Blanca Luz Brum. Una vida vertiginosa marcada por el arte y la historia
A los 17 años se escapó del colegio de monjas donde estaba recluida como pupila. No soportaba esa atmósfera monacal y menos un destino para vestir santos. Se enamora perdidamente del poeta perua...
A los 17 años se escapó del colegio de monjas donde estaba recluida como pupila. No soportaba esa atmósfera monacal y menos un destino para vestir santos. Se enamora perdidamente del poeta peruano Juan Parra del Riego, que rondaba los treinta, con quien tuvo su primer hijo, Eduardo. La leyenda señala que fue raptada por el poeta quien escapó con Blanca en una motocicleta. Cierta o no, la vida de Blanca Luz Brum cambia abruptamente cuando a los pocos años y apenas seis días del nacimiento de su hijo, Juan muere de tuberculosis. La joven viuda de 21 años deja Uruguay y decide viajar a Perú para refugiarse en la casa de sus suegros, una acomodada familia del patriciado limeño.
Así comienza la fantástica travesía de una uruguaya insolente, de radiante belleza, piernas esbeltas y perturbadores ojos verdes, decidida a romper los moldes de una sociedad patriarcal. Había nacido en Pan de Azúcar, Uruguay el 31 de mayo de 1906. Su madre murió cuando Blanca era una niña, su padre nunca le brindó mayor interés y sus tías decidieron que un convento era el mejor remedio para esta chiquilla difícil e indócil.” Nací oyendo hablar mal de los curas, entre vellones de ovejas y libras esterlinas guardadas en buches de avestruz, entre ombúes y rayos, entre parientes que se odiaban, entre matreros y esquiladores, entre negras y peones, entre cielo y campo”, narró años después en su libro Contra la corriente.
Amada y odiada por igual, Blanca Luz fue una mujer “fuera de su tiempo” como la calificó Pablo Zubizarreta el director de un documental sobre su vida: “No viajaré escondida”. Y realmente no viajó escondida, fue una agitadora social, escritora, pintora, periodista, amante, que pasó de adherir al indigenismo marxista de Carlos Mariátegui a terminar sus días viviendo en la isla Robinson Crusoe, durante la dictadura de Augusto Pinochet.
Escribió cientos de artículos periodísticos, poesías y ocho novelas. Pero pasaría a la historia por haber sido protagonista clave de hechos históricos, y por un magnetismo que provocaba pasiones ardientes y enconos profundos. Esa sociedad misógina de comienzos del siglo XX no soportaba a una mujer que “quería elegir cómo vivir”, en lugar de resignarse a un rol social predeterminado.
Durante su estancia en Perú Blanca se deslumbra con las ideas de José Carlos Mariátegui. Colabora en la revista Amauta, creada por el teórico marxista, y allí escribe sus primeras poesías de fuerte contenido social. Se convierte en una defensora radical de todos los movimientos insurrectos de izquierda en América Latina. El filósofo peruano la estimulaba a escribir y se asombraba de esta personalidad idealista, “admiro tu panteísmo”, le confiesa. Para Blanca su destino sería en adelante “poner el arte al servicio de la revolución”. Abandona Amauta para fundar su propio medio “Guerrilla-Atalaya de la Revolución”. Como no podía faltar, también tuvo su amorío peruano. Con el joven César Miró Quesada, la oveja negra de la familia dueña del influyente diario El Comercio.
Entre las decenas de anécdotas que se cuentan sobre esos años de Blanca, se menciona su paso por Buenos Aires en 1928, intentando agredir al presidente de Estados Unidos, Herbert Hoover, quien estaba de visita en la capital argentina. Dicen que le pegó con un ramo de flores, al grito de ¡Viva Nicaragua¡ ¡Viva Sandino¡, el líder guerrillero nicaragüense que enfrentó la invasión norteamericana. Como era de suponer, al volver al Perú, el gobierno la expulsó del país y decidió instalarse en Chile. Llega a Valparaíso, seguida por César su joven amante, tres años menor, de quien aparentemente se habría casado por poder. A pesar de su pasión por Blanca y su fortuna, es abandonado y queda literalmente “destrozado”.
A fines de la década del veinte, Blanca instalada nuevamente en Montevideo, se suma a la sección literaria del diario Justicia. La cosa es que la pandeanzuquense con su belleza, sus cabellos negros al viento, no encajaba con la conservadora burguesía montevideana, donde las jóvenes lucían melenas cortas y vestían como niñas.
A poco tiempo decide participar del Congreso Sindical que celebra el quinto aniversario de la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Allí conoce a la famosa pareja mexicana de Diego Rivera y Frida Khalo y al muralista que los acompañaba: David Alfaro Siqueiros. “El encuentro de Blanca y Siqueiros fue el choque de dos astros salidos de su curso. Un amor fuerte y doloroso”, afirma en su excelente trabajo sobre Brum, la escritora uruguaya Graciela Sapriza.
