollo, fideos, arroz, harinas y productos multiprocesados como las galletitas. El resultado: ingestas altas en grasas saturadas, hidratos de carbono complejos y bajas en frutas, verduras, lácteos y carnes magras.
“En nuestros estudios venimos planteando de manera permanente la necesidad de que las dietas de los comedores comunitarios no aporten únicamente saciedad sino que sean ricas en nutrientes. Pero ahora no podemos discutir si los alimentos son buenos o no porque, directamente, no hay alimentos”, dice Lucía Bianchi, directora de la Universidad Popular, en referencia a la política del ministerio de Capital Humano de cortar la asistencia alimentaria en los comedores de las organizaciones sociales mientras que sí comenzó a celebrar convenios de asistencia con otras organizaciones como Caritas o la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la Argentina. Bianchi advierte que las altas subas inflacionarias de los últimos meses combinadas con el cese de asistencia a miles de espacios comunitarios del país agravan el panorama de manera peligrosa.
“Nuestro país ya ha tenido una escalada de casos de chicos y chicas que murieron por desnutrición en el norte del país. Eso hoy es un escenario posible con el piso de malnutrición que tenemos y la caída de las políticas alimentarias. Nos da miedo el escenario proyectado de aumento de mortalidad infantil porque hay niños y niñas que están dejando de comer”, alerta Bianchi.
Menor rendimiento escolar y problemas de memoriaUn niño que crece sin los nutrientes que necesita no podrá desplegar al máximo su potencial. Su salud integral se ve comprometida, es decir, no sólo su talla o su peso se ven afectados, sino también el desarrollo de su cerebro y del resto de sus órganos, así como su salud mental: un niño con hambre tiene mayor predisposición a sufrir desgano y apatía generalizados, ansiedad y depresión.
“Son muchos los nutrientes fundamentales para la salud cerebral, entre ellos las proteínas, el zinc, el hierro, el iodo, la vitamina A, la vitamina D, la vitamina B6, la vitamina B12, los antioxidantes y los ácidos grasos omega 3. Las proteínas presentes en carnes de todo tipo, lácteos y huevos son importantes ya que aportan aminoácidos esenciales para la síntesis de neurotransmisores”, explica la licenciada Sol Vilaró, directora del Departamento de Nutrición de Ineco.
El daño que la privación de energía y ciertos nutrientes puede ocasionar al normal desarrollo del cerebro, explica Vilaró, dependerá, en gran medida, del tiempo en que esto ocurra. “Puede afectar la estructura y función del cerebro, lo que se traduce en niños con dificultades para concentrarse, con menor rendimiento escolar, y hasta con problemas de memoria y habilidades motoras finas. Otros síntomas frecuentes son la apatía, la irritabilidad y la falta de motivación”, enumera.
Un niño que nace con bajo peso o talla no tuvo los nutrientes necesarios durante la gestación porque su mamá estaba malnutrida o desnutrida durante el embarazo. “Lo deseable es que ese bebé acceda a la lactancia materna. Pese a que será una leche con menor cantidad de nutrientes, cuenta con lo indispensable para su desarrollo”, explica Mariela Cardozo, licenciada en Nutrición, docente de la UNSAM y miembro de la Secretaría de Extensión y Vinculación de la mencionada universidad.
Cuando la lactancia se corta prematuramente, continúa Cardozo, si la familia no está en condiciones de acceder a una leche maternizada, es muy probable que ese niño o niña comience a ingerir en forma prematura leche de vaca. “Esto puede dañar tanto el sistema renal como el gastrointestinal de los bebés, que están inmaduros para digerir esta leche, lo que implica un alto riesgo de diarreas severas y deshidrataciones que podrían desencadenar la muerte en poco tiempo”, alerta.
Niños con enfermedades de adultosCardozo agrega que el déficit de nutrientes en general, pero sobre todo de proteínas que se obtienen de los lácteos, los huevos, las carnes, las legumbres, los frutos secos y los pseudo cereales como la quinoa o el amaranto también propician no sólo la talla baja sino que pueden ocasionar un tipo de desnutrición difícil de detectar porque no se evidencia con bajo peso. “Son chicos que ingieren calorías pero no nutrientes. El problema no es sólo lo que se come sino cómo se lo cocina. Como las familias no tienen gas ni horno, apelan mucho a las frituras en parrillas a leña, con aceites que se reciclan y que, con cada fritura, se vuelven de peor calidad, aumenta el valor calórico y se vuelven tóxicos para el organismo”, explica.
