“En tres minutos, todos mueren”. Lograron escapar de Auschwitz para contarle al mundo antes que nadie los horrores que se vivían allí
Ubicado en territorio polaco, Auschwitz fue el campo de concentración y exterminio más grande de todos los que montaron los nazis en sus dominios durante la Segunda Guerra Mundial. Allí fueron a...
Ubicado en territorio polaco, Auschwitz fue el campo de concentración y exterminio más grande de todos los que montaron los nazis en sus dominios durante la Segunda Guerra Mundial. Allí fueron asesinados más de un millón de personas, la enorme mayoría, judíos. Todos en un período que va entre 1940 y el 27 de enero de 1945, hace exactamente 80 años, cuando el lugar fue liberado por las tropas soviéticas.
A partir de la liberación de Auschwitz, quedaría expuesta toda la crueldad que habían desplegado los alemanes para llevar adelante su maquinaria de muertes masivas. Sin embargo, poco tiempo antes, en abril de 1944, hubo dos prisioneros de ese campo de concentración lograron escapar para emprender la valiente tarea de contarle al mundo lo que estaba pasando en ese macabro complejo. Se trata de Rodolf Vrba y Alfred Wetzler, dos judíos eslovacos de 19 y 25 años que denunciaron el horror en un documento que pasaría a la historia como “El informe Vrba-Wetzler”.
Rudi Vrba (su nombre original era Walter Rosenberg) y Fred Wetzler habían nacido en Trnava, Eslovaquia, y ambos habían sido conducidos a Auschwitz en junio de 1942. Alineado con los alemanes, el estado eslovaco fue el primero que deportó voluntariamente a su comunidad judía. De allí hasta su fuga, estos dos jóvenes fueron testigos de lo que pasaba dentro de ese centro mortal.
Plan de fugaVrba trabajó en la oficina donde se clasificaban zapatos, ropa y otras pertenencias de los judíos asesinados. Y también estuvo en la llegada de los prisioneros al campo de concentración, donde observó cómo eran maltratados los recién arribados y cómo la mayoría de ellos eran destinados a la cámara de gas. Wetzler, en tanto, tuvo que trabajar en una de las morgues del complejo.
En 1943, Vrba llegó a ser uno de los encargados de llevar el registro de los prisioneros de Auschwitz. En ese puesto, con su cercanía a los agentes de la SS, pudo enterarse de algo que lo llevó a pensar en la fuga: los oficiales nazis hablaban de que pronto empezarían a llegar a Auschwitz integrantes de la comunidad judía de Hungría, el último país invadido por los alemanes, en marzo de 1944. Era necesario dar aviso para evitar las masivas deportaciones que se aproximaban.
Es así cómo los dos compatriotas comenzaron a idear un plan de escape. Concluyeron que la opción para la fuga era esconderse dentro de una pila de tablas de madera, amontonadas para una futura construcción en un sector del complejo Auschwitz II-Birkenau que se conocía como Meksyk (México).
Tres días escondidosEl 7 de abril de 1944, luego del almuerzo, Vrba y Wetzler se escondieron entre las maderas. Otros dos detenidos, cómplices en el escape, los cubrieron con tabaco y un poco de nafta para despistar el olfato de los perros que seguramente en algún momento los buscarían. Si los nazis los encontraban, su final estaba asegurado
Encerrados boca abajo entre las tablas, los eslovacos escucharon, a eso de las 18 horas, la sirena que anunciaba que alguien (ellos mismos) se había escapado. “Después de la sirena, nos arrastramos dentro de la sección lateral de nuestro escondite. Acostados, apretados e inmovilizados uno al lado del otro (...). Pasamos 80 horas así en el búnker. Por la noche, después de pasar lista, podíamos oír perfectamente las voces del grupo de búsqueda. Lo que más miedo nos daba eran los perros. Sin embargo, nuestras preocupaciones eran innecesarias, ya que el escondite estaba bien oculto y asegurado”, escribió el propio Alfred Wetzler según consta en la página oficial de Auschwitz-Birkenau.
Cuando alguien intentaba escapar del campo, los guardias de la SS con sus canes tenían la obligación de buscarlos durante tres días. Ese fue el lapso que esperaron los dos prisioneros antes de salir. El 10 de diciembre, alrededor de las 21 horas, con las últimas fuerzas que les quedaban pudieron mover las tablas que estaban sobre ellos y emprendieron el escape. “La noche era clara y la luna brillaba”, recuerda Wetzler en su testimonio, donde luego cuenta cómo él y su compañero se dirigieron hacia un alambrado, que en ese momento no estaba electrificado, y lograron levantarlo para salir por abajo. Desde fuera, como si se tratara de una pasmosa última postal, los fugitivos pudieron ver cómo las llamas salían de las chimeneas de los crematorios.
El regreso a EslovaquiaPero el escape recién empezaba. Cuatro prisioneros que se habían escapado de Auschwitz poco antes, habían sido atrapados en una aldea cercana a poco de abandonar el campo. Con este antecedente a cuestas, Rudi y Fred sabían que, en dirección al sur, tenían por delante 135 kilómetros de tierras polacas antes de llegar a su patria, que tampoco era un lugar seguro, ya que estaba ocupada por los nazis.
