Adictos crónicos desde los 12 años: la red que jamás cierra sus puertas y hace malabares para atender el aumento del consumo en Rosario
–Lo que tenemos no alcanza.El padre Fabián Belay es categórico al decir que nada es suficiente para dar respuesta a la demanda de tratamiento por adicciones que hay hoy en Rosario. Mucho...
–Lo que tenemos no alcanza.
El padre Fabián Belay es categórico al decir que nada es suficiente para dar respuesta a la demanda de tratamiento por adicciones que hay hoy en Rosario. Muchos hablan de Fabián como “el padre Pepe de Rosario”, comparando su trabajo con la del sacerdote José María “Pepe” Di Paola, conocido por su cruzada contra el narcotráfico en barrios populares de todo el país.
Fabián coordina 10 espacios terapéuticos en esa ciudad. Son parte de lo que llaman la Familia Grande del Hogar de Cristo, una red de más de 200 dispositivos de contención y tratamiento de las adicciones en todo el país que nació bajo el ala de la Iglesia Católica.
Más de una vez, alguno de estos centros quedó en medio de enfrentamientos de grupos narcos. “La violencia y las balaceras no eran hacia los centros, pero los espacios quedaron en el medio”, explica, y dice que, así y todo, los dispositivos nunca cerraron sus puertas. “Tenemos que asegurar nuestro lugar en la comunidad todos los días, cuidar esa trinchera para que los jóvenes tengan otras alternativas y la droga no sea la única salida”, agrega.
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“Vemos niños atravesados por la droga”En los 14 años que viene transitando este camino en Rosario, Fabián ha conocido infinidad de historias duras que le fueron curtiendo la mirada. Sin embargo, necesita hacer una pausa y respirar profundo cuando habla de los niños y adolescentes que quedaron atrapados en el flagelo del consumo, a veces porque la droga circulaba entre sus mayores y otras, porque fueron captados por las redes narco.
Recuerda, entre tantos casos, el de un niño de 12 años que llevaba dos años consumiendo y se había convertido en un adicto crónico como su mamá.
“Ver el rostro de los niños atravesados por la droga es desgarrador. Uno sabe que esa criatura va a quedar, seguramente con alguna discapacidad cognitiva o motriz y no va a tener futuro. Es ver en ellos un presente sin futuro”, se lamenta. Y agrega que lo que más corre entre los niños, adolescentes y jóvenes es la mezcla de pasta base con marihuana.
“Estamos viendo con la Secretaría de Niñez y Adolescencia de la ciudad cómo acompañar a los niños, niñas y adolescentes atravesados por los consumos porque, hasta el momento, Rosario no cuenta con espacios para esta población”, explica.
La red de centros que el padre Fabián coordina se ocupa de la parte probablemente menos contada en del drama del narcotráfico en Rosario: los adictos. De todo el proceso que implica rescatar a alguien del consumo, el sacerdote dice que sacarle la droga es la parte menos difícil. “El desafío es que, quien dejó el consumo, encuentre una comunidad, una familia en donde se pueda sentir alojado y lo acompañe, para así evitar las recaídas”, reflexiona.
Para apuntalar esos desafíos, la Comunidad Padre Misericordioso, como se llama el paraguas que contiene a todos los centros de la ciudad, también acompaña a quienes buscan tratamiento en la revinculación con sus familias, en la finalización de sus estudios, en la capacitación en oficios y el servicio hacia los demás dentro de los dispositivos, entre otros aspectos.
“Pude haber terminado preso o muerto”Martín es una de esas personas que hoy está acompañando a personas en consumo así como alguna vez lo acompañaron a él. Tenía 15 años cuando probó marihuana por primera vez, un poco por experimentación y otro poco para evadirse.
El consumo arrancó esporádico hasta que, dice, el cuerpo empezó a pedirle más. Entonces cambió a su grupo de amigos de siempre por la mala junta del barrio de clase media baja en el que había nacido. Tenía 17 años cuando conoció la cocaína. Le llevó más de 10 años dejar de consumirla.
En su diálogo con LA NACION, Martín se esfuerza en aclarar que en su casa no circulaba la droga. “A mí, de chico, no me había faltado nada. Mis papás habían trabajado siempre, hasta que mi papá perdió el trabajo en 2001, cayó en depresión y se volvió alcohólico”, explica. “Yo tenía tres hermanos más chicos, uno recién nacido. Alguien tenía que hacerse cargo económicamente de todo. Y me había tocado a mí”, agrega con resignación.