Lo alarmante de este cuadro, analiza, es que, de la mano de la obesidad, llegan enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, las cardiopatías, entre otras. “Cuando los niños y niñas empiezan a desarrollar enfermedades típicas de los adultos, tenemos un problema serio”, agrega.
La malnutrición en niños, niñas y adolescentes de barrios vulnerables no sólo involucra a las familias y comedores comunitarios sino que también interpela al Estado, que viene declarando la emergencia alimentaria desde 2002 y el año último la prorrogó hasta 2025. Sin embargo, la gran mayoría de las políticas de transferencia directa de alimentos que se han venido implementando involucran casi siempre productos no perecederos como fideos, arroz, polenta, aceite y legumbres, pero mucho menos frutas, verduras, lácteos o carnes.
Por otra parte, a juzgar por los índices de sobrepeso y obesidad entre los niños y niñas en edad escolar, todo indica que la alimentación de los comedores escolares está lejos de considerarse saludable.
La oportunidad que puede ofrecer la escuela“La ayuda alimentaria escolar tiene características bastante malas en términos de calidad. La oferta en el espacio escolar es una dieta que hace aumentar la propensión a la obesidad infantil”, sostiene la investigadora Ianina Tuñón, responsable del Barómetro de la Deuda Social de la UCA, que ya en 2022 estimaba que el 12,3% de las familias argentinas padecía inseguridad alimentaria severa, lo que en los hechos significa que los niños y niñas de esas familias comen menos variado, comen menos o, directamente, no comen. “Hay mucho por hacer para que esas dietas sean ejemplares y cumplan con lo que establecen las guías alimentarias”, asegura. Y no sólo se refiere a las escuelas.
“El conocimiento sobre lo que tienen que comer los chicos por edad existe. Pero las políticas van por otro carril. La escuela es una gran ventana de oportunidad para ofrecer, al menos, una buena ingesta de calidad al día”, sostiene Tuñón, quien remarca la falta de un programa universal de primera infancia con perspectiva de salud para los chicos más vulnerables ni políticas orientadas a garantizar una alimentación adecuada y procesos saludables de crianza en niños pequeños como ocurre, por ejemplo, en Chile.
“Chile tiene las cifras más bajas de desnutrición infantil en la región, aunque no así en lo que hace a la malnutrición, pero viene encarando este problema en forma seria y desde edades tempranas”, agrega la experta de la UCA.
“El programa ‘Chile crece contigo’ está orientado a la primera infancia y ataca las múltiples aristas del problema –continúa Tuñón–. Porque no se trata sólo de acceder físicamente a un alimento saludable, sino también de contar con adultos de referencia para el cuidado que sean afectivos y no estén atravesados por el estrés u otros malestares psicológicos”.
En nuestro país, en tanto, todas las políticas alimentarias que se han venido implementando todavía no logran ser lo suficientemente efectivas para revertir los altos índices de malnutrición de los niños, niñas y adolescentes que viven en los barrios más pobres. “El problema se agravó en los últimos años, pero la solución nunca puede ser cortar las bocas de expendio. Necesitamos que los chicos y chicas vuelvan a comer para, luego, discutir qué es lo que están comiendo”, reconoce Bianchi.
En Pablo Podestá, Nora sirve un generoso plato de fideos con salsa para Giovanni, su hijo de 3 años. “Encima Gio es de buen comer, así que no hay manera de dividir la porción con su hermano mayor”, dice la mujer con una mueca de lamento.
En un barrio vecino al de Nora, la voz de José se apaga cuando cuenta que en su casa, ya no sólo el y su mujer se saltean comidas, sino también sus cinco hijos. El más chico, de un año y medio, hace un tiempo quedó internado por broncoespasmo. “Los médicos nos dijeron que estaba desnutrido”, explica con cara incrédula. “Yo no lo podía creer –continúa– porque estaba gordito”.