Perseguidos de cerca por los hombres de la SS, los dos eslovacos pudieron sortear a sus enemigos en reiteradas oportunidades. La situación más dramática fue cuando debieron arrojarse en un arroyo porque los ovejeros de los uniformados les pisaban los talones. Los fugitivos recibieron también ayuda de campesinos polacos que los asistieron con comida, lugares donde hospedarse y actuaron como guías por los caminos de montaña hacia su destino.
El último hombre que los ayudó vio que a Vrba se le habían destrozado las botas y le dio sus zapatos. Después, llevó a los fugitivos hasta un punto fronterizo y les dijo: “¿Ven ese bosque de allí? Eso es Eslovaquia“.
El 21 de abril de 1944, 14 días después de su salida de Auschwitz, los dos prófugos del horror pisaban nuevamente su país. Otro buen samaritano los encontró en suelo eslovaco y los puso en contacto con un doctor de la ciudad de Cadca, al norte del país, quien a su vez los llevaría a ver a los líderes de la comunidad judía de la vecina ciudad de Zilina. “Ellos sabrán mejor qué es lo que pueden hacer”, les dijo el médico, según consta en la autobiografía de Vrba, Yo escapé de Auschwitz.
Un interrogatorio distanteOskar Krasansky, de la resistencia judía eslovaca fue el hombre elegido por le Consejo judío de Zilina para entrevistar a los fugitivos. Como poco se sabía de lo que pasaba dentro de Auschwitz y los jóvenes podrían ser dos impostores, el que debía interrogarlos los trató con distancia y un algo de desconfianza.
Según la reconstrucción del diálogo entre Krasansky y los dos muchachos que hizo la BBC, la primera pregunta del hombre de la resistencia judía fue simplemente “¿Cómo sé que no son fantasías las que me cuentan y que no estoy perdiendo mi tiempo?“.
Como toda respuesta, Vrba mostró su antebrazo y Wetzler, su pecho. El primero tenía tatuado el número 44.070 y el segundo, el 29.162. Luego contaron que los nazis ya habían dejado de tatuar en el pecho a los prisioneros, pero no porque fuera un proceso sumamente doloroso, que lo era, sino porque las cifras se borraban más fácilmente que en el brazo.
Después, cada uno de los prófugos dio su testimonio a Krasansky por separado, para que las coincidencias en sus relatos no dejaran dudas de que lo que estaban contando no era más que la horrible realidad.
El informe Vrba-WetzlerDe la transcripción de este relato surgió lo que sería luego el informe Vrba-Wetzler, 25 páginas donde hay una meticulosa reconstrucción de todo lo que habían visto ambos prisioneros en los dos años que estuvieron en Auschwitz. Allí reunieron las atrocidades que habían visto junto a planos del campo de concentración, esquemas de las cámaras de gas, dibujos de distintos ambientes y recuento de las víctimas de los aniquilamiento. Hicieron, en definitiva, un detallado racconto de los crímenes en masa realizados por los nazis.
Para señalar tan solo un ejemplo de la contundencia del informe de los fugitivos de Auschwitz, basta transcribir un fragmento que aparece en la página 12 del mismo en el que se describe cómo los prisioneros eran llevados a la cámara de gas: “Las víctimas son llevadas a una sala de espera, donde les dicen que irán a los baños (...). Para reforzar su ilusión de que van a bañarse, dos asistentes vestidos de blanco reparten una toalla y un trozo de jabón a cada una. Luego son apretujados en la cámara de gas (...) Cuando todos están en las cámaras, las puertas se cierran desde el exterior. (...) Luego, los hombres de las SS, con máscaras de gas suben al techo, abren las válvulas de las ventanas y vierten una sustancia parecida al polvo en la cámara (...) Evidentemente, estas latas contienen un preparado de cianuro que se gasifica cuando la temperatura sube hasta cierto grado. En el plazo de tres minutos, todos los que se encuentran en la cámara mueren”.
En la página 13, otro fragmento: “En marzo de 1943, en la inauguración del primer crematorio, estuvieron presentes invitados destacados de Berlín. El ‘programa’ consistía en gasear y quemar a 8.000 judíos de Cracovia. Los invitados, tanto oficiales como civiles, se mostraron sumamente satisfechos con los resultados y la mirilla especial instalada en la puerta de la cámara de gas se utilizó constantemente. Fueron efusivos en elogios a esta nueva instalación.”
La brutalidad y la deshumanización que transmiten estos párrafos continua conmoviendo en el día de hoy, pero en aquel entonces, nadie imaginaba que esos crímenes en masa estaban ejecutándose contra los judíos capturados por los nazis. No se sabía a ciencia cierta a dónde y con qué intención habían sido trasladadas todas esas personas, pero ni en las fantasías más delirantes se podía creer que hubiera seres humanos capaces de crear todo ese espanto.
