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Basado en hechos reales

“Acá vamos de nuevo”, piensa la bailarina del Teatro Colón cuando recibe mi mensaje preguntando si ya vio la nueva película que acaba de edificar un piso más sobre el estereotipo dramático...

“Acá vamos de nuevo”, piensa la bailarina del Teatro Colón cuando recibe mi mensaje preguntando si ya vio la nueva película que acaba de edificar un piso más sobre el estereotipo dramático y masoquista con el que la ficción suele mostrar el mundo de la danza. ¿Cuánto distorsiona este espejo que pretende reflejar lo que no se ve? ¿Por qué la literatura y las series eligen seguir hundiendo el cuchillo en sufrientes e insanos lugares comunes como si no existieran en el ballet nada más que rivalidades cegadoras, abusos de todo tipo y desbordes psicológicos? “Si bien es un ambiente competitivo, sobre todo con uno mismo, no es cruel como se muestra –responde–. Una compañía es una gran familia donde cada uno tiene sus metas y ambiciones, como en cualquier trabajo, pero hay mucha camaradería”.

Joika, una americana en el Bolshoi (disponible en Max) resulta otro Cisne negro: usa ingredientes igual de cruentos para contar la experiencia de Joy Womack, la primera estadounidense graduada en la academia rusa que obtiene un contrato. Como está “basada en hechos reales”, cualquiera podría pensar que el film confirma quince años más tarde el thriller psicológico con Natalie Portman que tanto enojo sembró en el ambiente por aquello del estigma. De Flesh and Bones a Tiny Pretty Things (“delicadas y crueles”), mucha agua oscura corrió bajo este mismo puente. Ahora de nuevo alguien viene a poner vidrios rotos en una zapatilla de baile ajena. “He pagado derecho de piso, pero esa maldad, nunca”, me dice una argentina que baila en el exterior sobre estas conductas extremas que en la pantalla usan como turning point.

Las cosas pueden resultar igualmente sangrientas; los personajes, despiadados, y las circunstancias, extremas, pero infinitamente más verosímiles, si se sintoniza el tono apropiado. La primera novela de Ernesto Chacón Oribe, La danza de los invisibles (publicada por 2da en papel), parte de la siguiente escena: una bailarina cae de cara al suelo durante un ensayo y se rompe el tabique nasal. Nadie sabe bien cómo proceder: piden una ambulancia, pero cuando el médico de emergencias, que no quiere atenderla, pregunta cuál es su ART, todos se miran. “¿Qué es una ART?”. La realidad supera la ficción en un drama que incluye escenas de amor y de pérdida, inseguridades y convicciones; también hay peleas, mentiras, abusos y desbordes. ¿Qué está esperando Netflix?

En un extremo, el libro recrea la temporada de 2007, cuando un tercio del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín se queda sin contrato (sin trabajo) tras un año de reclamos por mejores condiciones laborales (se pueden cotejar aquellos avatares en el archivo de LA NACION). En el otro extremo, la creación de una Compañía Nacional de Danza Contemporánea llega como efecto sustancial de aquel porrazo que despabiló a un grupo de jóvenes que hoy ya pasaron los cuarenta.

Ernesto y Bettina, como Pablo, Victoria y tantos más, llevan sus nombres reales; otros personajes condensan más de una musa literaria y por eso aparecen bajo seudónimo. Hay “villanos” a los que directamente no les dan un nombre. “Mi idea no es escrachar a nadie”, reconoce el autor el día de la presentación en una gráfica de Chacarita, un ámbito que nos recuerda que sigue en cartel Imprenteros. Me compro una tarjeta amarilla calada a mano con la leyenda “Si no puedo bailar no quiero ser parte de la revolución”, de la anarquista y escritora lituana Emma Goldman. Entre el público, están solo algunos de “los buenos”.

Lamenté como quien ve errar un tiro al final del partido que el libro cayera en la tentación de colocar una Gillette en una zapatilla ajena. “No iba a aparecer –admite Ernesto–, pero me tomé el atrevimiento de citar novelas y cuentos ambientados en el mundo de la danza argentina, y ese es uno. Pensando en ese hecho, en el capítulo siguiente menciono que eso es algo viejo, que viene del pasado. Las ficciones sobre bailarines son muy individualistas: toman a un personaje, lo llenan de problemas y siempre la solución es individual. Lo que yo traté de contar es la historia es de un colectivo que busca una solución colectiva. Menciono el estigma y trato de darle una vuelta de tuerca. Como diciendo: podemos cambiar esto”. Me convenció.

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Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/basado-en-hechos-reales-nid11062024/

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