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Agosto de barro y postergaciones

Cuando termine de escribir y editar este texto voy a tener que arremangarme y meter las manos en el barro. En serio.Con todo, lo peor ya pasó. Este fin de semana, como cada agosto en años ...

Cuando termine de escribir y editar este texto voy a tener que arremangarme y meter las manos en el barro. En serio.

Con todo, lo peor ya pasó. Este fin de semana, como cada agosto en años pares, tocó limpiar los estanques de lotos. Aquí, por razones que van desde el costo hasta el tiempo libre de que dispongo, son dos macetones de 40 cm de altura y 60 cm de diámetro. Es el mínimo vital y móvil para que cuando los lotos se despabilen, en noviembre, el espectáculo sea de verdad deslumbrante. Ni qué decir cuando esta planta acuática milenaria y sagrada florezca.

Pero en agosto hay que arremangarse y meter las manos en el barro. Esa pureza de la mente y del cuerpo, una de las muchas lecturas que le dan a los lotos, se alimenta del lodo pestilente en el que hunde sus raíces. El hinduismo ve en sus flores imposiblemente hermosas y a la vez efímeras (duran tres días, con suerte) nuestra capacidad de elevarnos por sobre las aguas turbias. ¿Mencioné el barro? A eso vamos.

Uno, no lo negaré, se siente honrado cuando los visitantes halagan estas plantas extrañas, magníficas y enormes, de flores preternaturales que están mucho, pero mucho más allá de lo que alguna vez han visto en otros jardines. Pero en agosto toca hacer el trabajo sucio. Significaciones culturales, religiosas y místicas aparte, creo que hay en esto una verdadera enseñanza; una que no deberíamos olvidar.

La enorme maceta, llena de barro hasta más o menos 10 o 12 centímetros del borde, debe vaciarse por completo para rebuscar en el lodo y extraer los rizomas que estén en buenas condiciones. Son los que vuelven a plantarse, una vez reemplazada casi toda la tierra. El loto es un adicto al trabajo, créanme, y es de esos que no dicen nada. Silenciosamente, durante el verano, ese par de rizomas que nos sonaban a poco en agosto, se han multiplicado sin moderación; por eso es menester despejar regularmente la maceta. Lo hago en los años pares.

Pero tuvimos una pandemia. Mis lotos fueron otro síntoma de esos años negros. Este fin de semana, cuando volqué las macetas para vaciarlas, habían pasado no dos, sino cinco años sin que hiciera limpieza. Así que entre el barro compacto, la maraña de raíces gruesas como dedos y los rizomas de varios colores y en diversos estados de salud, trabajé durante tres horas para recuperar los que hoy, cuando termine este manuscrito, plantaré cuidadosamente en las macetas, ahora con tierra renovada y un agua que, con los días, ha ido poniéndose transparente.

Incluso con guantes, es imposible no lastimarse las manos; ninguna buena idea, cuando tenés lodo hasta los hombros. Normalmente termino con alguna infección. Nada grave. Duele, pero sana. Otra lección.

Enseñanzas varias. La primera es que no debí dejar pasar tanto tiempo. Hay asuntos que no admiten postergación. Se los dice un postergador serial. Cierto, la palabra no existe en español, pero no me pidan que emplee “procrastinar”, que etimológicamente significa dejar para el día siguiente (crastinus, en latín). Acá estoy hablando de meses, de años. El amor no admite aplazamientos. Y tampoco los lotos.

La segunda, no me parece que haya modo de obtener excelencia sin embarrarse hasta las pestañas, trabajar hasta que la cintura y los brazos te mandan una carta documento, hasta sangrar, propiamente, y sin someterse a ese olor fétido que se te pega a la nariz y seguís sintiéndolo durante días. Es la parte que tendemos a no ver –ignoro por qué– de los grandes artistas, de los deportistas extraordinarios, de los padres abnegados, de los científicos que nos revelan un cosmos y, por supuesto, del callado jardinero.

Hoy, con las manos todavía un poco estropeadas, seleccionaré los mejores rizomas, cavaré un surco poco profundo y los plantaré con cuidado. Luego, y esto también es una lección eterna, tendré paciencia. Hasta que los nuevos lotos broten enérgicos y esperanzados.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/agosto-de-barro-y-postergaciones-nid14082024/

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