“Un millón de húngaros van a morir”Pero más allá de narrar la verdad de lo que ocurría tras la tramposa fachada de Auschwitz, en cuya puerta de ingreso podía leerse Arbeit match frei (El trabajo libera), los jóvenes que escaparon de ese lugar no querían olvidar que también debían advertir a la población judía de Hungría que estaba en peligro. “Casi un millón de húngaros van a morir -le dijo Vrba a Krasansky-. Auschwitz está listo para su llegada. ¡Hay que informar de inmediato!”.
El informe completo sobre Auschwitz se escribió primero en eslovaco, pero luego el propio Karsansky se encargó de traducirlo al alemán. Y de este último idioma, el escalofriante documento se tradujo al inglés.
No fue muy difícil tomar en serio la advertencia de los dos jóvenes sobre Hungría, ya que apenas el 27 de abril de 1944 unos 4000 judíos fueron enviados desde tierras magiares a Auschwitz. Un tránsito que no se detendría durante los siguientes meses.
El informe de Vrba y Wetzler se envió a Aliados de todo el mundo, pero no parecía haber respuestas efectivas ante las atrocidades descriptas. En junio de 1944, llegó una copia a los servicios de inteligencia británicos, quienes confirmaron lo que hasta entonces era una sospecha: que los nazis estaban asesinando a millones de judíos.
La BBC difundió el informe de los dos eslovacos el 15 de junio. Poco después, también hubo fragmentos del mismo en The New York Times. El Vaticano añadió la condena del Papa Pio XII y Estados Unidos amenazó con tomar represalias con todos los que estuvieran implicados con las deportaciones húngaras. Pero el almirante Miklos Horth, regente de Hungría y títere Adolf Hitler, no interrumpió las deportaciones.
¿Bombardear Auschwitz?Otra cosa que sucedió cuando se extendió entre los enemigos de Alemania el trabajo que habían elaborado Vrba y Wetzler, fue que desde varios sectores se llegó a plantear la posibilidad de bombardear Auschwitz. Fue el rabino Michael Weissmandl, de la resistencia judía en Eslovaquia, quien al enviar el informe a distintos referentes aliados añadió una posdata en la que solicitaba el ataque contra el campo de exterminio.
Según un informe de la BBC, el rabino planteaba con su solicitud un dilema moral: un ataque aéreo sobre Auschwitz significaba destruir los instrumentos que provocaron la muerte de cientos de miles de judíos, pero también era arrojar bombas sobre los propios prisioneros de ese lugar. Una verdadera solución pírrica.
Finalmente, ese ataque no se produjo. Una respuesta por parte del Departamento de Guerra de los Estados Unidos a una propuesta formal de realizar el bombardeo explica cuál era la posición de los aliados: “Apreciamos plenamente la importancia humanitaria de la operación sugerida. Sin embargo, tras el obligado análisis del problema, se considera que lo más eficaz para aliviar a las víctimas es una rápida derrota del Eje".
El fin de las deportacionesLas deportaciones de los judíos húngaros a Auschwitz finalizaron el 7 de julio de 1944. Así lo ordeno el propio Horthy, que se dejó doblegar jaqueado por la situación militar cada vez más adversa en la conflagración y por las amenazas cada vez mas fuertes que recibía de los líderes aliados de enfrentarse a juicios por crímenes de guerra si seguía enviando judíos a la muerte.
En este freno de los trenes que llevaban prisioneros a Auschwitz seguramente haya tenido algo que ver la influencia del informe de Vrba y Wetzler. Por algo el historiador británico Sir Martin Gilbert destacó, al hablar de ellos, lo que su valiente denuncia había provocado: “Ningún otro acto en la Segunda Guerra Mundial salvó a tantos judíos del destino que Hitler había determinado para ellos"
Para el tiempo en que se interrumpieron las deportaciones, según informa el canal público estadounidense PBS, 320.000 judíos húngaros habían sido enviados a la cámara de gas. Pero se calcula que el cese de estos traslados habría salvado la vida de otros 120.000.
La liberación de AuschwitzEl 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas llegaron a Auschwitz y vieron con sus propios ojos los rastros del horror. Quedaban 2819 prisioneros, muchos de ellos débiles o enfermos, hacinados en sus barracones. Pero también, los integrantes del ejército rojo, según reporta National Geographic, hallaron 370.000 trajes de hombre, 837.000 vestidos de mujer, 44.000 pares de zapatos y 7,7 toneladas de cabello humano que, según cálculos de entonces, correspondería a unas 140.000 personas.
Auschwitz se transformó desde entonces y para el resto de la historia en uno de los símbolos más nítidos de la maldad de los nazis y su maquinaria de muerte y de odio. Un tiempo antes, Rudolf Vrba y Alfred Wetzler quisieron alertar al mundo de lo que allí ocurría cuando escaparon de allí y informaron en detalle ese macabro universo. Más allá de los resultados que hayan obtenido o no con su denuncia, su coraje y entrega al intentar descubrir la verdad fueron la contracara de la crueldad de sus carceleros, una manera de amigarse con la parte más digna del espíritu humano.
Vrba, que se doctoró en Química y Bioquímica, falleció en Canadá, en marzo de 2006, a la edad de 81 años. Wetzler, en tanto, que escribió su experiencia en el libro Escape del infierno, murió en febrero de 1988 en Checoslovaquia. Tenía 68 años.