Al principio, cuenta, la plata para comprar sustancias la conseguía trabajando. En lugar de trabajar ocho horas, trabajaba 14. “Con el tiempo, y después de haber pasado un período limpio, la adicción volvió más fuerte y no había trabajo que alcanzara, así que empecé a delinquir”, reconoce el hombre, que hoy tiene 33 años y se refugia en un nombre falso para hablar con mayor tranquilidad.
En esa faceta oscura de su vida, llegó a vincularse con redes de narcomenudeo. “Me he movido por donde se movían los capos narcos, pero tuve la lucidez para saber que tenía que salir de ahí para no terminar preso o muerto”, reconoce.
A Martín le pesan los recuerdos acerca de lo bajo que llegó cegado por las ansias de consumir cada vez más. “Hice cosas que jamás me hubiera imaginado, como entrar a robar a un local con un arma, arrebatar carteras, celulares…”, relata. A los 27, quedó en situación de calle. “Pasé cosas horribles: frío, hambre, estar días sin bañarme… Lo peor era la mirada de la gente. El desprecio”, continúa.
Tenía hambre y llevaba días sin bañarse hasta que alguien que, como él, dormía en la calle lo acompañó a una de las sedes de la Comunidad Padre Misericordioso. “Ahí comí, me bañé, me dieron ropa y me abrazaron. Nadie me juzgó”, recuerda con voz emocionada.
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Llevaría, sin embargo, un año más hasta que Martín pudiera abrazar el camino de la recuperación. “Ahora veo la vida de manera diferente. Antes, mi manera de mirarla era trágica y triste. Sentía que nada tenía sentido. Poder acompañar a otros en el camino de la recuperación le dio sentido a todo”, reconoce.
El entramado de espacios que lidera el sacerdote en Rosario y zonas aledañas suma siete centros ambulatorios mixtos (cinco en barrios populares) y tres granjas de internación, una de las cuales recibe pacientes con problemas de consumo y de salud mental. En total, asisten a 500 personas en espacios ambulatorios y a 110 en las granjas.
“Estamos haciendo un esfuerzo grande para poder contar en todos los espacios con un equipo interdisciplinario compuesto por psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales. También nos nutrimos mucho de la labor de nuestros voluntarios y tratamos de tejer lazos con nuestra comunidad”, enumera.
El padre Fabián sabe que, en la guerra contra el narco, contar con espacios de tratamiento que acompañen la reinserción social son cruciales. “Cuando te llega una vida pidiendo tratarse y no tenés lugar, no podés dejarla en lista de espera. Ahí articulamos con otros espacios de la provincia o con otros hogares de Cristo de otras provincias”, explica.
Cada vez que al sacerdote le hacen la comparación de la situación de Rosario con el conurbano, él dice lo mismo: “Lo que está salvando al conurbano de no ser como Rosario es la nutrida red de espacios de tratamiento y contención social que tiene. Aquí, en nuestra ciudad, está muy debilitado el entramado social, como los clubes de barrio, por ejemplo. Esa red es muy endémica acá”, se lamenta.
Fabián tiene la esperanza puesta en las mesas de trabajo que comenzaron a realizarse en la ciudad entre organizaciones sociales, empresarios, instituciones religiosas y legisladores provinciales y nacionales con miras a fortalecer, justamente, esa red. “Nadie se salva solo. Y solo, nadie salva a otro”, concluye el sacerdote “Se necesita de toda una comunidad para acompañar procesos de salvación.”
Más información:La última Encuesta Nacional sobre Consumos y Prácticas de Cuidado fue difundida en agosto pasado y expuso un nuevo diagnóstico:
El 5,1% de las personas de entre 16 y 49 años consumió cocaína alguna vez.La edad promedio de inicio en el consumo de marihuana es a los 19,8 y de cocaína es a los 21.El 22% de los jóvenes de entre 16 y 24 años consumió marihuana en el último año, apenas un 0,1% por debajo del rango de edad que va entre los 25 y los 34 años.El 60,8% de las personas que consumieron marihuana la combinaron con alcohol.Dónde pedir ayudaPara conocer más y colaborar con la Comunidad Padre Misericordioso hacé click acáPara informarte sobre más lugares donde pedir ayuda, a qué señales hay que estar aletas y cómo acompañar a un familiar, podés navegar la guía de LA NACIÓN sobre adicciones.