“Tú te vienes conmigo”, le descargó Siqueiros y ella se fue con él. El famoso muralista estaba casado, pero le promete divorciarse, porque era la mujer “que había estado esperando toda la vida”. Viven en DF, conforman un grupo de artistas de simpatías comunistas, junto a Diego Rivera, Frida Khalo, José Clemente Orozco, Xavier Guerrero y Fermín Revueltas, entre otros. Son conspiradores, descreen de la democracia capitalista y en la “monarquía del PRI” el partido que se había adueñado del Estado desde los tiempos de la revolución. Pero no pueden huir de la ola represiva que siguió al asesinato del presidente Obregón. Blanca y su hijo son encarcelados pero los liberan al poco tiempo en cambio Siqueiros pasa medio año entre rejas.
Pareja tempestuosa
El gobierno mexicano los exilia a una aldea remota, Taxco, período durante el cual dio a luz a un bebé que muere al poco tiempo. En esa “Jaula sin rejas” como adjetiva Siqueiros al poblado, transcurren cinco aburridos años. Finalmente, ambos son expulsados no solo de México, sino también del partido comunista, Blanca por “sandinista” y Siqueiros por “informante contrarrevolucionario”.
Finalizado el forzado exilio, viajan a California y luego a Nueva York donde una muestra del artista atrae a más de 60.000 personas. Aclamado y odiado Siqueiros, le debe a Blanca que aflojara su militancia socialista y dedique más tiempo a su arte. No obstante, se llevan mal, muy mal, son una pareja tempestuosa. ÉL no soporta su independencia y ella no soporta su machismo infantil.
En 1933 de visita en Montevideo, Siqueiros es invitado a Buenos Aires a dar una serie de conferencias. Su nombre era bien conocido en la capital porteña, y contaba con un grupo de seguidores como los escritores Carlos Mastronardi , Oliverio Girondo, Victoria Ocampo, Alfonsina Storni y plásticos famosos como Xul Solar y Emilio Pettorutti. Seducido por su aura, Natalio Botana, director entonces del diario más popular del país, Crítica, lo invita a que pinte un mural en su casa de recreo “Los Granados” en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires. Botana era un editor ambicioso e influyente uno de esos “millonarios que sólo la Argentina y los Estados Unidos pueden producir”, en palabras de Pablo Neruda.
Blanca que llegaría poco tiempo después a Buenos Aires se instala con Siqueiros en “Los Granados”. Si bien la relación estaba quebrada por el mal carácter y los arranques violentos de Siqueiros, constituían formalmente un matrimonio. Pero eso no fue obstáculo para que Blanca y Natalio Botana vivieran un apasionado romance en las habitaciones del editor, mientras que el mexicano desplegaba su obra en el sótano. (la película El Mural de Héctor Olivera describe con destreza estética esta parte de la historia de Blanca).
Ejercicio plástico es un mural sensual que Siqueiros lo realiza arrobado por Blanca Luz. Esta obra es considera un punto culminante del arte latinoamericano y hoy se expone en el Museo del Bicentenario, al lado de la Casa Rosada. Siqueiros contó con la colaboración de tres jóvenes prometedores: Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino, y del escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro, grupo que se denominó “Equipo Poligráfico Ejecutor”. Subrayan los expertos que es una de las pocas obras del mexicano que no tiene un contenido social, fue pensada para que Botana y sus amigos se sintieran como dentro de una caja de cristal en el mar, con figuras en movimiento, aunque esa figura desnuda de mujer no es otra que Blanca Luz.
La obra porteña le permitió a Siqueiros salir de su asfixiante situación económica. Pero también implicó su separación de Blanca Luz que no sólo encandiló al magnate de la prensa argentina, sino también a varios de sus relumbrados visitantes, como Vicente Huidobro, Volodia Teitelboim, Pablo Neruda y Federico García Lorca. Neruda hizo lo imposible por intimar con la poeta uruguaya, sin conseguirlo. Aunque en sus memorias asegura haber intimado con esa “poetisa alta, rubia y vaporosa”(…) “que dirigía sus ojos verdes hacia mí”. Agrega que Federico García Lorca hizo de celestino para resguardar la privacidad de la pareja, que se cayó de las escaleras y tuvo una cojera durante quince días.
Todo indica que el poeta chileno mintió o estaba lo suficientemente borracho para haber imaginado la historia. Ni Blanca por entonces era rubia, ni vaporosa, aunque sí tenía unos profundos ojos verdes. “Esa aventura erótico-cósmica”, nunca existió. Otro que cayó en el embrujo fue Raúl González Tuñon: “Yo quisiera arrojar una bomba/ derrocar un gobierno/ hacer una revolución con mis manos amigas de la luz de la caricia/ destruir todas las tiendas de los burgueses / todas las academias del mundo/ y hacerme un cinturón bravío de rutas inverosímiles/ como Alain Gerbault/ para que venga Blanca Luz y me ame”, escribió el volcánico poeta argentino.
Blanca estaba viviendo una aventura fogosa, pero era con su compatriota, el magnate millonario. Botana, estaba decididamente loco por Blanca. Era algo desconocido para el famoso periodista, una mujer fascinante, libre, intensamente erótica. Fue tal la obsesión al punto de abandonar a su esposa la millonaria y dramaturga Salvadora Medina Onrubia, y nada le importan los chismes y críticas de sus amigos. La cuestión que Blanca suma una enemiga más a la larga lista de mujeres despechadas que cosecharía a lo largo de su vida. Empezaron a correr todo tipo de chismes sobre ella. La misma Frida Khalo envidiaba a la musa oriental. La crucificaron por su vida “promiscua”: “No es más que el colchón de américa”. Decían maldicientes.
Ni el affaire Botana, ni el matrimonio con Siqueiros tuvieron final feliz. El muralista mexicano se ve obligado a dejar la Argentina cuando después de adherir a una huelga es expulsado del país. Sigue un tiempo más con Botana y si bien era una relación sin destino, la enfurecía la catarata de críticas que recibieron durante años: “es atroz, es canalla que sórdidos enemigos me ataquen por ese instante de mi vida del que no me arrepiento. Absurdo es que para desprestigiarlo y desprestigiarme le hayan llamado burgués, bandido y Al Capone. Yo lo recuerdo como a un Emperador”, evocaba.
Junto al coronel
Su corazón gitano esta vez la llevó a Chile siguiendo a un ingeniero y empresario trasandino, Jorge Béeche. Quien llegó a ser diputado por el Frente Popular. La pareja duró tres años y tuvo a su hija María Eugenia. Pero esa vida burguesa no era para ella. Empezó a trabajar para la campaña presidencial de Juan Antonio Ríos, un político radical chileno, pero no era lo que estaba buscando.
Sin muchas explicaciones y con varios contactos en Buenos Aires, vuelve a la Argentina y se suma al flamante movimiento que lideraba el coronel Juan Domingo Perón. Sobre esta etapa han corrido varias versiones. Que fue la directora de prensa de la Secretaría de Trabajo y Previsión y que fue quien aceitó los contactos con los gremios. Esto es cierto. Que desde su programa en Radio Splendid: “Argentina de pie” arengaba a los trabajadores para apoyar al “coronel del pueblo”. Que fue quien organizó el festival del Luna Park para recaudar fondos destinados a paliar las desastrosas consecuencias del terremoto en San Juan, donde Perón conoce a Evita. Que el slogan “Braden o Perón” fue una ingeniosa frase creada por ella para confrontar al ambicioso coronel con el Embajador de Estados Unidos. Según el historiador Horacio Tarcus, fue una de las principales organizadoras del 17 de octubre, junto a Cipriano Reyes. Que Perón también cayó bajo su seducción.
En su libro Las mujeres de Perón, Araceli Bellota refiere que cuando Perón regresaba de prestar juramento como presidente en el Congreso, Blanca seguía la escena desde un balcón del diario Democracia, sobre la avenida de Mayo. Detrás del coche presidencial marchaba otro auto en el que viajaba Evita. Asegura Bellota que Blanca Luz masculló con cierta amargura: “Allí debí estar yo”. Pero la historia siguió otro curso. Todo terminó abruptamente cuando Evita en un arranque de celos le exigió que dejara en el país en menos de 48 horas. (Se dice que cuando Perón regresa definitivamente a la Argentina, tiene un encuentro de dos horas con Blanca Luz en el Hotel Castelar de avenida de Mayo).
En una isla remota
Decide volver a Chile y vuelve a casarse, esta vez con el gerente de la compañía aérea Panagra, Carlos Brunson. En 1949, dos años después del casamiento nace otro hijo Nils Alarik. Cuando todo parecía encaminarse una tragedia le sorprende. En 1952, su hijo mayor Eduardo Parra Brum, de 26 años muere durante una visita a Lima en un accidente automovilístico.
Un año más tarde publica un trabajo dedicado a la memoria de Eduardo, sobre la vida la vida del barón de Rodt, responsable de la colonización de la isla Juan Fernández. Un archipiélago a 700 kilómetros de la costa chilena. El último Robinson, lo titula, recordando la famosa obra de Daniel Defoe. Blanca se enamora de esas islas remotas y poco habitadas.
Sin embargo, sigue haciendo de las suyas. No digirió bien la caída de Perón en septiembre de 1955. Dos años más tarde, celebra la famosa fuga del penal de Ushuaia, de los dirigentes peronistas Jorge Antonio, Héctor Cámpora, Guillermo Patricio Kelly, John William Cooke, José Espejo y Pedro Gomis. Del grupo sólo es detenido Kelly sobre quien pesaba un pedido de extradición del Gobierno de Aramburu. Blanca no se queda de brazos cruzados y no duda en apoyar a escapar al nacionalista y líder de la Alianza Libertadora Nacionalista que estaba detenido por la Justicia chilena. La historia que relata en forma magistral Gabriel García Márquez, dice que Blanca acompañada por un amigo visita a Kelly durante varias semanas. Cuando los guardiacárceles ya se habían acostumbrado a las periódicas visitas de la belleza uruguaya, ahora rubia, comienzan a relajar los controles, y Blanca no pierde la oportunidad. Le va llevando subrepticiamente ropa femenina y Kelly, vestido de mujer, escapa de la prisión. La leyenda asegura que antes de abandonar Chile y pasar por Bolivia para arribar a Caracas, Kelly visita a la ahora detenida Blanca Luz, esta vez él disfrazado de sacerdote.
En una entrevista a la revista brasileña O Cruzeiro así lo relata Blanca Luz: “Eran exactamente las 8 de la noche del 28 de septiembre de 1957, cuando me dirigía hacia la celda de Kelly. Veo a Guillermo descendiendo por la escalerita de su celda. Venía envuelto en un elegante tapado de Persia de terciopelo negro, mi precioso abrigo recién traído desde Nueva York. Un pañuelo grande de seda floreada cubría toda su cabeza, sobre sus hombros flotaban rizos rubios. Unas gafas negras y guantes de gamuza cubriendo sus manos. Zapatos bajos oscuros. De su mano, pendía una pequeña cartera donde cabía algo más, que un lápiz labial. En la otra mano un bolso mediano de papel de un color fuerte para distraer la mirada de los guardias. Su paso no podía ser más medido y sereno. No diré que descendía majestuosamente, la ocasión no era propicia. Pero puedo asegurar que sonreía mientras se acercaba a la primera puerta donde desembocaba su celda”.
Si tuvo también un affaire con Kelly ya nadie podrá comprobarlo. El episodio desemboca con el divorcio con Carlos Brunson, como era de imaginar. Ya en libertad, Blanca Luz toma una decisión increíble: ir a vivir la última etapa de su vida en la remota isla de Robinson, de la que se había enamorado años atrás. Otra desgracia ensombrece su vida: su hijo Nils Brunson también muere en otro accidente de autos. Blanca se refugia en ese perdido paraje con la única compañía de su hija María Eugenia. No obstante, sigue escribiendo, pintando, restaurando casonas y paseando desnuda por la selva isleña. De tanto en tanto, recibe a los curiosos que van a visitarla. “Todo aquí es milenario, como los restos de los primeros días del mundo”. Pero ya no es la misma. De aquellos ideales socialistas no queda nada. Todo lo contrario.
Primero apoya la candidatura del demócrata cristiano Eduardo Frei, pero no es lo suficientemente duro con la izquierda. Blanca pasa del marxismo indigenista a la derecha más recalcitrante. Incluso entra en pánico cuando Salvador Allende ganas las elecciones presidenciales. Celebra el alzamiento de Pinochet y el dictador chileno incluso la condecora por su pensamiento y compromiso político. Se convierte en una admiradora del régimen, al punto de llegar a declarar que “no hay escritores desaparecidos en Chile”, cuando un año antes de morir una periodista le consulta sobre las versiones de asesinatos y torturas que denuncian los exiliados chilenos.
Curiosa cabriola de la vida. Era una sombra de la rebelde muchacha que desafió a su tiempo. “Tendría que haber muerto mucho antes”, llega a decir. No es justo ni fácil juzgar a una mujer que vivió en forma tan intensa, que desbordaba erotismo, que tuvo el coraje de decir lo que pensaba y vivir cómo quería.
El 7 de agosto 1985 a los ochenta años, muere Blanca Luz Brum, en la isla que eligió como para transitar sus últimos años. Graciela Sapriza la describe en estos términos: “una mujer carnal que celebraba la gloria de los sentidos sólo podía escandalizar o cautivar. No caben dudas de que se sentía profundamente libre, aunque fue cautivada, a su vez, por la mirada de los otros”. En la actualidad sigue siendo una ilustre desconocida para la gran mayoría de las personas. Fue un personaje extraordinario, una feminista que nunca aceptó esa calificación. Amada y odiada con igual intensidad. Eligió su destino. Para muchos todavía hoy, resulta una elección imperdonable.